El significado de los monumentos públicos y el mensaje que sostienen en la sociedad donde son erigidos, vuelve al centro del debate al conocerse la noticia del inminente traslado del tradicional Centro Cívico de San Carlos de Bariloche, de la estatua de Julio Argentino Roca: “un genocida” por lo que significaron sus campañas militares según las pruebas recabadas por los investigadores patagónicos, y “una personalidad relevante que marcó con claroscuros el devenir de nuestra patria” para otros, entre ellos, el historiador Pacho O’Donnell. También hay quienes se pronuncian contra el traslado, como el orfebre Juan Carlos Pallarols que en una carta al intendente barilochense Enrique Gennuso, argumentó que "mover de su actual emplazamiento a la escultura es asumir un riesgo enorme e innecesario por el peligro que corre, dado el estado actual en el que la han dejado las diversas vandalizaciones a las que ha sido sometida".
“Roca ha sido objeto de ataques desde un revisionismo mal entendido –sostiene O’Donnell-- fundamentalista y demagogo, que propone por ejemplo, el derribo o traslado de sus monumentos”. Pero la representación de su figura, allí, frente al lago Nahuel Huapi y en el centro de la plaza “Expedicionarios del Desierto” es también una afrenta para los pueblos originarios que la campaña llamada “Conquista del Desierto”, dirigida por Roca, buscó eliminar como ciudadanos del naciente Estado nacional.
“Es una estatua ecuestre de Roca, con uniforme militar” señala el historiador Walter Delrio. No es un dato menor ya que esto lo presenta como el victorioso general de la campaña destinada a eliminar a los pueblos indígenas y someterlos al criterio de “la civilización, desarmando familias, reduciéndolos a la servidumbre o deportándolos para el trabajo, por caso, en los ingenios azucareros tucumanos” aporta Delrio, docente e investigador de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN). Y señala que el Nahuel Huapi además “era el lugar de destino, al que tenían que llegar luego de avasallar el territorio con la campaña militar”.
La decisión del traslado “es un proceso vaciado de la discusión política sobre lo significa su figura”, señala Pilar Pérez, doctora en Historia (UBA) y docente e investigadora del Conicet y de la UNRN. Y destaca que el proyecto “no retoma el debate sobre el proceso de la conquista militar que hoy está en la sociedad. Hubiera sido deseable un proceso más informado, que contemple los trabajos realizados en los últimos treinta años desde el sistema científico nacional”. Se refiere a las investigaciones donde se prueba que esta campaña militar fue un genocidio.
La definición de genocidio está dada por Naciones Unidas “sobre los procesos históricos destinados a eliminar minorías, religiosas o étnicas y esta campaña fue una de ellas –completa Delrio--, debían transformarlos en ciudadanos útiles. Que no sigan existiendo con su propia forma de organización y su cultura, por eso no se habla de exterminio sino de genocidio”. Y agrega, a propósito de esta estatua ecuestre: "Siempre la geografía urbana está atravesada por la política y se la utiliza para mantener mensajes y lecturas de la realidad y de la idea de nación que ponen en juego".
Tras dirigir la campaña militar Roca, fue dos veces presidente (de 1880 a 1886, y de 1898 a 1904). Y dirigió por 30 años el Partido Autonomista Nacional (PAN), oponiéndose al voto secreto y obligatorio. Esto les permitió permanecer 42 años en el poder. Fomentó “la llegada del ferrocarril a lugares donde no le interesaban a Gran Bretaña", suma O’Donnell. Y durante su presidencia se desarrollaron los complejos portuarios. Aumentó la inversión extranjera, la inmigración y la expansión agropecuaria. La legislación fue laica y la educación “común, gratuita y obligatoria” señala Delrio. “Habría que ver si todos los que sostienen que hay que mantener aquí la estatua, también adhieren a estos postulados, si compran el combo completo” ironiza Delrio, a propósito de la educación pública y gratuita.
“Sacar la estatua no termina con la discusión sobre los postulados políticos que la sostienen –explica Pérez--, porque está anclada en un proceso de construcción de nacionalidad más profundo y difícil de desarmar. Pero la evidencia que hemos reunido da cuenta del proceso genocida, entonces, tener la imagen de un criminal en la plaza central de esta ciudad, es doloroso para los pueblos originarios, pero también debería serlo para pensarnos como sociedad. ¿Podríamos sostener una estatua de un genocida de la última dictadura? Claramente no. En esta línea es positivo que la estatua se mueva del lugar central y simbólico tan poderoso que tiene en la actualidad”.