La economía argentina sufre un proceso de dolarización de hecho de gran parte de su sistema monetario y financiero. Viviendas, alquileres, motores y varios rubros más fijan sus valores en dólares, desplazando al peso como unidad de cuenta.
Desde hace décadas, la moneda norteamericana puso en jaque al peso como reserva de valor, siendo utilizada como instrumento de ahorro tanto para quienes tienen cuentas en el exterior, en moneda extranjera en el sistema bancario argentino o bien guardan verdes en el colchón. La emisión de bonos públicos en moneda extranjera fue una práctica tan extensa en el gobierno de Cambiemos, que superó ampliamente la capacidad de repago del país dejando sus cotizaciones a un valor de default.
Frente al bimonetarismo, algunos sectores ultraliberales proponen seguir profundizando la dolarización. Las versiones más extremas, que buscan eliminar el peso para reemplazarlo por el dólar, chocan contra la falta de divisas para poder llevar adelante dicho plan, tal como se ha analizado en varias notas en ediciones anteriores de este suplemento.
Otras propuestas libertarias más realistas proponen mantener el peso mientras se legaliza el uso del dólar y otras monedas extranjeras para todas las operaciones económicas, pero restringido a quien tenga la suerte de haber obtenido dicha moneda de alguna manera. Es decir, como no tienen las divisas para sustituir todos los activos en pesos por dólares, adoptan una dolarización sui generis, favoreciendo legalmente el uso de monedas extranjeras para cualquier operación económica pero sin canjear los pesos de la población por dólares.
El caso cubano
Paradójicamente, esa propuesta de los ultraliberales ya fue practicada en Cuba durante la década del noventa del siglo pasado. Ante la caída de la Unión Soviética, la economía cubana quedó tambaleando, debiendo conseguir nuevos mercados externos para sus exportaciones e importaciones.
Ante la necesidad de conseguir dólares, Cuba habilitó el uso de la moneda norteamericana junto al peso cubano dentro de la economía isleña. Se estableció así un bimonetarismo, donde el peso cubano prevalecía en el pago de sueldos por el Estado y algunos emprendimientos particulares, así como para la compra de una serie de bienes y servicios de primera necesidad a precios subvencionados. Por otra parte, el dólar prevalecía en el pago de sueldos del sector turístico y para la adquisición de una serie de bienes y servicios menos necesarios y cuya oferta era relativamente reducida.
Dicha política tuvo éxito en atraer dólares, especialmente por la gran cantidad de cubanos emigrados a EE.UU. que mandaban remesas. La legalización del dólar facilitó el uso de dichas remesas y fue un estímulo a que incrementaran su volumen. Una serie de reformas en favor del sector turístico también incrementaron el ingreso de divisas, aunque ese fenómeno podría haber sucedido sin necesidad de implementar el bimonetarismo.
La contracara fue que se generó una fuerte desigualdad económica entre quienes obtenían ingresos en dólares y quienes sólo percibían ingresos en pesos cubanos, ya que los precios de la economía dolarizada eran inaccesibles para éstos últimos, tal como sucede hoy con las viviendas para muchos argentinos y argentinas.
@AndresAsiain