La ficción aparece cuestionada desde el comienzo en Ningún pibe nace cheto porque lxs intérpretes se preocupan por exponer, en el espacio de la escena, una serie de documentos audiovisuales que tienen a la infancia como un factor atrayente. Allí, en la pantalla y en la presencia de Natalia Casielles y Juan Gabriel Miño, donde la actuación tiene esa capa intrigante que la teoría a veces desconoce, de ironía y también de cierta duda torpe, ligada al miedo de fallar o no ser precisxs, se juega la trama de un ensayo que va a preguntarse todo el tiempo sobre esa invocación a la figura de los niños y principalmente de las niñas.
Una de ellas adquiere un protagonismo y un nombre por tratarse de la hija del primer mandatario y por ser mostrada con una finalidad política que simula estar solapada. En Casielles y Miño hay una voluntad de desnudar esa disposición de la imagen presidencial que hace de la familia un elemento de encantamiento y un efecto disuasivo de la política. En Ningún pibe nace cheto se señala que en esos momentos donde todo parece ternura y espontaneidad hay una ideología que genera las condiciones para el despliegue de una serie de discursos triviales.
Algún consultor propagandístico recomendará no hablar de política, entonces el presidente, en una sucesión de entrevistas que los actores presentan después de haber desandado algunas teorías sobre lo popular y la cumbia, después de haber citado a filósofxs que piensan lo real y sus percepciones, se mostrará como un tipo común que no tiene ningún pudor en confesar que a sus hijas más grandes, las que ya están en la treintena, quiere besarlas todo el tiempo y les pide que se sienten en sus rodillas. Ese amor a las hijas que se expresa desmesurado e inverosímil es ubicado por Casielles y Miño en un lugar despojado de toda potencial naturalización. El procedimiento de la obra busca que cada imagen tenga un entorno conceptual que permita una recepción crítica para ver los mecanismos que la sostienen y negar en ella toda ingenuidad.
Hay una voluntad pedagógica en Ningún pibe nace cheto que indaga en archivos de los setenta y ochenta donde encuentran al pediatra Mario Socolinsky realizando entrevistas en el terreno a “chicxs de la calle” con una crueldad que lo ubica a la vanguardia de muchos periodistas actuales. Si determinada infancia adquiere una jerarquía ideológica tan potente que puede iluminar a un mandatario o vender un producto, existe otra niñez que está desguarnecida y que será permanentemente usurpada como un objeto sin dueños.
La violencia que Casielles y Miño logran identificar en ese entramado de tapes que seleccionaron como una dramaturgia sobre la que ellxs van a intervenir con inteligencia y gracia, es absolutamente racional, calculada y obedece a un discurso que se vuelve invisible para lxs destinatarixs porque está recubierto por la emocionalidad que la infancia despierta. El hallazgo de Ningún pibe nace cheto está en entender que el teatro puede hacer aparecer al receptor como una figura pensada por asesorxs políticxs y productorxs televisivxs. El público teatral ya no es ese ser subestimado e ingenuo que ellxs imaginaron, puede ver la estrategia discursiva como una forma espectral de la verdad y discutirla, despojarse de pasividad.
En ese desplazamiento que realizan lxs consultorxs de imagen del relato programático al cuadro hogareño están diciendo que la familia es un espacio político. De ese modo la verdad de un parto, de una recién nacida exhibida en una conferencia de prensa se asume como ficción al comprender que esa escena está reemplazando otra cosa. Algo de lo que mejor no hablar porque implica la supervivencia de todas esas personas que ven y escuchan.
Ningún pibe nace cheto se presenta los viernes a las 21.30 en el Centro Cultural Rojas.