Julio Argentino Roca ha sido juzgado con visiones sesgadas, muy enconadamente favorables o desfavorables, que afectan la seriedad historiográfica. Sin duda fue una personalidad relevante, que marcó con claroscuros el devenir de nuestra Patria. Ha sido objeto de ataques desde un “revisionismo” mal entendido, fundamentalista y demagogo, que ha propuesto, por ejemplo, el derribo o traslado de sus monumentos.
Lo cierto es que “el Zorro”, como acertadamente se le llamó en su tiempo, accede al gobierno con el apoyo del Ejército nacional de esencia provincial, y alternativo al que servía al porteñismo; también de la poderosa liga de los gobernadores provinciales enfrentada con Buenos Aires. Ya antes de asumir como relevo de Nicolás Avellaneda coincide con éste, no casualmente ambos tucumanos, en cumplir con uno de los anhelos del interior, también de sus derrotados caudillos federales: capitalizar la República. Acción rechazada por la provincia de Buenos Aires que no ignoraba que ello significaba federalizar los ingresos de la Aduana y la pérdida de otros privilegios económicos y políticos que hasta entonces el puerto había considerado propios sin compartirlos con el resto del país. Avellaneda y Roca llevaron adelante su decisión y Tejedor, gobernador de Buenos Aires, se resistió con las armas provocando una breve guerra civil que dejó más de tres mil muertos.
Un padre del revisionismo nacional, popular y federal, A. Jauretche, aunque crítico en otros aspectos, opinó que “el roquismo significa una integración nacional pues después de Pavón sólo habían contado los porteños y aporteñados. Ahora el poder estaba en manos de la “liga de gobernadores” y el caudillo del ejército, también provinciano”.
Si bien el roquismo no modificó la dependencia económica de Gran Bretaña y ni cambió la condición de exportador de materias primas, encarnó una política dirigida a construir un Estado nacional con unidad monetaria cesando con la circulación de varias monedas. Para Roca la Argentina no se reducía a la pampa húmeda y promueve una alta inversión pública en el interior; en contraposición al liberalismo aporteñado que, según Salvador del Carril, diagnosticaba que los males nacionales radicaban “en la extensión”, es decir las provincias sobraban, se llevó adelante una política de territorio fijando soberanía en la Patagonia y en el Chaco y se arreglaron problemas limítrofes con Brasil.
Su propósito de hacer de Argentina un país moderno, secularizado, al tono de las naciones más civilizadas lo llevó a tener un serio conflicto con una jerarquía eclesiástica que se resistió a que lo religioso dejara de regir la vida pública y privada de la ciudadanía; así dicta la ley 1.420 de educación laica, obligatoria y gratuita, un golpe a la enseñanza confesional; se incrementa un 100 por ciento la matrícula y Magnasco en Educación presenta un proyecto destinado a reemplazar la educación enciclopedista, abstracta y universalista por una estrechamente vinculada con la realidad argentina; se crea el registro civil en 1884 para que asentar nacimientos, bodas y muertes no fuera exclusiva tarea de la iglesia.
Se perfilan atisbos de desarrollo independiente que no prosperaron: se incrementan los ferrocarriles estatales en regiones que no le importaban a los británicos; se da una “batalla” con el FF.CC. Argentino que un gran revisionista, Scalabrini Ortíz, rescata en varias ocasiones; el ministro Civit denuncia las tarifas fijadas en connivencia con Gran Bretaña como perjudicial para nuestro desarrollo, y procura desarrollar líneas estatales, y llega a proponer la nacionalización. Se fomentan las bodegas en Cuyo y el azúcar en el norte.
Se sanciona el código minero, que en algo atiende a la precaria situación de los trabajadores, y se encomienda a Bialet Massé un informe sobre la deplorable situación de la clase obrera del interior del que deriva un código de trabajo, nunca sancionado, en el que trabaja, entre otros, Manuel Ugarte, el teórico de la “Patria Grande”. Allí se proponía: jornada de 8 horas, descanso semanal, salario mínimo, protección de niños y mujeres en el trabajo, responsabilidad patronal en accidentes de trabajo.
En cuanto a su política exterior se destaca la defensa de la soberanía de Malvinas y la enunciación de la Doctrina Drago a raíz del ataque a Venezuela, que establecía que ningún Estado extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación americana con la finalidad de cobrar una deuda financiera, principio que cobra una dolorosa actualidad entre nosotros en los tiempos que corren.
Para Abelardo Ramos, uno de los padres del revisionismo nacional y popular, Roca no dejaría de ser un caudillo liberal, pero liberal nacional “ya que encarnó el progreso histórico y llevó el presupuesto nacional hasta el último rincón de las provincias. Con Roca y la reconstrucción del Ejército Nacional empieza a definirse una política nacional, zigzagueante entre la comprensión parcial de los hechos y el adoctrinamiento antinacional de los ideólogos (…) hay por lo menos una política nacional, la del Ejército expresada por su fundador, el general Roca, que tiene una política de las fronteras y una política económica a la que falta mucho para ser nacional, pero ya retacea el librecambio impuesto por los vencedores de Caseros en obsequio de los “apóstoles del comercio libre”. En un principio Hipólito Yrigoyen estuvo junto a Roca y algunos sostienen que en esas políticas de nacionalismo incipientes debe rastrearse el origen del radicalismo y de los consiguientes movimientos populares.
El ímpetu reformador de Roca fue debilitándose hasta ganarse el apoyo del liberalismo porteño quien logró frenar las débiles intenciones industrialistas que llevaron a un Carlos Pellegrini otoñal a afirmar en vano “es tiempo ya que la Argentina fabrique otras cosas que pasto”.
En lo que hace a la Conquista del Desierto es, sin duda, el aspecto más criticable en la historia de Roca, por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico; también es criticable el destino que se dio a las extensísimas tierras conquistadas repartidas mayoritariamente entre la oligarquía agrícola ganadera de la época perdiéndose la gran oportunidad de copiar lo hecho por los Estados Unidos en el oeste ganado a sus pueblos originarios, repartida entre muchos propietarios.
Pero de lo que no se puede dudar es que de no haber sido por la decisión de Roca es más que probable que la Patagonia no sería hoy argentina. Alentaba en nuestro vecino Chile la intención de hacerla propia, como lo demuestran mapas en sus libros escolares en que puede verse a la Patagonia como parte del originario territorio chileno luego perdido por el supuesto expansionismo argentino.
La astucia del “Zorro” se puso en evidencia por haber emprendido la campaña en tiempos en que Chile estaba enzarzado en su guerra contra Perú y Bolivia por lo que le fue imposible abrir otro frente obviando una guerra que en otras circunstancias hubiera sido inevitable. También, para quienes hemos estudiado la época, sorprende que Gran Bretaña no la haya ocupado siguiendo su estrategia de dominar las comunicaciones entre mares, como lo hizo en Gibraltar y en Suez. La Patagonia hubiera servido mucho mejor a dicho fin que las Islas Malvinas. Por otra parte las andanzas del autoproclamado Rey de la Araucanía y la Patagonia, Orellie Antoine I en 1860 y 1871, que han sido tomadas a broma, es de sospechar que encubrieron el interés del imperio francés por nuestro sur.
A. Ramos, uno de mis maestros, quien mantiene una elogiable visión equitativa sobre el roquismo que le ganó la crítica de colegas de la corriente revisionista, hace una original defensa de la ocupación patagónica: “La oligarquía terrateniente que se apoderó de las tierras de indios y gauchos condenó a ambas corrientes del pueblo a sufrir un destino aciago, pero es justo consignar que la conquista del desierto realizada por Roca y el Ejército de su tiempo no sólo establece un principio de soberanía en ese tiempo harto dudoso, sino que libera al gaucho retratado por Hernández del martirio inacabable del fortín”.
Sirvan estas líneas para contribuir a una desapasionada y fundamentada discusión sobre Julio Argentino Roca, dos veces Presidente de la Nación.