En su primer libro, Shock Value, publicado en 1981, un John Waters treintañero se dedica a contar como perpetró una obra cinematográfica que lo convertiría en el "Pontífice de la Basura" y "El Anarquista Anal", contando sus años de delincuente juvenil lleno de asociaciones ilícitas con adolescentes marginales que robaban en negocios un poco por diversión. Su padre y su madre, que se negaban a ver sus películas, igual leyeron el libro y no se horrorizaron por los rodajes donde el equipo terminó perseguido por la policía o por el consumo de drogas de su hijo y su pandilla, sino que se indignaron de que su hijo fuera un ladrón. “¿De verdad robaste?”, le preguntaron escandalizados. “En los países comunistas te cortan las manos si te encuentran robando. Eso es lo que deberían hacer acá”, sostenía su padre, según lo cita en el último capítulo de aquel libro.
Más de cuarenta años después, tras dedicarse en las últimas décadas a convertirse en un escritor best seller con varios libros de ensayo y poner pausa a su actividad como cineasta, Waters debuta con una ficción, su primera novela, Mentirosa, que tiene como protagonista a Marsha, una ladrona. En su libro anterior, Consejos de un sabelotodo, Waters y su amiga Mink Stole, ambos ya en sus 70 años, deciden volver a tomar LSD como lo hacían habitualmente cuando eran jóvenes, para contar la experiencia lisérgica. Tal vez Mentirosa, editada en Argentina por Caja Negra, es un gran flashback a los días en que Waters formó “el mejor equipo de ladrones de tiendas” con su amiga favorita Mona.
¿Tu primera novela tiene un punto de partida autobiográfico en tus días como delincuente juvenil con tus amigas?
-(Risas) No realmente, en verdad yo nunca fui tan malvado como Marsha, ella no tiene humor hacia ella misma, se toma demasiado en serio, algo que yo nunca hice. Yo robé tiendas cuando era joven y lo hice en realidad, tal vez equivocadamente, por razones políticas. A Marsha le gusta mentir, le gusta huir con lo robado porque eso le da un poder perverso.
Sin embargo, en la novela, los personajes usan tus trucos de adolescente para engañar y robar.
-Sí, el truco de las zapatillas lo hice, cuando el personaje de Daryl reclama por una supuesta zapatilla rota. Y no yo, pero conocí a alguien que solía robar en la zona de retiro de valijas de los aeropuertos, pero eso fue mucho tiempo atrás, no es algo reciente. Pero sí, algunas cosas he oído que la ha hecho gente que conocí o las hice yo, pero la mayoría es ficción. Y sí, yo escribí sobre lo que hice como delincuente juvenil, pero Marsha es una delincuente adulta.
En algún momento de su vida, entre la filmación de una película y otra, Waters daba conferencias en las cárceles, preferentemente en los pabellones de los criminales más peligrosos. Mostraba sus películas, incluso las que estaban prohibidas en algunas ciudades de Estados Unidos, donde se narraban las historias de locura fuera de toda ley como comedias desviadas. En su libro Crackpot, cuenta lo que les decías a los presos tras las proyecciones: “Estas películas que hago son mis crímenes, pero cobro por eso en lugar de que me arresten”, y los incentivaba a crear arte cuando tuviesen impulsos criminales. Ahora en Mentirosa apuesta por una literatura criminal, una divertida saga de imaginación delictiva y colectiva. El crimen sí paga.
Si bien la novela tiene una protagonista bien definida, Marsha, gran parte del relato se centra en un grupo, en una pandilla salvaje. Como sucede en muchas de tus películas termina apareciendo una tensión entre lo personal y la furia colectiva.
-La locura grupal. Hay una palabra en francés para denominar eso de que hay gente que junta se vuelve loca pero cuando se separan no. Eso es siempre un tema muy atractivo para escribir para mí. No digo de salir con esa gente, de pasar tiempo en la vida real con ellos, pero amo pensar en ellos cuando hago una ficción, cuando escribo una novela, porque no te tenés que preocupar por las consecuencias de tus actividades criminales. Me gusta pasar tiempo con esta gente realmente terrible en las películas y en los libros. Para mí es una delicia pensar que una villana sea la heroína de mi libro.
¿Incorrección política?
-Estoy en desacuerdo, soy políticamente correcto. Sí me río de eso como me río de mí mismo. Hay partes del libro que llevan la corrección política a lo ridículo y espero que sean divertidas. En la novela hay gente que es adicta a las camas elásticas pero esa gente, si bien no es una minoría, por ahora, es la nueva diversidad en el libro. Siempre va a haber un grupo de personas que va a ser odiado por otro grupo de personas. Tengo que llevar eso hacia el límite de lo ridículo para reírme.
Al leer sobre los adictos a las camas elásticas me vino la imagen de Divine al final de tu película Female Trouble (1974) que salta en una cama elástica, ¿esa fue la inspiración, así nació ese fetiche por las camas elásticas?
-Sí, claro, en Female Trouble. Sé que tengo algo con las camas elásticas, pero no sé bien por qué. Estuve en camas elásticas en mi vida pero no estoy obsesionado con ellas. Para la novela estaba buscando una actividad con la que la gente estuviese obsesionada y tuviese algún tipo de culto; y creo que es casi real en Estados Unidos que hay gente que es adicta al ejercicio y que cada vez lleva su obsesión más lejos saltando, corriendo, doblándose sobre sí misma. Como chiste no está tan alejado de lo que está sucediendo.
Terrorismo sensual
Con el cuerpo gordo de Divine como imagen pregnante de terrorismo sensual de su cine, la entronización del cuerpo apolíneo sostenida por cierta cultura gay de gimnasio ya había sido demolida a risas por Waters. Su máximo hit de asquerosidad queer, que también llevó al estrellato a Divine, fue Pink Flamingos (1972), una rebelión del mal gusto, una comedia vomitiva y coprofágica, una bacanal freak inclasificable, una película proto-punk que fue prohibida en varios países extranjeros y en algunos Estados de su propio país durante su estreno en cine, y que fue retirada de videoclubes mediante juicio en la era del VHS, pero que teminó triunfando mediante un culto sostenido. A sus 77 años, luego de batallar décadas con juicios y prohibiciones, Waters nos dice con orgullo que “Pink Flamingos fue recientemente emitida sin cortes, a las 22 horas, en TV.” Orgullo de seguir pervirtiendo a nuevas generaciones. Tal vez la emisión por primera vez en TV fue un reconocimiento al 50 aniversario del estreno, cumplido el año pasado. Un último triunfo: la revolución fue televisada.
En uno de los primeros ensayos que se escribieron sobre tus películas, J. Hoberman dice que en Pink Flamingos triunfa lo queer, encarnado en la pandilla formada por Divine contra la pareja hétero de Mink Stole y David Lochary.
-Son queer pero no en el sexo. En realidad si lo pensás bien, nadie es gay en Pink Flamingos. El personaje de Divine no es trans, es una mujer. Y tiene sexo con su hijo, que es un hétero al que le gustan las mujeres hétero. Incluso el muchacho que en una escena muestra el agujero del culo no es gay. No es una película gay, es más confusa.
Claro, vos hiciste una obra como artista contemporáneo donde se lee que “lo gay no es suficiente.”
-Sí, lo gay no es suficiente, es un buen inicio pero no es suficiente. Creo que un progreso es admitir que hay mucha música gay mala.
Confusión y crítica a la cultura gay, un gran aporte de John Waters. En su obra, lo queer no es patrimonio solo de la cultura LGBTIQ+ sino que puede ser hétero. La perversión tiene que alcanzarlo todo, ser realmente polimorfa. Tal vez sea el que mejor predica eso de no confundir heterosexualidad con heterosexismo, como suele hacerse. Marsha, la protagonista de Mentirosa, es la más criminal y perversa de toda la novela y es heterosexual.
En su primera ficción literaria hay una diversidad sexual y de género casi imposible de reunir en un libro, con tantos fetichismos y parafilias multiplicadas y mutantes, que se burlan de los límites actuales del consenso y otras categorías que a veces funcionan como excusa para imponer la represión puritana. Imaginar nuevas minorías o formas de relacionarnos, y también reírnos de todo eso, es parte de lo que Waters siempre apuntó como comediógrafo disidente.
Mentirosa empieza en Baltimore pero sale a la ruta para avanzar lo más cerca que Waters llegó a estar de una película de su admirado Russ Meyer: hay acción, violencia y persecuciones mezclados con mucha orgía. Un erotismo excesivo, rutero y camioneril en fuga constante lo va encendiendo todo. Nunca en Waters aparece lo LGBTIQ+ asociado a una imagen positiva, de asimilación social, no representa comportamientos modelos de la diversidad, sino todo lo contrario: hace foco en la desobediencia civil, la rebelión colectiva, la resistencia marginal. Pero ahora toda esa agitación no se detiene en lo humano, como el anti-especista más brutal y burlón, su nueva conquista es la crisis de la identidad animal como forma de lo punk político.
Siempre se piensa a Baltimore como una ciudad llena de ratas, hay incluso un documental sobre la superpoblación de ratas en la ciudad. En el libro, Marsha dice que ella quisiera ser una rata porque son más inteligentes que los humanos.
-Las ratas son fuertes, poderosas, aterradoras, siempre estuve obsesionado con ellas. Cuando Trump habló contra Baltimore y dijo que era “una ciudad de ratas y roedores”, toda la prensa me llamó y yo dije: sí, tenemos ratas en Baltimore. Están en mis películas, como en Hairspray, que Ricky Lake patea una rata durante el primer beso donde tenía un vestido adornado con cucarachas. Básicamente, nosotros celebramos lo que otra gente piensa que es negativo. Es lo que hice siempre, toda mi vida. Por eso este libro se llama “una novela de amor deplorable”, por eso yo hago películas trash épicas desde hace cincuenta años. En mi primer libro escribí sobre la mujer especialista en la “erradicación de ratas” en Baltimore.
Waters se refiere a Mrs. Mac, conocida como la “Dama Rata”, a quien le dedica unas páginas de elogio y admiración en Shock Value. Aunque ella se dedique a la caza y exterminio de ratas, Waters sostiene que ama secretamente a esos roedores, por su dedicación, erudición y humor sobre el tema.
Adora, la madre de la protagonista de su novela Mentirosa, también se dedica a los animales, especialmente a los perros, a quienes interviene a través de técnicas de cirugía plástica para mascotas. Logró que su perrita, bautizada Sorpreza, con Z final, tenga la cara de Joan Rivers. En la Edad Media, se castigaba a los comportamientos desviados de los animales. En su hermoso libro Breve historia del satanismo, el erudito Joseph McCabe escribe: “Si una gallina se convertía en gallo y empezaba a cacarear (cosa que ocurre a menudo como consecuencia de cierto trastorno de los ovarios), entonces es que estaba poseída por el diablo. Había tribunales en los que se juzgaba solemnemente a los animales que habían cambiado de sexo y se los condenaba a arder en la hoguera.” Waters salva a las mascotas de esa hoguera, deja que vivan con el diablo en el cuerpo, les da la libertad de elegir su propia identidad.
La diversidad en tu novela llega hasta esa adorable perrita trans llamada Surprize, que tiene varias cirugías plásticas.
-Eso podría ocurrir tal vez, creo que eso es lo que viene. Un perro trans que se comporta como un gato, ¿por qué no? Todo el mundo es trans ahora, ¿por qué la perra no?
Estos años que no pudo realizar películas, Waters trabajó en proyectos que no llegaron a filmarse, pero encontró en la escritura de libros de ensayo una forma exitosa de seguir desarrollando sus obsesiones. Con Carsick, por ejemplo, Waters hizo un libro híbrido, una parte ensayo, otra parte ficción, otra crónica testimonial explorando las posibilidades de hacer dedo a través de Estados Unidos. Ahora, aunque es su primer libro enteramente de ficción, esta road movie furiosa lo lleva a la realidad ida y vuelta, como evocación al pasado o como deseo de lo que viene, como futurología. Y también lo lleva de vuelta al cine, porque los derechos de Mentirosa fueron comprados para hacer una adaptación cinematográfica. Lo que siempre continúa ondulando, en sus películas y en sus libros, es una manera de hacer que la comedia atraviese todos los lugares donde se quiera apresar, reducir todas esas formas de vida que no se reconocen en las categorías disciplinarias.