“Creo que para estos proyectos no hay que temerle ni a la intensidad, ni a la profundidad, ni a la oscuridad”, dispara Roxana Amed, y acierta. Porque de esto se trata, resumido en tres palabras y una acción, el formidable disco que la cantante de jazz argentina acaba de publicar junto al pianista finlandés Frank Carlberg, hoy exponente del jazz neoyorkino. El disco se llama igual que un libro clave de Alejandra Pizarnik –Los trabajos y las noches- y hace de sus palabras, dichas ahora en clave de jazz, una puerta de ingreso a once de las poesías surrealistas de la poeta argentina, transformadas en sendas músicas. “Ofrecer mi voz a sus poemas es una experiencia profunda y transformadora”, enfatiza la cantante.
Amed y Carlberg se conocieron personalmente en 2010, cuando él fue una de las figuras del Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires. “Enseguida descubrí su interés por trabajar con poetas, y le sugerí leer poemas de Alejandra”, evoca ella, posada en las primeras horas de una alquimia humana y musical que pronto rendiría sus frutos. El segundo paso sucedió en Nueva York donde, además de unirse para interpretar standards de jazz y piezas del “Cuchi” Leguizamón, germinó más firme la idea de hacer un disco juntos. Ese disco fue el antecesor de Los trabajos y las noches, y se llamó La sombra de su sombra.
“Frank estaba familiarizado con ciertas tradiciones musicales argentinas como el tango, y creo que le gustó establecer algún vínculo con nuestra cultura. De hecho, cuando nos reencontramos en Nueva York, él había ya investigado en Alejandra. Tenía sus libros y traducciones, y me sorprendió con seis piezas que había compuesto para La sombra de su sombra. Grabamos y fue inesperado todo… maravilloso”, evoca Amed, cuyo último trabajo solista a la fecha (Unánime), participó a Chucho Valdés, Niño Josele y Pedro Aznar, y esta vez se dejó rodear por Adam Kolker, en saxos y clarinentes; Simon Willson, en contrabajo; y Michael Sarin, en batería.
De su época argenta, en tanto, se recuerdan con deslindes de belleza sus discos junto a Pedro Aznar: Limbos y Entremundos. De su era actual, en Estados Unidos, lo que se destaca –además de su voz al servicio de Pizarnik- son la producción de Instantáneas, trabajo de presentaciones “en vivo en el estudio”, que incluye su interpretación de Blue de Joni Mitchell; y la grabación de Ontology, predecesor del mencionado Unánime (ganador de un Gardel) en el que la cantante interpreta piezas de Wayne Shorter, Alberto Ginastera y Miles Davis.
-¿Cómo se realimentan en tu opinión jazz y poesía?
-El jazz y la poesía comparten como lenguaje varias cosas. Por un lado, lo abstracto de sus relatos… hay elipsis de información que se sugiere en ciertos espacios concentrados. Por otro, la no necesidad de explicar todo, la apertura a la interpretación / lectura compaginadora final del oyente o lector, y el fraseo rítmico abierto, sobre todo en la poesía más contemporánea como la de Alejandra. Todo esto, porque la literatura ha sido siempre para mí una fuente de inspiración y ha nutrido mi lenguaje como autora, desde la perspectiva musical.
-Yendo al disco, son de una brumosa y climática belleza “Pido silencio” y “Antes”, los temas que abren el trabajo. ¿Cómo fueron concebidos?
-Bajo la magia del jazz. Los poemas fueron elegidos por Frank según su potencial rítmico y melódico. Luego, yo los leí para él y le envié las grabaciones para que se familiarizara con el sonido en castellano, y mi propia cadencia al decir. Cada historia, en suma, comienza en la escritura de Alejandra y termina en cada uno de nosotros que la ejecuta o la escucha…
-Tremendo compromiso el de ponerle voz a los poemas de Pizarnik. ¿Cómo y por qué te animaste?
-Porque me gusta decir. Me gusta relevar cada palabra en el momento de interpretar, sin que eso tenga que competir jamás con la melodía, con el timbre que uso, o con el fluir de la armonía. Lo hice desde el lugar respetuoso de lectora y admiradora. Y a eso le sumé esta música que me pareció perfecta para contar el universo Pizarnik. No pasa siempre, a veces los compositores usan los poemas como pretexto, como ejercicio y sin “imaginar” cuál sería la música incidental durante la creación de ese poema. Creo que nosotros, con más o menos conocimiento de la poética de Pizarnik, del castellano, del contexto histórico personal de ella, o del contexto histórico literario de Alejandra, nos convocamos en este sonido.
-¿Qué pieza es la que mejor lo sintetiza, en tu criterio?
-“Amantes” tiene una peculiar resonancia para mí. Fue una de los primeros poemas que leí de Pizarnik cuando estudiaba. Tengo fresco, como si hubiera sido ayer, el recuerdo del aula y de la profesora Delfina Muschietti analizándolo en el pizarrón. Recuerdo haber descubierto entonces el poder de la distribución de las palabras en el papel, y otros conceptos de la representación poética en ese texto. Cada vez que lo canto se activan esos años de formación literaria, y vuelven las voces de aquellos maestros. Mis pausas en la respiración y los timbres que elijo provienen de mi pasado como lectora siempre. Y creo que siempre debería ser así para un cantante: ser primero un lector de lo que interpreta.
-¿Por qué?
-Porque evitaríamos
muchos malos textos y malas interpretaciones.