Abajo en la ciudad
Cuando Alejandro Pihué volvió al país luego de vivir cinco años en Italia se encontró con el florecimiento de bandas que abrían el juego más allá de la fiesta menemista. Así que decidió llevar su cámara como compañera en esos lugares nocturnos donde tocaban artistas que no sabían (ni les importaba) estar haciendo historia. “Nunca pensaba en cubrir un evento sino que yo simplemente estaba ahí y por ahí pasaban cosas y por ahí decidía fotografiarlas”, cuenta ahora mientras en su cuenta de Instagram se acumulan fotos de Porco, Suárez, Mata Violeta o Érica García tocando en lugares recordados como el Rojas o el Parakultural. Pero también en otros más efímeros, cuyos nombres recupera gracias a la gente que comenta sus fotos “porque este es un trabajo de reconstrucción común”. Fue en La Luna donde vio por primera vez a Los Visitantes, cuando estrenaban Salud universal. “La banda me voló la cabeza y, en especial, la chispa y el magnetismo de Palo”, evoca. Con el tiempo, fue a un recital en La Plata y se animó a mostrar sus materiales a la banda: ahí comenzó una nueva historia. No sabe cuántas fotos atesora de Palo desde entonces. Pero en cada fecha especial, exhuma su archivo para mostrar nuevas joyas (analógicas en su mayoría) de quien devino su amigo. Esta vez, al cumplirse dos años de la partida de Palo, Pihué decidió compartir diez retratos que, según calcula, van desde 1993 a 2006. “Algunas son fotos de sesión pero otras fueron tomadas porque sí. Y es que estuve mucho con Palo y sus diferentes bandas y sus diferentes hogares. En recitales, en asados, con Verbonautas y hasta en su primer casamiento”, relata. Cuando arreció la pandemia, Alejandro se puso a escanear fotos y cree que de allí saldrá un libro sobre el under que está en proceso de edición. Ignoraba en esos largos meses de encierro que ya no se verían con su amigo. La ciudad, desde entonces, no es la misma.
Chica lunar
En la década de 1960, Mattel creó la Barbie astronauta que transportaba niños en aventuras espaciales incluso antes de que los propios astronautas de la NASA dieran sus primeros pasos en la Luna. Ahora Barbie ha estado ayudando a la exploración espacial de verdad: en experimentos recientes, los científicos utilizaron las muñecas para probar métodos destinados a eliminar el polvo lunar de los trajes espaciales. Con un traje espacial hecho a medida, un equipo de la Universidad Estatal de Washington cubrió a Barbie con ceniza volcánica y la roció con nitrógeno líquido. Descubrieron que esta técnica es más efectiva que los métodos de limpieza anteriores. ¿Por qué el polvo lunar es un problema? El polvo lunar es “abrasivo y cargado eléctricamente”, según Ian Wells, investigador graduado de la Universidad Estatal de Washington, quien habló la BBC. Estas partículas microscópicas se adhieren a los trajes espaciales de los astronautas y son difíciles de limpiar, dañándolos. Tras el éxito inicial de los experimentos, Wells y sus colegas decidieron probar modelos a escala para asegurarse de que el rociado de nitrógeno líquido funcionaba. “Vestimos a esta Barbie con su traje, la cubrimos con polvo y luego usamos una barra rociadora” dijo Wells. “Tuvimos una eliminación muy alta y también, lo que es más importante, daños mínimos en el traje espacial”. Así que ahora, además de ser película que divide las aguas, Barbie suma una historia como aliada de los astronautas de carne y hueso. Aunque para eso deba pasar por un baño de nitrógeno.
Tony, pintor figurativo
Tras la muerte de Tony Bennett, a los 96 años, los obituarios actualizaron informaciones que en su momento habían quedado en el olvido. Por ejemplo, el hecho de que Bennett también fue pintor. Según The New York Times, el cantante también era un artista visual “con credenciales propias” que creaba “paisajes, naturalezas muertas en acuarelas, óleos y retratos de músicos que admiraba”. De hecho, en su página web se indica que, antes de dedicarse a la música, había hecho una apuesta importante por la pintura, que fue su pasión inicial: había empezado a pintar y dibujar a los cinco años. Cuando era adolescente, Bennett estudiaba arte y canto en la Escuela de Artes Industriales. En una entrevista de 1981 publicada nuevamente por Parade, aseguró que disfrutaba de las clases de naturaleza muerta y modelo vivo debido a que las clases de música eran “terriblemente aburridas”. A fines de los ochenta seguía tomando cursos en una academia artística del Village según le contó a la revista Spin: “Prefiero la enseñanza tradicional y las escuelas figurativas. Tenés que aprender la forma antes de poder ser libre y las técnicas de Miguel Ángel para dibujar el cuerpo humano. Es lo que me gusta”. A lo largo de su vida siempre firmó sus obras con su nombre de pila, Anthony Benedetto. Y se ocupó de retratar, entre otros a Ella Fitzgerald (en 2002 donó esa obra al National Museum of American History) y Duke Ellington (que forma parte del acervo de la National Portrait Gallery de Washington).
La obra maestra de Giotto
Sus padres lo llamaron Giotto como su abuelo paterno (que a su vez había trabajado con Guglielmo Marconi, el inventor de la radio) y como el maestro del renacimiento italiano. Así que es posible que Giotto Bizzarrini, que ha fallecido a los 96 años, ya llegó al mundo destinado a ser un artista visionario. De hecho, fue el creador de la Ferrari 250 GTO, una de las obras maestras del diseño de automóviles. Solo se fabricaron 36 ejemplares entre 1962 y 1964. Pero la elegante carrocería, su motor V12 de tres litros altamente afinado y sus apariciones en las pistas de carreras de todo el mundo lo hicieron tan venerado que en 2018 un empresario de Chicago pagó 70 millones de dólares por su cupé. En ese momento fue el precio más alto jamás pagado por un automóvil. Todo había empezado mucho tiempo antes. Después de graduarse en 1954 y de pasar por Alfa Romeo, en 1957 Giotto se incorporó a Ferrari, donde le pidieron que mejorara una versión del Jaguar que amenazaba con ser competencia. Entre otras mejoras, creó una carrocería aerodinámica con una nariz más larga y una distintiva pequeña abertura ovalada para el radiador. El GTO, como se le conoció, comenzó su exitosa carrera con un hat-trick de victorias en las 24 Horas de Le Mans entre 1962 y 1964. Su historial podría haber sido aún más ilustre si un accidente no hubiera acabado con la carrera de Stirling Moss a principios de 1962: el inglés que había probado la Ferrari en Monza con vistas a pilotarla en carreras de resistencia esa temporada ya que el auto había demostrado ser más veloz que todos los de su época. Sorprendentemente, sin embargo, inicialmente la Ferrari se consideró un automóvil feo y se le apodó “Il Mostro”: el monstruo. Bizzarrini se fue de la compañía sin mirar atrás después de haber trabajado apenas cinco años ahí. Pero siguió acumulando éxitos. Por ejemplo, construyó automóviles con su propio nombre considerados “la evolución de los Ferrari” antes de diseñar el motor utilizado por Ferruccio Lamborghini para impulsar los automóviles GT de su empresa, incluido el legendario Miura, el primer superdeportivo moderno. Hasta hace un tiempo, estuvo enseñando en la Universidad de Roma y colaborando con distintas empresas como General Motors. A menudo decía: “No soy un diseñador de automóviles, soy un trabajador”. Y se reía cuando le recordaban ese asunto de Il monstro, ahora devenido en prototipo de belleza automovilística mundial.