Las primeras escenas de El clon de Tyrone conjuran una mezcla de blaxploitation seminal, el de los años 70, con alguna película de bajo presupuesto de los 80: los locales, las calles y los autos que las recorren recuerdan a la primera de esas décadas, mientras que las conversaciones e interacciones entre los personajes parecen avanzar al menos un par de lustros en la historia del cine. 

Pero el contexto es el presente, o al menos un presente alternativo al real, en el cual los teléfonos celulares y la compraventa de bitcoins conviven con los peinados afro y algunos vestidos y trajes de corte netamente retro. Fontaine (John Boyega) es un pequeño traficante de drogas en un empobrecido barrio negro conocido como Glen. Sus “asuntos” cotidianos incluyen atropellar al soldado de un narco contrincante y apretar al fiolo que le debe plata, pero el final de esa noche no es como el de cualquier otro: a Fontaine lo revientan a balazos. Claro que al otro día se levanta como si nada hubiera ocurrido, pero lo que en principio aparenta ser un nuevo relato inspirado en el concepto central de Hechizo del tiempo se transforma velozmente en otra cosa.

El debut como realizador del guionista Juel Taylor (Creed II) se inspira claramente en las enseñanzas de Jordan Peele, con las ansiedades y angustias afroamericanas a flor de piel enmarcadas en un relato fantástico que funciona como metáfora de todos esos malestares. Como quien no quiere la cosa, como si se tratara de una versión black and proud de la pandilla de Scooby-Doo o un derivado de las novelas de Nancy Drew, citadas literalmente en el film, Fontaine, acompañado del proxeneta Slick Charles (muy simpático Jamie Foxx) y la prostituta Yo-Yo (Teyonah Parris) descubre un imposible plan supremacista destinado a mantener el statu quo, la separación de clases entre blancos y negros, merced al control mental. El hecho de que la confabulación incluya un ingrediente secreto en el pollo frito y también en los productos capilares para alisar cabellos que se venden en el barrio introduce otro fuerte elemento satírico, basado en estereotipos culturales de larga data.

Más temprano que tarde aparecerán los dobles perfectos de algunos habitantes de la barriada, culminación de la noción de intercambiabilidad en el “gueto”, algo que sólo el trío heroico conoce y parece dispuesto a enfrentar y destruir. No todo funciona diez puntos en El clon de Tyrone, pero la película maneja muy bien la mezcla de tonos, en la cual brilla por encima de todo el humor, dosificando gags y novedades narrativas. Rodada en lo que parece un formato fílmico granuloso (aunque seguramente se trate de un efecto de posproducción), al cual se le agregaron, para potenciar el efecto de época, esas “marcas de cigarrillo” de antaño que señalaban un cambio de rollo en la cabina de la sala de cine, el auspicioso debut de Taylor intenta y logra en cierta medida poner en valor el género cinematográfico como plataforma para la discusión política. Sin perder nunca la posibilidad de la diversión, desde luego. La banda de sonido, que cruza el rhythm and blues de ayer y de hoy, es una delicia.

EL CLON DE TYRONE - 6 puntos

They Cloned Tyrone; Estados Unidos, 2023

Dirección: Juel Taylor.

Guion: Tony Rettenmaier y Juel Taylor.

Duración: 122 minutos.

Intérpretes: John Boyega, Jamie Foxx, Tayonah Parris, Kiefer Sutherland, David Alan Grier.

Disponible en Netflix.