A Anyi la vida le cantó retruco y ella le respondió con un quiero vale cuatro. Su reciente segundo disco, Luz de perla, que presentará el sábado 5/8 en Niceto Club (con Mora y los metegoles), es una demostración de crecimiento en su sonido, voz y letras. Reticente a las definiciones, la artista mendocina de 26 años prefiere explicárselo al NO usando las palabras de una amiga que le dijo que el primer álbum, Crucero cristal (2019) era "el crucero que va por la superficie, más cerca de la orilla", mientras que Luz de perla es "meterse a lo profundo para buscar la perla más brillante y traerla para arriba".
El choque entre alegría y tristeza es la esencia de esta nueva obra, en la que, además, la interpretación se nota más asentada. Su voz encontró una forma y una fuerza que fluyen naturalmente por diferentes momentos, desde la frescura hasta la melancolía. "Tenía un montón de canciones y de ideas, pero tuve una pérdida muy grande, mi abuela materna, que fue como una madre para mí; y también fallecieron dos amigos. El disco se tiñó bastante de duelo, y en ese sentido el proceso de Luz de perla me acompañó. De todos modos, me gusta mucho el contraste entre la luz y la oscuridad."
Si el disco fuera una especie de guión de un duelo, podría decirse que hay tres fases dando vueltas: la desolación en temas como Río causal o Chau te voy a extrañar; los amigos que te sacan a pasear para que salgas de la mierda, como las colaboraciones con Simona en Soy un volcán, con Isla Mujeres en Máscara de miel o con doppel gangs en Pista viva; y la siguiente extrañación y reafirmación de que seguís entera, como en Algo, Música bailando o Pido un deseo.
El álbum está producido por Elmalamía, y fue un proceso creativo de experimentación y madurez: "Fui jugando un poco con lo que cada canción iba pidiendo; o sea, tenemos desde una samba, pasando por un tema más punk, hasta un tema electrónico. Hay mucha mezcla".
Por otra parte, la participación de la poeta Flavia Calise fue clave en las letras de estas canciones, ya que había temas a los que les faltaban partes, como Esos que se aman se están por odiar o Máscara de miel. En algunos otros casos, algunas frases o palabras no se ajustaban. Se generó buena alquimia creativa entre ambas: "Flavia siempre estuvo muy cerca mío, demostrando también su interés y su admiración hacia lo que hago, y yo lo mismo hacia ella. Un día nos juntamos, empecé a mostrarle las canciones y fuimos escribiendo juntas. Ella iba bajando data del Más Allá. Así que estoy muy agradecida, y también siento que es algo mucho más grande lo que nos pasa, siento que vamos a seguir escribiendo juntas". Actualmente, de hecho, la poeta la está ayudando con el show de presentación del disco.
Anyi comenzó su carrera artística en la fotografía: retrataba bandas durante la época del esplendor del manso indie, ese movimiento de bandas nacidas en Mendoza que la pegaron en la segunda mitad de la década pasada. Se refiere a este período como un furor que pasó: "Fue un movimiento exclusivamente de varones, y aprendí bastante en ese momento, siempre desde la fotografía. Se disolvió naturalmente, como todos los movimientos. Fue un boom donde hubo mucho foco en Mendoza, y estuvo buenísimo lo que pasó, salieron unos discazos en ese momento".
- ¿Y hoy cómo ves aquel concepto del manso indie?
- Hoy a mí me cuesta un poco todo lo que es encasillar. Me gustaría que encontremos una nueva palabra o nombre, o que no pongamos nombre y simplemente entendamos que la música es de la música y para la música.
► Has recorrido un largo camino, muchacha
Dedicarse a la música fue parte de un proceso personal, no hubo un momento preciso en el que le cayó la ficha: "Decidí de una forma natural dedicarme a la música en 2018, como un método de salvavidas. Entendí y encontré en ella algo muy poderoso, que en su momento la fotografía ya no me estaba brindando. Empecé a trabajar un montón de cosas personales, sanar y conectar con toda esta energía hermosa".
Aun así, la fotografía siguió ayudándola, pero de otra manera. Su aporte es fundamental a la hora de crear sonidos: "Cuando estoy en el estudio o cuando quiero generar algún tipo de sensación, siempre acudo a lo visual. Ahora, por ejemplo, me imagino algo acuático y azul, o algo tropical y colorido. En la sensopercepción todo está bastante entremezclado".
De todos modos, la música estuvo en ella desde siempre. Los sonidos de su niñez tuvieron como protagonista a Charly García, aunque a ella no le gustara. "De chica no lo quería, me generaba cosas negativas. Tuve una infancia bastante difícil, y Charly era el soundtrack de todo ese momento. Uno de mis primeros recitales fue verlo en Mendoza, cuando se tiró del (Hotel) Aconcagua. Lo vi en su peor momento y me acuerdo que yo no entendía lo que le pasaba a ese hombre. De grande empecé a entender un poco, a conocer más su música, y me enamoré. Él me marcó bastante."
Además, Miranda!, cuya influencia se percibe en su obra, le salvó la infancia. "Yo tenía mi walkman, ponía Sin restricciones, y mientras alrededor mío todo era un caos, yo escuchaba ese disco. Una de las primeras veces que me visualicé en un escenario, esto lo recordé más de grande, fue escuchando Miranda!"
En eso de dedicarse a la música, se mudó a Buenos Aires, pero no salió bien la primera vez. Aunque tenía una "energía de expansión", no se bancó el ruido y movimiento constante. Regresó a Mendoza y finalmente volvió a intentarlo hace dos años. Habitó la gran ciudad de otra forma: "Pude entender que hay algo muy lindo acá, encontré dentro de todo este ruido un poco de paz. El movimiento de alguna forma me impulsa a seguir generando cosas. Así como me gusta ese ruido, también me gusta irme a Mendoza y estar tranquila y volver. No me imagino viviendo en esta ciudad para siempre, pero al mismo tiempo no sé qué va a ser de mi vida; simplemente disfruto ahora de estar acá tocando, a pesar de que hay días donde quiero apretar un botón y que se apague todo el ruido. Amo Buenos Aires y es mi segunda casa".
- ¿Cómo vivís los shows, el escenario, considerando que te dedicas a la música hace poco?
- Al comienzo lo vivía con mucho malestar, mucho miedo, muchos nervios, no entendía qué estaba haciendo. Sentía que el escenario era un lugar de peligro. Había algo muy intenso ahí que con el tiempo lo fui desamurallando, y entendí que ese lugar no era peligroso, sino un espacio de poder en el cual podía encontrar encontrar mi brillo y simplemente ser lo que soy frente a los demás. Esto fue algo que, viniendo de Mendoza, un lugar tan conservador, me costaba mucho, como vestirse como uno quiere para salir a la calle o teñirse el pelo de azul. Le daba mucha entidad a la palabra del otro.
- ¿Cómo trabajaste eso?
- Con el pasar del tiempo y cada escenario, fui entendiendo que era una cosa mental y que por algo estaba ahí, que la música me llevó hasta ese lugar y que no era solo para mí sino también para los demás. Empecé a recibir ese amor y fue muy lindo. Es simple lo que pasa: como lo es un árbol que da una fruta y no está mirando qué fruta da el otro árbol. Esto es lo que puedo dar a esta vida, esta vida que se va a pasar en dos minutos o no. Cuando conectás con esa simpleza, ya está, es cuestión de ir aprendiendo. Me decía una profe de canto que para cantar hay que ser generoso, entonces hay que abrirse; es un trabajo que estoy haciendo hace tiempo y siento que ahora puedo dar un poco más de mí.