Hace una semana, el psicoanalista Alejandro del Carril escribió en este diario un artículo llamado “Por qué los votan”, donde analiza el nexo entre abusos políticos, económicos y sexuales y el supuesto autosacrificio masoquista anal del votante argentino -mayoritario o no- que sigue, a pesar del sufrimiento, eligiendo a la alianza neoliberal gobernante mediante una operación piscológica de desmentida y renuncia subjetiva, algo así como “los voto aunque me hagan doler el culo, porque mi dolor es mi placer cuando siento que en un futuro idílico también yo podré sentarme con los elegidos a la diestra del dios mercado, una vez que lave mis culpas de excluido del sistema”.
Para ello, acude al caso clínico de dos pacientes-votantes, uno ex preso que, luego de su paso por la sádica prisión, debió hacerse varias operaciones en el ano y el recto, y otro que vive con VIH-sida. ¿Cómo se explicaría su adhesión al macrismo? En el masoquismo anal. Queriendo desplegar en la escena política argentina a Freud, del Carril infantiliza al votante, lo convierte en un niño abusado (feminizado) como aquel alumno Rufino Varela, del Cardenal Newman que menciona en el artículo, por uno de los curas más antiguos. Si los del colegio de la élite en el poder -digo yo- crecieron bajo la clandestinidad escolar de un papi tan obsceno, qué se podrá esperar de esa cofradía cuando pasen del rol de púberes pasivos al de adultos activos, es decir cuando se conviertan en ciudadanos viriles libres, agresivos y con aptitud para el poder y la penetración, como decían los giegos..
Tanta literalidad en ese esfuerzo por traer a presencia a Freud y la cadena que liga pasividad-narcicismo-homosexualidad-culpabilidad ha irritado con razón a quienes, amplios practicantes y defensores del placer anal transitoriamente desubjetivador (el sujeto del poder-meter que renuncia a esa facultad) como resistencia a un orden represivo y a la pulsión de muerte, repudiamos lecturas fáciles que, originadas en un hombre brillante como Freud, han sido y seguramente seguirán siendo reinterpretadas con mayor talento y mejor estilo, como lo hace sin duda Slavoj Zizek en ¿Adónde va el Edipo?
Zizek también analiza la emergencia del sujeto del neoliberalismo en el contexto de declinación del orden edípico -la autoridad simbólica paterna- y el retorno fantasmático de padres obscenos, la figura del maestro abusador, y también los déspotas dentro del orden totalitario del mercado: la agencia espectral que de algún modo establece el equilibrio. Pero evita repetir la fórmula agotadora de la masa votante minorizada, feminizada, enculada por sus líderes que son los mediurgos del mercado. Y, menos aún, el clisé de la historia clínica iluminadora de los prejuicios propios del analista.
El ritual sadomasoquista que invoca del Carril es aquel donde quien adopta la posición sumisa -la del supliciado enculado- es culpable de que la Argentina sea llevada al abismo que nos presenta el sádico neoliberal. Su ano sería objeto de un placer culpable, con consecuencias devastadoras para el orden simbólico de la Patria, la política y la economía. Así, el psiconalista nos regresa a la antigua Grecia para denostar el vergonzoso voto a Macri. No se pregunta por qué lo votan, sino que se dedica a explicarnos valiéndose de herramientas que no pertenecen exclusivamente a la sociología ni a la teoría política, sino a su cruce con el psicoanálisis. Pero nos coloca, con su goce explicativo, frente a una aplicación flojita del sadomasoquismo, como si ahí no existiese un intercambio de roles, y el sádico entonces jamás se autoimolara en el ejercicio despótico del poder. Los que sienten placer en ser penetrados con una dosis de brutalidad carecen, pareciera, de conciencia para comportarse como ciudadanos libres.
Recuerdo a un pariente que trabajaba en la célebre cátedra del epistemólogo Gregorio Klimovsky y, por tanto, detestaba a Heidegger. Una tarde ensayó una provocación, una boutade, que me hizo reír de tan arbitraria: el “ser para la muerte” heideggeriano podía sintetizarse en la frase “por cuatro días locos que vamos a vivir”. El artículo de Del Carril puede ser sometido a otra síntesis socarrona tan propia del macho argentino, como la de ese taxista que, indignado contra el votante de Cambiemos, me dijo: “qué va a hacer, a los argentinos nos gusta que nos cojan de parado”. Así de fino. Yo hubiese querido decirle que a mí me encanta, pero que no por eso voto a Mauricio.