Las palabras reviven la fuerza que traía el agua del río Salado aquella noche del 29 de abril de 2003, cuando la inundación partió en dos la vida de 130.000 santafesinas y santafesinos. A Gloria, la despertó una vecina a la 1 de la madrugada del 29 para decirle que el presidente de la vecinal había pasado a avisar que levantaran las cosas, que se venía el agua. Vivía en el barrio Chalet, una zona de trabajadores a pocas cuadras del club Colón de Santa Fe. Esperaban unos dos metros de agua, una altura ya inédita en esa zona, pero fueron más de cinco: durante veinte días permanecieron allí, sobrepasando los techos, y transformaron el barrio en un lago. Esa madrugada, cuando todo estaba por suceder, Gloria y su hija Soledad (de 27 años, madre de dos niñas pequeñas) empezaron a levantar mueble sobre mueble, a acomodar la ropa arriba de los roperos, a embalar pocas cosas para irse por dos o tres días a la casa de un familiar. Fue la primera noche sin dormir. Lo más valioso –la heladera que estaban pagando en cuotas, el lavarropas, los televisores– lo pusieron a la mañana siguiente en una camioneta y lo llevaron a la casa de unos primos, en el barrio Centenario, pensando que allí no pasaría nada. También lo perdieron. Esa misma mañana, cuando había que tomar la decisión de irse, el intendente de Santa Fe, Marcelo Alvarez, dijo por la radio que los barrios Chalet y Centenario no corrían peligro, que no se evacuaran. “No se los voy a perdonar nunca, mientras viva me la deben”, dice Gloria. Medidas desacertadas, negligentes (en el mejor de los casos) y criminales que dejaron a la tercera parte de la población santafesina indefensa frente a una catástrofe poco “natural”, aunque los gobiernos de Carlos Reutemann y el de su sucesor, Jorge Obeid, se esfuercen en calificarla así. Dejar inconclusa una defensa que debía parar el agua y que el río se colara por esos metros sin construir; decirle a la gente que se quedara tranquila, cuando horas después 23 personas iban a morir ahogadas sin haber sido advertidas de la furia del agua: dos de las actitudes que la Justicia está investigando. La denuncia penal contra los funcionarios gubernamentales que tuvieron algún grado de responsabilidad por “incumplimiento de deberes de funcionario público y estrago culposo” está en manos del juez Diego de La Torre.
Para la justicia santafesina, la causa está a punto de prescribir, pero en la memoria de Gloria todo está presente. Es como una película en continuado. El largo relato no escatima detalles, pequeños detalles para los demás, pero historias en las que, para ella, se cifra gran parte de su vida.
Con la radio en la oreja, ya sin luz, el 29 de abril a la mañana su marido Leonardo todavía no había salido cuando escuchó a Alvarez instando a los vecinos a permanecer en sus casas. Tenía dificultades para caminar, pero no quería irse, prefería quedarse, cuidar esos 140 metros cuadrados cubiertos y otros 100 de patio que eran su hogar, el que había levantado con tanto sacrificio en más de cuarenta años de trabajo. Para que aceptara el traslado, Gloria tuvo que retarlo y así salieron en una camioneta; Soledad llevaba la ropa de sus dos nenas chiquitas en la parte de atrás y se tapaba de la persistente llovizna con un colchón.
La última postal de su casa tal como era la persigue. Muchas noches Gloria se despierta y recuerda con nitidez objetos que atesoraba: algún mueble, alguna prenda, una reliquia familiar.
El relato se detiene con detalle en cada uno de ellos. “Cada cosa que había en mi casa tiene un valor incalculable para mí, porque lo peleamos durante toda una vida. Cada vez que podíamos comprar algo, era una satisfacción, siempre vivimos de nuestro trabajo. Estábamos acostumbrados a vivir con dignidad: sin ningún lujo, pero con dignidad”.
Apenas bajó el agua, Gloria fue con sus hijos menores (la mayor vive en Buenos Aires) a ver la casa en ruinas. Habla del barro espeso que encontró en el piso, de la forma en la que estaban los muebles abandonados, se le deshacían en las manos. Y habla del olor. “Con lo que tuvimos que tirar a la vereda se hizo una montaña más alta que el techo”. Las pocas cosas que pudo rescatar, las lavó en la quinta de un familiar, en pleno invierno a la intemperie. Para limpiarlas debía remojarlas en varios fuentones con lavandina. “Volvíamos con los dedos ateridos de frío por tanto trabajo en el patio, porque tampoco podíamos entrar todo ese foco infeccioso en la casa”.
Después de tirar la mayoría de los muebles y de rescatar muy pocas cosas, Gloria se fue de la casa y se fue a vivir al departamento prestado por un familiar en Rosario. “El día que nos mudamos a Rosario, dejamos toda nuestra vida atrás. Volvimos a empezar de cero”.
“A mí el gobierno no me dio nada. Toda la ropa que tengo me la regalaron. Perdí todo.” Gloria muestra el jogging gris, la remera blanca, las zapatillas. Todo, producto de la solidaridad. Como no tenía muebles, cuando llegó a Rosario iba hasta un supermercado cercano a pedir cajas de manzanas, que forraba con engrudo y el papel de revistas viejas que le regalaba una vecina. Así pudo poner la ropa recibida desde diferentes lugares. Era una experiencia nueva para ella: “Siempre vivimos de nuestro trabajo”.
De a poco, le fueron regalando muebles. Sobre una mesita de su departamento tiene una foto de su hijo y de su novia. Sólo se les ve la cara, y los bordes de la foto están blanqueados. “Esta, la salvé de la inundación”. Entonces, llora. Gloria se permite llorar sólo cuando habla de las fotos. Las perdió todas. Las de sus padres, el álbum de casamiento, los bautismos de sus tres hijos. “No puedo demostrar que alguna vez fui joven, que alguna vez me casé. No puedo demostrar que mis hijos fueron chicos”. Se quiebra.
Su marido murió en septiembre de 2004, después de 92 días de internación. “Nadie me va a sacar de la cabeza que murió por esto”, dice Gloria. Si bien ya estaba enfermo, sufrió el primer infarto dos días después de visitar por primera vez la casa en ruinas.
Cuando se cumplió un año de las inundaciones, Gloria asistió a la marcha para exigir justicia. “Nadie me va a devolver mis afectos ni a mi marido, no sé a quién echarle a culpa, pero los políticos no han hecho nada bien”, dice mientras busca la fuerza para seguir viviendo.
POSDATA: El 9 de marzo de 2020, la Cámara de apelaciones en lo penal de Santa Fe dejó firme una sentencia del 1° de febrero de 2019 en la que –dieciséis años después– el juez Octavio Silva condenó a los ex funcionarios provinciales Edgardo Berli y Ricardo Fratti por estrago culposo agravado por la muerte de 18 personas. El que fuera intendente de Santa Fe, Marcelo Álvarez, había muerto en abril de 2018. También Carlos Reutemann murió, en julio de 2021, sin que ninguna instancia judicial hubiera determinado su responsabilidad en las inundaciones de Santa Fe.
Fragmento de un texto publicado en Las 12, a dos años de las inundaciones de Santa Fe, con el título "Catástrofe artificial" e incluido en el libro publicado por Brumana Editora, que recopila artículos de Sonia Tesa publicados sobre todo en el suplemento Las12. Esta nota tuvo una derivación artística: En abril de 2006 se estrenó en la ciudad de Buenos Aires la obra teatral "Ajena", dirigida por Guillermo Cacace, con13 actrices y un actor, que representaban este texto.