Queridos deudores, oras y oros: ¡tranquis!

Quise comenzar esta columna con un mensaje apaciguador, que exude alegría popular y lleve armonía a los mercados (porque cuando elles se ponen nervioses nos descuajeringan a todes), y, la verdad sea escrita, no se me ocurrió mejor expresión que aquella con la que inicio este texto.

Es verdad que falta muchísimo, o muy poco, según la percepción temporal de cada uni, para el 13 de agosto. Y también es verdad que, al menos en el plano imaginario, el 13 de agosto se juega, no una fecha de la Superliga ni de la Supercopa ni de la Supercalifragilísticadosa , sino de… ¿nuestro destino? ¿Nuestra suerte? ¿Nuestra hamburguesa con chédar de cada día dánosle hoy? ¿Nuestra fe de erratas? ¿Nuestra condición humana? ¿Nuestra chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos? ¿Nuestra inmaculada concepción del país? ¿Nuestro tema para charlar con los amigos el lunes siguiente? ¿Nuestra causa de angustia tan necesaria para la próxima sesión de terapia? No lo sé, pero parece que algo de todo eso se juega.

Y me detengo en la palabra “juega”, porque muchas veces se la asocia con la niñez. Diría entonces que, el domingo 13, seremos como niños a quienes llevan casualmente a la escuela, donde vamos a practicar cómo se eligen candidatos, para poder hacerlo bien cuando seamos grandes.

Francamente, no creo en eso que acabo de escribir, pero pareciera que algunas propuestas electorales, sí. Esas que dicen: “Quiero invitar a todos mis compañeritos a jugar a mi casa, menos a Cristina, porque tengo miedo de que ella agarre mi chocotorta de cumpleaños y la reparta entre todos los chicos y las chicas del barrio”, o: “Vamos a jugar al poli-ladron: yo me quedo con todo el litio, y los polis se dedican a pegarles a los que protesten, porque esos son los ladrons”, o: “Hay que construir las cosas entre todos, con algunos sí, y con otros no”.

Al final, la figura más lúcida del espectro opositor va a terminar siendo el excandidato a intendente de Córdoba, con esa frase que le va a permitir un extraño –y quizás no glorioso pero sin duda merecido– paso a la Historia: “Muchachos, los hice venir al pedo”.

¡Esas son frases, cambiemitas! Y no “todo o nada”, “seamos halcones”, “voy a investigar quiénes protestaron, para multarlos” y demás pavadeces, que, en un país con una coyuntura un poco menos delirante, les harían perder los pocos votos que jamás deberían conseguir, pero que, con un debate tan corrido a la ultraderecha, se hacen posibles.

La interna ultramegarrecontragigaderechosa se ha vuelto más digna de un juego de computadora para adolescentes que a un intercambio de ideas entre personas que comparten un mismo espacio político y que, se supone, una vez superada la interna van a apoyarse mutuamente.

Quizá sea porque se ven ganadores en el espejo en el que ellos mismos se quieren mirar, un espejo biselado con litio y soja. No importa que cuando preguntan: “Espejito , espejito, ¿quién es el más votadito?”, el espejo les responda: “Según las últimas encuestas creadas por ustedes, ustedes”. Pero ya sabemos que los espejos muestran la derecha a la izquierda, y viceversa.

Y de las encuestas, vaticinios, presagios y pronósticos varios, ni les cuento. Es más, no puedo dejar de imaginarme un domingo 22 de octubre a la noche, en el que la Suma Patrífice –rodeada de Paul Singer, Joe Biden, Macron, Netanyahu, Lagarde, Vargas Llosa, Maurífice Magnum, la mascota de Javier Sin-ley que cambió de bando a último momento, Bolsonaro, Drácula, Freddy Krueger, Pinky y Cerebro, los hermanos Dalton y el Guasón– emita, ella también, esa que puede ser la frase fundacional de un nuevo movimiento histórico: “¡Los hice venir al pedo!”.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Kicillof-Magariof” , un nuevo estreno algo cosaco de Rudy-Sanz.