La drag queen y comediante chilena Stephanie “Botota” Fox, famosa por su humor de loca mala desbocada, suele preguntar a los hombres que suben al escenario en la discoteca santiaguina Fausto: “¿Eres activa, pasiva o moderna?”. Es una de las primeras preguntas que les hace, en una secuencia no tan distinta a la de los chats. En aplicaciones y sites, uno se deja seducir por ojos turquesa, por geometrías pélvicas o camisas y nudos de corbata; pero después de entrar el chongo por la vista, lo que quiere saberse es qué le gusta a la hora de coger porque uno prefiere creer que no hay tiempo que perder ni tampoco margen de error posible.   

Es que el bendito tema del rol -en instantes nos ocuparemos de esta palabra- tiene que ver con compatibilidades que tanto activos como pasivos estrictos en general se rehúsan a negociar. Botota  Es difícil imaginar una restricción autoimpuesta más penosa que el ajuste constante a una de esas dos categorías, dicho esto por una ultramoderna versátil por completo inobjetiva como quien elabora la columna que están leyendo. Por otra parte, el campo “rol” es tan elemental en sitios y apps de levante como el de “edad”, y es prácticamente autocompletado por todos. Ahora bien, ¿quién podría negar que los hombres versátiles tenemos una ventaja de goce por sobre quienes no lo son? Suelen verse perfiles que piden “sólo pasivos” o “sólo activos”, esto es, perfiles que pertenecen a personas que difícilmente acepten encamarse con un versátil porque desde su experiencia prefieren a alguien cuyos gustos sean los de complementariedad exacta a los suyos. Pija y culo, punto. Podríamos decir con todo placer que preferible es perderse a los estrictos antes que a los laxos, no sólo porque los segundos superan en número a todos los primeros juntos sino porque además, ¿qué tan graves efectos puede conllevar un encuentro fugaz con alguien cuyos gustos no estén claros a priori o no cuadren como piezas de encastre con los propios? Todo vínculo virtual que tenga como meta un encuentro físico se alimenta de informaciones hasta toparse con materiales. Y en ese devenir tridimensional puede ocurrir que quedemos restringidos a aquello que de nosotros mismos hemos construido para la mirada del otro, un otro que nos creerá más o menos, según prefiera y hasta ver traducido tipeo en tacto.     

Siempre es buen momento para reflexionar sobre la problemática de la penetración como sinónimo universalmente aclamado de relación sexual. Terminemos también con la idea de “rol” que perjudica a tantos. No estemos dispuestos a ver cómo una y otra vez nuestras ganas llevan uno entre tres nombres. Mi deseo lleva mi nombre... y no me llamo versátil.