La avenida Bicentenario de la Batalla de Salta, en la entrada al tradicional barrio de Tres Cerritos, se muestra exultante repleta de bares y restoranes que dan la imagen de una Salta moderna, pujante y cosmopolita. Acompañan el paisaje gran cantidad de proyectos inmobiliarios que transformaron completamente la zona, con torres de más de 20 pisos, a uno y otro lado de la avenida.
Sin embargo, con solo caminar dos cuadras hacia el oeste, el paisaje se torna color aurinegro; casas bajas y vecinos históricos que resisten la presión inmobiliaria y la modernidad foránea. Anzoátegui y Juramento es la intersección que surge como marca identitaria, donde las cuatro esquinas se ven totalmente pintadas con los colores del Club Peñarol, una institución que va camino a los 84 años de existencia, hoy conducida por jóvenes vecinos que transitaron desde changuitos las calles del popular barrio Villa Belgrano.
Nace el aurinegro
Iván Arjona espera a las puertas de la sede social. Candado por candado abre las puertas de cada una de las instalaciones para mostrarlas con orgullo, resaltando el esfuerzo colectivo y la unión barrial, pilares que sostuvieron, refaccionaron y ampliaron el espacio. “Al Club lo banca su propia gente porque lo quiere, por eso el Club siempre se sostuvo desde la mano y el amor del vecino”, reflexiona el hoy presidente de la institución aurinegra.
“Sobre la fundación del Club no hay una versión oficial, pero sí varias que coinciden en un relato similar: todos eran trabajadores migrantes, humildes, que formaron el barrio al costado de la calle Uruguay, zona histórica de la oligarquía salteña. Muchos de estos inmigrantes eran bolivianos, por eso se festeja hoy la Virgen de Urkupiña, entre otras tantas festividades, aunque también había de otras nacionalidades, pero todos eran obreros”, comenta Iván y agrega sobre el origen del nombre: "Se cuenta, aunque todavía seguimos sumando información, que como había un Peñarol en Uruguay que en ese momento tenía algunos jugadores extranjeros, se sintieron identificados con esta cuestión y le pusieron Peñarol, y adoptaron también sus colores, amarillo y negro”.
Frente a los estigmas de ayer y de hoy para con el club por su extracción migrante y popular, Iván remarca: “en este barrio de trabajadores también viven y vivieron muchos artistas que se identifican de alguna manera con el Club y con Villa Belgrano. A la vuelta funcionaba una imprenta donde se juntaban poetas; también está el Club de Bochas Río Segundo, de mucha referencia; es el lugar de la histórica comparsa Los Tonkas, donde hoy sigue funcionando Los Tonkitas, que es para los más chicos y sirve de escuela para que no se pierda esa tradición bien salteña. También Patricio Jiménez, del Dúo Salteño, era vecino, por nombrar algunos”.
Peñarol, alta escuela
“Recuerdo cuando era chico que había un vecino grande que le decían ‘Gardel’, que siempre salía a la calle y gritaba como si fuera un tango ‘Peñarol, alta escuela…’, desde chico me quedó eso en la cabeza”. Aquella frase de un antiguo y querido vecino de Villa Belgrano, terminó siendo el leitmotiv que empujó a las nuevas generaciones a involucrarse en la vida política del Club tomando las riendas y empujando hacia adelante el otrora sueño de inmigrantes.
“Mi historia siempre estuvo ligada al Club porque fui vecino desde siempre, mi familia es histórica del barrio. De chico me identificaba con los colores, iba a ver las inferiores, a ver los partidos en bicicleta o por la vía, caminando, donde se daban infinitas anécdotas. También cruzábamos el cerro caminando para ir a la cancha de Mitre, porque si cruzás el cerro desde acá, salís directo al autódromo y está la cancha. Muchas anécdotas hay de aquella Salta que vivimos de chicos”, subraya Arjona.
Aquellas generaciones de changuitos aventureros fueron creciendo, y el compromiso con Peñarol también. Así, la nostalgia y las ganas de seguir traccionando el sueño aurinegro resurgen una y otra vez cuando Iván habla de José Luis Taborga, presidente del Club hace pocos años y contemporáneo generacionalmente tanto con él como con otros vecinos que hoy llevan adelante los destinos de Peñarol. “Era vecino y amigo de la infancia. Él fue presidente del Club y para nosotros uno de los presidentes más representativos. José Luis inició una serie de transformaciones en cuanto a cómo pensar el Club, cómo valorizar el sentido de pertenencia, pero lamentablemente falleció en un accidente de tránsito”.
El fallecimiento de José Luis, si bien en un momento los paralizó, con el pasar del tiempo, la maduración y el proceso de recordarlo, terminó impulsándolos hacia adelante como una posta. “Luego de unos años, con un grupo de amigos nos decidimos, en alguna medida, a continuar su legado”.
Construcción colectiva
Sin duda uno de los rasgos distintivos de Peñarol es su raigambre barrial de antaño, que conserva en ella los lazos de solidaridad construidos entre las familias vecinas de la zona de influencia, y las nuevas que se fueron acercando gracias a las diversas actividades que desarrolló y desarrolla el Club.
Es en este sentido que el presidente del aurinegro comenta como muchas veces surgen las acciones solidarias y de ayuda mutua. “Viene un vecino y como ve que estamos trabajando bien, dona una chapa, y con eso hicimos un techo que nos hacía falta. Otro ejemplo es que este año hicimos vestuario nuevo pero tenía piso de cemento; vino un vecino y regaló el piso, ¡con lo caro que sale!. De repente viene el carnicero y dona todo para hacer un locro y juntar dinero para las inferiores. Entonces hay una colaboración muy grande, está presente el vecino, el barrio, en cada momento”.
El joven presidente del Club resalta una cuestión de suma importancia muchas veces invisibilizada: “tenemos la suerte de contar con un grupo de mujeres muy fuerte. Hay una comisión enorme de mujeres que jugó históricamente al básquet en el Centro Vecinal de Villa Belgrano, y que cuando le dijimos que había una posibilidad de abrir en Peñarol, ya estaban lijando, pintando, soldando, poniendo contenedores, levantando escombros, todas mujeres entre 50 y 60 años. Eso genera un sentido de pertenencia y un amor muy grande que se materializa en un Club que abre sus puertas de par en par a toda la comunidad”.
Otra de las grandes conquistas de Peñarol fue finalmente tener su cancha de fútbol propia. “Entrenábamos en las plazas y también teníamos que salir a alquilar, así era muy difícil competir con los otros equipos”. Sin embargo, la moneda caería para el lado del aurinegro cuando en 2011 se consagró por primera vez campeón del torneo anual de fútbol, argumento justo para reclamar al entonces gobernador un espacio propio. “Generamos unas cuantas movidas para que se visibilice el tema de que había un campeón sin estadio. Así logramos un terreno”.
Esta nueva conquista generó nuevos desafíos ya que el terreno que les habían cedido, cerca de la Universidad Católica, era un pozo que había que rellenar y que al mismo tiempo cedía año a año teniendo que agregar más y más tierra. “Tuvimos la suerte y el apoyo de la gran mayoría de los vecinos ya que hicimos muchas actividades de finanzas que permitieron pagar el traslado del material para rellenar, (así como) contadores, arquitectos y desarrollar proyectos, y con eso generar un Club abierto sin ‘matar’ al socio-jugador, porque nosotros sí creemos en los clubes sin fines de lucro, creemos en que si un chico no tiene para pagar la cuota, juega igual y lo resolvemos haciendo una rifa, un locro o lo que se nos ocurra”.
Ante el dolor, solidaridad
Dos hechos muy fuertes atravesaron la vida social de Peñarol en los últimos años. En 2019 a un jugador de la 6ta división, Joaquín Emanuel Sánchez, conocido por todos como el Ema, se le diagnosticó leucemia, enfermedad que requería un tratamiento oncológico muy costoso para su recuperación.
Allí, nuevamente las redes solidarias sacaron adelante una realidad que familiarmente no hubiera sido posible. “Fue un quiebre en el fútbol salteño ya que demostró la solidaridad de los clubes. Hicimos una movida en donde participaron todos los clubes, todos donaron camisetas, hasta trajimos a Ricky Maravilla y estaba toda la cuadra llena de gente bailando. Hoy por suerte Ema está jugando”, comenta Iván con orgullo y emoción de haber sido partícipe de aquella gesta.
Apenas dos años después, Peñarol sería golpeado con el asesinato de Nahuel Vilte, un joven vecino del barrio e hincha de Peñarol, episodio sucedido en el Parque San Martín de la capital salteña, que conmocionó a toda Salta.
“Lo de Nahuel para nosotros fue durísimo. Él era un chico de inferiores, su familia está muy arraigada al Club. Doña Cristina, su madre, es una mujer que está todos los días en el alambrado de la cancha, fue terrible para nosotros. Las marchas que se sucedieron por el pedido de justicia fueron multitudinarias, y en ellas había mucho amarillo y negro, porque el sentido de pertenencia es muy grande”, remarca Iván.
Hoy el Club se encuentra más vivo que nunca. Entre las sedes de Villa Belgrano y la cancha en zona norte, las actividades rebalsan de vecinos que ya superan ampliamente las calles del barrio que lo vio nacer: fútbol en primera, inferiores e infantiles, tanto masculino como femenino; futsal masculino y femenino; básquet femenino e infantiles de básquet; taekwondo mixto y boxeo, son las disciplinas que sostiene el Club.
El sueño de aquellos trabajadores migrantes dejó su huella y al mismo tiempo, la resistencia a la presión inmobiliaria, ya que tanto la sede de Villa Belgrano como inclusive su nuevo campo de fútbol fueron tentados en varias oportunidades para ser comprados; “esto no se vende”, sostiene con énfasis Iván, parado en la histórica sede de la calle Anzoátegui.
El humilde Peñarol, el Club de barrio de vecinos solidarios, locros pulsudos y socios carnavaleros, muestra que el progreso no solo se construye hacia arriba en forma de edificios, sino que el genuino progreso se acciona con los pies en la tierra, la mano tendida y la palabra como un valor irrenunciable. En eso anda Peñarol, continuando un sueño y renovando ilusiones.