La expulsión del paraíso y su consecuente desplazamiento al pecado orgánico, claramente, es una involución. El paso de un ámbito inmaculado a uno hediondo. De este amasijo procede la humanidad si nos atenemos al creacionismo.
Es por eso que nada es más conservador que un profeta. El sabe extraer fósiles del futuro y siempre anuncia que ocurrirá lo que ocurrió; un paraíso.
Es curioso cuando la gente retira la fe de un conjunto de significados, de ciertos saberes sobre asuntos del mundo, y esas lealtades migran a otros sentidos y se elaboran otras esperanzas.
No me refiero a la fabricación de sentido del poder, de elites consentidas engendrando mundos arbitrarios, sino a lo que queda por fuera de esa orbita.
Si todo es poder nada es poder, decía Umberto Eco.
Hablo de ese momento del tiempo en que las certezas se deshielan, comienzan a aguachentarse. Ya no amparan ni comprenden. Un ámbito placentario que también empuja hacia otro lugar, una expatriación de la dicha intrauterina. Parece un proceso indistinguible de la magia.
Es dificilísimo vertebrar cualquier trama sin un Judas, un contraste ético, la mismísima luciérnaga requiere de la noche para exponer su fulgor. Esparcir cláusulas victorianas para engrosar la barriga de la conciencia virginal.
La mañana es verosímil y entrañable porque soy crédulo. Pero si por algún indescifrable motivo, la mañana estallara en partes inconexas y ajenas. Si esa niña que le dice a su madre, con cierto aplomo: -¡En el futuro las flores serán horribles! -¿De dónde sacaste eso? -replica la madre. -¡Porque yo lo digo! -sentencia la niña. Y más allá, en otro rincón apartado de la mañana, un grupo de pibes se ríen, con notable tenacidad, de un compañero por su nombre inactual. Mas acá, un linyera, muerde un níspero mientras enciende un fuego inútil. Y en otro lugar una hormiga negra rodea un charco, a cierta distancia de sus costas, y cuya profundidad parece serle indiferente. Muy arriba, en el cielo, nubes de raras proporciones andan sin prisa, y cada tanto, ante una detallada observación, muestran tímidas variaciones. Y a veces, alguien cree ver a Jesús o la virgen en alguna nube antropomórfica, nunca a Judas.
¿Cómo es posible que no existan muchas y serias dificultades para comprender la mañana? ¿Que no resulte una ardua tarea entender cada asunto o cosa del mundo? ¿Que cada empresa del mundo no resulte una zahúrda babélica?
La magia de las hormigas no comprende ningún Judas, sus delgadas antenitas no emiten ninguna cláusula virginal y profética. En sus mañanas sobran infiernos y paraísos. Por ahora, esa hormiga camina sin que ningún dios o su traidor se inmiscuyan en su camino. Jamás, esa hormiga negra, injuria la realidad nombrándola.
Ellas siguen con determinación la intención de la naturaleza. Nosotros nos desafiliamos de esa intención, y rodamos por una ladera en un itinerario cuya estupidez rige oriente y poniente, una espantosa deriva de marcha a tientas donde poquísimas veces desarrollamos un sentido próximo a lo auténtico. Donde poquísimas veces, mientras avanza el terco desorden de los días, nos sustraemos del espanto, de ser la regurgitación de un Judas. A veces, poquísimas, por algún momento del tiempo, dejamos de ser seres erráticos, que pasean su fatalidad, famélicos de comprensión, enfermos de civilización, y, un lúcido bullir de las sangre en nuestras venas nos arrastra al amor o la aventura. Y como el hombre que conquistó el fuego o cambió el curso del agua por primera vez, o el que amó o se echó al mar por primera vez y sostuvo ese desconcierto. Y de algún modo ese candor y misterio se desliza olvidado de generación en generación y hace que la condición humana siga siendo humana.
Al menos por ahora, ya que, según sabemos, el futuro carece de nombres precisos.
Psicoanalista