La primera temporada de Lakers: tiempo de ganar resultó tan embustera y despampanante como el “no look pass” de su máximo ídolo. Más setentosa que ochentera, la serie cerró con el segundo título en la historia para el equipo angelino en 1980, el primero para la dupla de Magic Johnson - Kareem Abdul-Jabbar y el cimiento de lo que sería su dinastía posterior. Fue apenas una introducción de lo que llegará por HBO y HBO MAX el próximo domingo 6 de agosto, es decir, estos nuevos siete episodios vienen con el “showtime” como etiquetado frontal. Ese concepto que incluye un básquet híper ofensivo, seducción y espectáculo como epítome de la NBA moderna, y tendría que haber sido el título de esta producción. Irónicamente, la primera escena será entre insultos y cortes de manga para los de camiseta amarilla. El equipo californiano acaba de vencer de visitante a los Boston Celtics en el partido inicial de las finales de la temporada 1984. Suena el “Let’s Go Crazy” de Prince y sí, es hora del show.
“No queremos un anillo más, queremos el suyo, queremos su corazón”, brama Pat Riley (Adrien Brody parece haber nacido para este rol) entre sus dirigidos. Lo sabe Jerry Buss (magnético John C. Reilly), el propietario de la franquicia: si los angelinos quieren dejar su huella en el básquet tienen la obligación de masacrar a los del duende verde. Es que no hay Lakers sin la sonrisa amplia y fanfarrona del base (Quincy Isaiah). No hay Celtics sin Larry Bird (Sean Patrick Small), dueño de un juego, mentalidad, bocaza, imagen y bravura tan opuesta como perfecta a lo que representaba Johnson. “Realmente me cae muy mal este hijo de puta”, dice Magic luego de que el rubio le dedica un triple. La serie explora esa competencia más allá de la lucha de egos, funciona muy bien en términos dramáticos y metáfora de lo que hay detrás de la cultura estadounidense con su obsesión por los ganadores.
“La magia está de vuelta”, dirá un cancherísimo Johnson frente a los flashes de las cámaras. Cuando se apagan la cosa es distinta. Que haya una mega celebridad no facilita el día a día en el vestuario. El quid de Lakers: tiempo de ganar, entonces, precisa del otro lado del espejo, por lo que representan sus rivales y los propios demonios internos de sus personajes. El gran ejemplo está en el doctor Buss, quien maneja la marca Lakers como una extensión de su virilidad mientras lidia con su propio legado familiar. O el del coach Paul Westhead (frenético Jason Segel) que intenta llevar su “sistema” para la obtención de un nuevo título y se sabe en el ojo de la tormenta. El showrunner de la propuesta, Max Borenstein, dijo que la máxima influencia para este arco fue El imperio contraataca. Ninguno de los protagonistas está cómodo con lo que ha obtenido y es claro que cada uno siente el acecho de un Darth Vader personal.
Centrado en el lustro '80-'85, este nuevo tramo de Lakers: tiempo de ganar funciona muy bien como documento de época. “El básquet es el deporte de los ‘80”, es el mantra de Jerry Buss. A eso se le adosa una estética burbujeante y tono testosterona desde la apertura. Se mantiene la ruptura de la cuarta pared como norma, múltiples puntos de vista, y texturas de imagen (del granulado cinematográfico a la imagen de transmisión televisiva por aire) que corresponden a ese período. No es la historia moderna de Los Lakers per se: es la fantasía añadida a ese relato. Hasta una remera con la cara de Magic que viste una fan guiña un ojo a cámara. ¿Y quién puede asegurar que eso no haya sucedido?