Producción: Mara Pedrazzoli
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Hood Robin
Por Ricardo H. Koss (*)
En Argentina los pobres pagan más impuesto que los ricos. Y no sólo porque los ricos son minoría sino porque la presión impositiva cae sobre los más desfavorecidos. Veamos el porqué de todo esto.
Los impuestos progresivos son aquellos en los que a medida que el ingreso crece, aumenta la tasa de imposición. En los regresivos, por el contrario, la tasa crece cuando el ingreso es menor. Imaginemos un ejemplo simple.
El Sr. A gana 100.000 pesos por mes y consume todo su ingreso para vivir. El Sr. B gana 1.000.000 pesos mensuales y consume sólo la mitad de su ingreso para vivir. Suponiendo que el único impuesto a los consumos fuera el IVA a una única tasa del 21 por ciento ¿Cuánto pagaría cada uno? El IVA contenido en el consumo del Sr. A es de 17.355,37 pesos (100.000/1,21*0,21) y en el del Sr. B de 86.776,86 pesos (1.000.000/1,21*0,21). Dicho de otra manera, la tasa efectiva del IVA para el Sr. A seria del 17,36 por ciento (17.355,37/100.000) y para el Sr. B del 8,68 por ciento (86.776,86/1.000.000)
De lo anterior podemos afirmar que cuanto mayor es el ingreso de la persona, menor será la tasa efectiva del IVA. ¿Y por qué sucede eso? Porque los pobres necesitan consumir todo lo que ganan para vivir y los ricos pueden ahorrar algo de su ingreso. Dicho en difícil, la tasa efectiva del IVA aumenta cuanto mayor sea la propensión marginal al consumo.
¿Y esto sucede con todos los impuestos? No. Solamente en aquellos incluidos en los precios de los productos. A este tipo de impuestos se los denomina indirectos, ya que quien está obligado a su pago no es quien lo soporta. En nuestro país hay un gran número de impuestos indirectos entre los que se encuentran el IVA, sobre los ingresos brutos, los impuestos internos, a los combustibles, a la electricidad y una larga lista de etcéteras.
Del total de los impuestos recaudados en Argentina (Nación + Provincias) el 70 por ciento corresponde a impuestos indirectos. Dicho de otra manera, la población con menos ingresos (asalariados, jubilados, informales, beneficiarios de planes, etc.) son los que soportan la mayor carga impositiva sobre sus ingresos.
¿Qué pasa con el 30 por ciento restante? Ahí prevalecen los impuestos directos ya que, en principio, quienes pagan el impuesto son los que tienen que soportarlo. En este grupo se encuentran los impuestos inmobiliarios, a los automóviles, sobre los bienes personales y el que debería ser el más emblemático de todos: el impuesto a las ganancias. Este impuesto tiene tasas progresivas respecto del ingreso y grava a las empresas y a las personas humanas.
Dado que en nuestro país hay empresas con posición dominante en el mercado, están en condiciones de trasladar el impuesto que deben pagar al precio de los productos que venden. ¿Por qué? Porque fijan los precios de la oferta con independencia de la demanda. Son las famosas “formadoras de precios”, que incluye a los productores de bebidas y alimentos.
Aquellas empresas que no tienen posición dominante, deben soportar la carga impositiva. Pero dicha carga es relativa. La ley 27.430 de 2017 estableció dos formas de cálculo de la base de imposición sobre la cual se aplica la tasa progresiva, según que tenga ganancias de fuente argentina (es decir, la generada por el desarrollo de la actividad en el país) o de fuente extranjera (es decir, la obtenida por el desarrollo de su actividad en el exterior).
Para las ganancias de fuente argentina se calcula el resultado en moneda argentina, pero se toma en cuenta un ajuste por inflación impositivo. Para las ganancias de fuente extranjera se calcula el resultado en moneda extranjera convertida al tipo de cambio de la fecha de cierre del ejercicio comercial. Ambos ajustes vacían de contenido a la base imponible, disminuyendo el impuesto a pagar.
¿Y qué pasa con las personas humanas? Los principales ingresos no ganados (resultado de compraventa bursátil de títulos valores, diferencias de cambio, actualizaciones e intereses de plazo fijo) están exentos del impuesto. Eso sí, los dividendos están gravados, pero a una tasa del 7 por ciento (paga el mismo porcentaje el dueño de un conglomerado de empresas que un pequeño accionista).
Quedan por verse los ingresos ganados (sueldos, jubilaciones y honorarios) y aquí los perceptores, viendo lo que hacen las empresas, presionan para aumentar las deducciones personales, logrando de esta forma también disminuir la base de imposición.
Y todo esto hace que el impuesto a las ganancias se esté transformando en un impuesto inútil al vaciar el contenido de su base de imposición.
En resumen: el 70 por ciento de la presión impositiva del país recae en quienes tienen menos capacidad de ahorro. Del 30 por ciento restante, la esperanza es el impuesto a las ganancias. Pero de este impuesto, cobrado tanto a empresas como a personas humanas, hay cada vez más excepciones y exenciones. Dicho de otra forma, nuestro sistema tributario es del tipo Hood Robin: le saca a los más pobres para dárselo a los más ricos.
(*) Profesor de la UBA y miembro del Plan Fénix.
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La historia del IVA
Por Andrés Lambertini (**)
El Impuesto al Valor Agregado (IVA) grava el consumo, aplicándose sobre el valor agregado en cada etapa de producción y distribución de diversos bienes y servicios. Dado que alcanza a la gran mayoría de bienes y servicios producidos en Argentina, el IVA es el impuesto más importante de la estructura tributaria: es el que más recauda. Al mismo tiempo, es uno de los más regresivos.
La regresividad implica que su peso es mayor para los sectores de menores ingresos y menor para los de mayores ingresos. Esto, a su vez, está determinado por el hecho de que la proporción de los ingresos totales destinada al consumo es mayor para los primeros que para los segundos.
Los hogares de menores ingresos tienen una participación en el pago del IVA mayor que su participación en el ingreso total. Por ejemplo, el decil de menores ingresos (decil 1) paga un 2,6 por ciento del pago del total de IVA, mientras que se queda con un 1,1 por ciento del ingreso total de los hogares. Esto se mantiene hasta el séptimo decil. Para los deciles 8 y 9 la concentración de ingresos y de pago del IVA es similar. Para el decil 10, el de mayores ingresos (este decil acumula más ingresos que los primeros 7 juntos), si bien es el decil que más paga del total del IVA, su aporte es significativamente menor a su participación sobre el total de los ingresos de los hogares.
Ahora bien, vale preguntarse cómo llegó a ser así y si siempre tuvo estas características.
El IVA se creó en diciembre de 1973, durante el tercer gobierno de Perón, en sustitución de los Impuestos a las Ventas y sobre las Actividades Lucrativas, en el contexto de una reforma general del sistema tributario. Comenzó a regir más de un año después, en enero de 1975. Desde ese momento, se constituyó como uno de los impuestos más relevantes.
En su diseño inicial, el IVA tenía una alícuota general del 13 por ciento y una diferencial del 21% (por ejemplo, para restaurantes, hoteles y autos). Además, comprendía una extensa lista de exenciones, entre las que se destacaban los medicamentos y los alimentos. Las alícuotas superiores para bienes y servicios considerados superfluos o que representaban una manifestación de riqueza, además de las numerosas exenciones mencionadas, determinaban que el impacto de este impuesto sobre la distribución del ingreso fuera progresivo.
La tendencia creciente del peso del IVA en la recaudación se afirmó durante los últimos años de la dictadura cívico-militar: hacia 1980 se generalizó el universo de bienes y servicios alcanzados y se eliminaron exenciones. Se estableció una nueva tasa general más alta, pasando del 16 por ciento en 1976 al 20 por ciento, y una del 5 por ciento para alimentos y medicamentos, hasta entonces exentos. Además, se realizaron modificaciones sobre otros impuestos, como la eliminación de los aportes patronales, que redujo significativamente los recursos provenientes de la Seguridad Social. El IVA se convirtió en un impuesto regresivo y en el más relevante de la estructura tributaria.
El gobierno de Alfonsín constituyó una breve pausa en el proceso de generalización y modificación del IVA. Por un lado, la alícuota general se redujo al 18 por ciento en 1984. Por otro lado, se incorporaron exenciones que achicó su universo imponible como intento de reducir su impacto regresivo sobre los ingresos. Además, en 1988 la alícuota se redujo nuevamente, alcanzando el 15 por ciento.
Con la asunción del gobierno de Menem, se aplicaron un sinfín de reformas económicas que modificaron profundamente la estructura económica y social de la Argentina. Muchos de estos cambios estructurales perduran actualmente, y tal es el caso del IVA.
Se destaca una ampliación de la base imponible, abarcando a la gran mayoría de los bienes y servicios comercializados domésticamente, y, si bien esta ampliación fue inicialmente acompañada por una reducción de la alícuota general al 13 por ciento, como los resultados recaudatorios no fueron los esperados, antes de empezar el año 1991 la alícuota ya era del 15,6 por ciento. En ese mismo año se incrementó al 16 por ciento en julio, y al 18 por ciento en agosto. Finalmente, se incrementó al 21 por ciento en 1995, alícuota vigente actualmente. Estos incrementos sucesivos, la generalización de la base imponible y la aplicación de cambios administrativos y de control de evasión, no solo consolidaron al IVA como el impuesto más importante de la estructura tributaria en términos de su recaudación, sino que también cimentaron y profundizaron su carácter marcadamente regresivo.
Desde la vuelta de la democracia, Argentina tiene pendiente una respuesta a los problemas estructurales de pobreza y desigualdad. El período 2003-2015 constituyó un avance muy significativo en ese sentido, aunque desde entonces se ha vuelto a retroceder.
La respuesta a estas demandas debe venir acompañada de repensar la estructura tributaria: cuanto más peso ocupe el IVA, más regresiva va a ser la estructura en su conjunto. Además, más va a depender de un buen desempeño de la economía: en épocas de recesión, al caer el consumo, también cae la recaudación. Esto hace que el IVA sea un impuesto “procíclico”.
La estructura tributaria hacia la que apuntar no solo debe ser lo suficientemente robusta como para dotar al Estado de recursos para financiar políticas públicas inclusive por fuera de períodos de crecimiento, sino que, además, los impuestos pueden (y deben) funcionar en sí mismos como una herramienta de redistribución progresiva del ingreso.
(**) Economista del Centro de Investigación de Economía Nacional (CIEN).