El universo que Tebas representa en esta obra dirigida por Corina Fiorillo puede ser, en parte, la cárcel donde Martín Santos transcurre sus días. O ese lugar, más bien, puede ser lo que hay dentro de esa cárcel, una cancha de básquet en la que él practica ese deporte y donde recibe cada tanto las visitas de Federico (Lautaro Perotti) que hace de un director que proyecta llevar al Teatro San Martin una obra sobre el parricidio. Martín Santos (la duplicación en los nombres y roles es un juego permanente) es su objeto de estudio e inspiración, por supuesto, porque está preso por matar al padre (un padre que lo maltrataba, pegándole y llamándolo "puta"). La propuesta de Tebas Land no es convencional en el sentido narrativo porque busca exponer, a la manera de un biodrama, la investigación previa a la escritura de la obra y los recursos teatrales normalmente velados al público. Asi, por ejemplo, esa cancha o esa cárcel se revelan de pronto como la escena dentro de la escena y Martín pasa a convertirse en Gerardo Otero, el actor que lo interpreta. En medio de este complejo tejido en el que la realidad dentro de la ficción va cambiando de posta, esta versión de Edipo, una dramaturgia laberíntica escrita por el uruguayo Sergio Blanco, encuentra salida a la tragedia a través del amor entre los dos personajes, el preso y el artista, o el actor y el director. La atracción entre ellos va abriéndose camino en una compleja teatralidad en construcción a la vista de lxs espectadorxs. Decir a la vista, no es en este caso ingenuo: Edipo se arrancó los ojos después de que conoce que ha dado muerte a su padre. El mirar, lo visible y lo que no se puede ver, son significaciones muy presentes en las decisiones tomadas por Fiorillo para narrar esta historia. La elección de la canción de Sandro "Por ese palpitar" (que tiene tu mirar) que los protagonistas escuchan mirándose a los ojos, o el uso de recursos visuales (proyección de fotografías, algunas morbosas, y la filmación de lo que sucede en vivo), son algunas de ellas. Lo que esta directora supo hacer, sin dudas, fue componer y definir una atmósfera. Una atmósfera que va reforzándose durante las casi dos horas que dura Tebas Land, una obra que se niega a resolver un conflicto argumental. La tensión en el aire, junto con el dinamismo de las acciones y los diálogos, mantienen a lxs espectadorxs atentxs, sin caer en zonas muertas, fiel al estilo intenso de Timbre4. La atracción homoerótica entre los personajes tampoco afloja: es obvia (hasta se preguntan "te gustan los hombres? Te acostarías conmigo?"), pero latente, el contacto físico ente ellos prácticamente no se produce. Es más que interesante que se trate de dos varones bisexuales, que en ese momento gustan uno del otro, porque desafía la falsa idea de que una salida "correcta" del Edipo sería la elección del género "opuesto" como objeto de deseo. Un mal psicoanálisis rectificado por el buen teatro, no en un centro de salud sino en un espacio cada vez más cultural y gay como es este creado por el grupo de Claudio Tolcachir.
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