Alfredo Hlito (1923-1993) fue cofundador del grupo Arte Concreto-Invención en 1945, junto con Tomás Maldonado, Raúl Lozza, Enio Iommi, Lidy Pratti y Manuel Espinosa, entre otros.
El nombre del grupo, tomado del Konkret Kunst de Van Doesburg, Max Bill y Hans Arp, establecía una fuerte disputa contra el arte figurativo y la abstracción lírica. Como sucedía con casi todas vanguardias, la de Arte Concreto-Invención funcionaba en relación con la política. En el “Manifiesto invencionista”, publicado en la propia revista del grupo con motivo de la primera exposición, en el Salón Peuser de Buenos Aires, en 1946, decían: “La estética científica reemplazará a la milenaria estética especulativa e idealista. Las consideraciones en torno a la naturaleza de lo Bello han muerto por agotamiento. Se impone ahora la física de la belleza. No hay nada esotérico en el arte; los que se pretenden ‘iniciados’ son unos falsarios... Todo arte representativo ha sido abstracto. Sólo por un malentendido idealista se dio en llamar abstractas a las experiencias estéticas no representativas… La materia prima del arte representativo ha sido siempre la ilusión… Formidable espejismo del cual el hombre ha retornado siempre defraudado y debilitado… Practicamos la técnica alegre. Sólo las técnicas agotadas se nutren de la tristeza, del resentimiento y de la confidencia...(Estamos) contra la nefasta polilla existencialista o romántica. Contra los subpoetas de la pequeña llaga y del pequeño drama íntimo”...(Debemos) Exaltar la óptica”.
El propio Hlito –quien además de pintar, escribió y teorizó sobre arte– varios años después explicaba, bajando el voltaje de aquel manifiesto, que “en los años ‘45, ‘46 quisimos hacer una transformación en la pintura argentina, basándonos en las corrientes que recién empezaban a conocerse, pertenecientes a países septentrionales. Es decir, se podría reivindicar que nosotros hemos incorporado a la Argentina una influencia artística. Queríamos emparentarnos con ese movimiento de transformación tan grande que hubo en Europa durante y después de la Primera Guerra Mundial: desde el cubismo hasta el suprematismo, asociado con la Bauhaus, en fin, todo lo que pertenece a las primeras décadas del siglo”.
En su constante práctica de escritura y reflexión, Hlito decía en 1958 que “sin las palabras, la obra de arte permanecería encerrada y confinada en su singularidad material”.
A mediados de los sesenta surgió en su obra una suerte de personaje al que llamó “efigie”, que evocaba con ambigüedad una articulación entre abstracta y figurativa.
El artista vivía en aquel tiempo en México y la efigie se transformó en “una terca permanencia” que lo acompañó hasta el final.
La exposición Alfredo Hlito. Una terca permanencia, que cuenta con la curaduría de María José Herrera e incluye más de un centenar de obras -pinturas, bocetos y textos- muestra los caminos de la efigie, personaje icónico del artista, desde principios de los años 70 hasta 1993, cuando pintó sus últimas obras.
La particular geometría de Hlito es, simultáneamente, una teoría de la pintura, un modo de pensar el cuerpo y el plano, de organizar el espacio de la tela, de reflexionar sobre el funcionamiento del color, desde la perspectiva de la percepción, hasta el punto de dejar las huellas de las correcciones durante el proceso de ejecución y las grillas que subyacen a ciertos fondos tenues. Desde una buscada síntesis y economía de la imagen -que no excluyen el goce del color, la textura y la pincelada-, su obra comenzó racionalizando la idea de movimiento y ritmo, de plano y color.
En la última tapa, sus “efigies” entraron en un estado de metamorfosis. Pasaron de ser un modo de pintar la idea del cuerpo genéricamente, para acercarse a una evocación antropomórfica. Como si sus últimas efigies hubieran abierto una instancia dramática, teatral, que padeciera, en clave pictórica, los mismos conflictos que el hombre. La proverbial austeridad y contención de la obra de Hlito se vio conmovida en los últimos años por un desborde sutil, en el que las figuras se volvieron, ahora sí, personajes.
Según escribe la curadora, la muestra “se vale de las diferentes instancias visuales que el artista produjo (pinturas, dibujos, textos) para narrar el devenir de su propia mitología de seres de ficción que, no obstante, simbolizan creencias sagradas y profanas de todos los tiempos y culturas. Una cosmogonía de la humanidad que se nutre de los temas y estilos de la historia del arte universal. Símbolos, arquetipos, intuiciones existenciales y premoniciones nos acercan al proceso creativo de un artista en permanente autoanálisis de su práctica y con un oído muy cercano a su inconsciente”.
* La exposición Alfredo Hlito. Una terca permanencia, sigue en las salas 37 a 40 del 1er piso del Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473), de martes a viernes, de 11 a 20, y sábados y domingos, de 10 a 20, hasta el 15 de octubre, con entrada libre y gratuita.