Ahora, cuando todo parece estar mal y muchos se desalientan ante el ensañamiento, la venganza y la perversidad de tantas decisiones de este gobierno estafador, es cuando más hace falta ser autocríticos, reflexivos y propositivos.
Cierto que cuesta muchísimo superar la bazofia comunicacional que ataca al pueblo argentino a toda hora, como es arduo enfrentar con ideas y argumentos el platal publicitario que los protege y bastardea el lenguaje.
Pero bueno, es lo que hay y nosotros tenemos lo que tenemos. Y con ésas nuestras armas, que son la Constitución, la paz, el trabajo y la decencia, el desafío ha de consistir en mejorar el camino ya iniciado hacia la recuperación de la esperanza, enderezando lo torcido y llamando a las cosas por su nombre.
Porque todo esto no va a durar. Hay que saberlo y predicarlo, y no se afirma aquí como cuestión de fe sino como inevitable resultado natural y lógico de tanto desatino, de tan pésimo gobierno y de tanto resentimiento de clase (ahora de los ricos).
Y no va a durar –tenemos que saberlo– porque no hay manera de aguantar tanta noche, para decirlo con el poeta italiano Giuseppe Ungaretti. Es imposible soportar tanta mentira, tanto robo sofisticado, tanta pobreza y miseria crecientes, y tanta entrega –una vez más– de nuestro patrimonio. De modo que si por votos llegaron, por votos los correremos.
Hay pueblos que se doblegaron, cierto, pero no tenían ni tienen la historia de lucha que tenemos nosotros. El peronismo no ha muerto ni ahí, el kirchnerismo tampoco y el largo repertorio de derechos sociales sigue siendo la bandera. Y no están muertos el radicalismo de Yrigoyen ni la estirpe socialista de Alfredo Palacios. Y todavía hay gente sensata en la izquierda argentina.
Pero es cierto también que se cometieron muchos errores. Y hay que reconocerlos aunque a muchos no les guste la autocrítica, y es inútil explicarles que si tanto les cuesta es por eso mismo: porque deberían hacerla. Sobre todo algunos que tuvieron responsabilidades. Y ni se diga los que se aprovecharon o burocratizaron, o los que creyeron que ser gobierno era para siempre, o una joda militante. Vamos, que hubo muchísima inmadurez en los doce estupendos años que vivieron las grandes mayorías argentinas, necio es negarlo.
Hay que recuperar aquello, pero con laburo bien orientado antes que con voluntarismo. No de otro modo plasmaremos la recuperación de la dignidad y la equidad social, o sea la soberanía en todos los sentidos.
Por eso hoy las grandes mayorías, los laburantes, la gente decente que votó y acompañó, tienen derecho a protestar y a estar expectantes. Incluso los que votaron a estos tipos de buena fe, ilusionados con cambios y transparencias. Como muchos docentes, y muchos científicos, y muchos deportistas, y muchos pequeños empresarios y muchísimos trabajadores. A los cuales no tiene sentido acusarlos hoy de nada, ni preguntarles irónicamente qué opinan. Se están jodiendo igual que nosotros, y también los preocupa el futuro. Basta entonces con ayudarlos a que se den cuenta. Lo cual es difícil sobre todo si pertenecen a esa siempre difusa y vaga categoría social llamada clase media. Categoría de buena gente, sí, pero que siempre parece empeñada en cumplir con el viejo apotegma que dice que “las clases medias cuando están mal votan bien, y cuando están bien votan mal”.
El presente argentino exige paciencia y firmeza. Serenidad y principios. Decencia y coraje. Autocrítica y propuestas novedosas y profundas. O sea lo diferente de lo que hay en el aire polucionado de las grandes ciudades. Porque sólo lo diferente sacará a nuestro país del pozo. Solamente lo inesperado y lo intransigente resulta esperanzador en la medianía después de la estafa.
Bueno será, por lo tanto, que los que se alistan para las batallas electorales que vienen, si son sinceros en sus propósitos, se dispongan a no ceder ni un milímetro en materia de voto electrónico y otras mugres. Y bueno será que sepan, desde ya, lo que muchos/as argentinos ya sabemos: que los seguiremos apoyando por todo lo bueno que hicieron, pero con memoria de las macanas, torpezas y corruptelas que les sirvieron en bandeja a estos bandidos.
Que todo debe ser dicho, y dicho claro, porque si no se entenderá todo mal. Que sepan que no hay cheque en blanco, y que en el futuro seremos mucho más exigentes. Radicales en el mejor sentido de la palabra para una nueva educación cívica como la que no se tuvo en los últimos 25 años, por lo menos.
No de otro modo se reconstruye una nación. Libre, Justa y Soberana, claro que sí, pero no tonta y engreída, ni distraída y autocomplaciente.
Nunca más lo que le pasó a muchos kirchneristas, sinceros y de los otros, que creyeron que se podía gobernar con lameculos, de los que hubo tantos que a algunos se los ve todavía rodeando a la ex presidenta. Que también hay que decirlo. Y es que no caben silencios cuando nos va en ello la próxima victoria sobre el macrismo y la derecha neoliberal y protofascista que hoy gobierna.
La reconstrucción debe encontrar a los kirchneristas decentes junto a los trabajadores, los radicales de Yrigoyen, los socialistas de Palacios. Como decimos en El Manifiesto Argentino: la voluntad sincera de cambio nace de la voluntad de modificar la realidad, los sueños y los imaginarios en beneficio de las mayorías. El cambio en la vida en sociedad siempre debe orientarse hacia el mejoramiento de la calidad de vida. El cambio implica la adopción de medidas que modifican rumbos y hay que ser serios, y muy responsables, para convencer a la sociedad de que esos cambios son posibles. Y es claro que lo son. Necesarios y urgentes pero sobre todo posibles. Porque sí, se puede. No nos dejemos robar también esas palabras que son nuestras. Es el primer paso hacia la victoria.
La estafa y la esperanza
Este artículo fue publicado originalmente el día 31 de octubre de 2016