El 16 de junio del año 1972 es una fecha que quedó registrada en la historiografía del rock argentino a raíz de un concierto que tuvo lugar en el Teatro Atlantic, ubicado entonces en el barrio porteño de Monserrat. Allí, empujados por el entonces director de la Revista Pelo, Daniel Ripoll, un grupo de cancionistas se reunió para dar una especie de bautismo de fuego a una corriente que desde hacía tiempo ya se venía manifestando en el submundo de la entonces música progresiva autóctona.

El concierto se inmortalizó como “El Acusticazo” y encolumnó a artistas de la talla de León Gieco, Litto Nebbia, que actuó junto a Domingo Cura, Raúl Porchetto, Gabriela, David Lebón y Edelmiro Molinari. Aunque también hubo lugar para otros artistas cuyos nombres y repertorios resultan menos familiares para el desarrollo posterior de aquel movimiento iniciático: Raúl Roca, Carlos Daniel, Miguel Krochik (que una década más tarde iba a fundar los hoy míticos Estudios Panda) y dos hermanos oriundos de Castelar, Miguel y Eugenio.

“La Pelo” que describe el concierto señala que la actuación del dúo mostró una formación que estaba “cada vez más afilada”, razón por la cual lograba crear “climas y situaciones de expresiva transmisión”. Miguel y Eugenio Pérez habían comenzado a transitar su camino como dúo desde comienzos de la década del setenta, luego de haber probado suerte como parte de algunas formaciones de corte beat, se habían dejado seducir por la corriente folk que empezaba a bajar cada vez con más fuerza desde los Estados Unidos a partir de referencias epocales que marcaron a fuego la música global.

Justo en el momento en que se buscaba instalar la discusión entre el “rock pesado” y el “rock suave”, la revista que por entonces promovía y hegemonizaba los debates al respecto en nuestro país publicaba la primera nota dedicada al dúo, en su número 26, sugestivamente luego de una nota sobre el proyecto llamado Bola de Destrucción, que por entonces reunía a Pappo, Enrique Gornatti, Néstor Paul y Rubén Lezcano. En uno de sus giros maradoneanos más recordados Pappo diría años más tarde que esa corriente acústica desembarcó en el rock argentino para “ablandar la milanesa”.

Miguel y Eugenio eran oriundos de Castelar, el oeste bonaerense, su participación en el concierto del Atlantic llegó para empezar a consagrarlos entre un público que ya los había visto actuar en el Festival B.A.Rock y que esperaba por el primer disco que iba a ver la luz apenas unos meses más tarde. Habían tomado el primer contacto con el naciente rock argentino sobre finales de la década anterior, cuando con la progresiva inglesa como principal influencia. De hecho, como muchas de las agrupaciones iniciáticas del movimiento en nuestro país, habían tomado la decisión de avanzar hacia la costa bonaerense para poder mostrar su repertorio, principalmente integrado por versiones propias de las canciones que más los movilizaban.

En ese contexto, un accidente marcó su destino. Las carpas en las que paraban durante el verano de 1971 se incendiaron y, con ellas, sus guitarras eléctricas. Volvieron un año más tarde, con dos acústicas.

“Son unos de los pocos artistas del movimiento de música popular moderna que tienen claramente definido un derrotero y un objetivo dentro de ese marco. Sin alardes ni exteriorización demagógicas, carentes de cualquier tipo de promoción y encarando la organización de sus propios trabajos, los dos hermanos tienen muy ideas muy claras en cuanto a lo que sucede y sucederá en el campo de música y las artes populares”, escribe “un redactor de Pelo” a la hora de presentar el disco editado por el sello Trova en 1973.

El LP contó con la participación de notables músicos invitados, muchos de ellos, también participantes del histórico concierto en el Atlantic: Litto Nebbia, Domingo Cura, Horacio Fumero, Oscar Moro y León Gieco. A lo largo de once canciones el grupo sumaba su aporte a una corriente que se ubicaba dentro de las más novedosas de aquella escena en la que grupos como Arco Iris, Sui Generis o Pedro Pablo se sumaban a las primeras manifestaciones acústicas, que luego iban a incorporar a otros actores de renombre como los dúos Vivencia y Pastoral.

Cuando hablaban de su obra, se reconocían como amantes de la poesía y proyectaban las posibilidades de la música acústica a partir de las composiciones. “Una de las mayores virtudes que tiene lo acústico es la intimidad, un tipo de comunicación que no existe en formaciones más complejas. Es un tipo de música que requiere mayor concentración y atención por parte del espectador y eso es parte de nuestra propuesta, porque queremos que el público participe y reflexione con quien canta: eso es la comunicación”, decían al explicar el sentido de su quehacer artístico.

Como rasgo característico de lo que aquellos años se reconocía como música progresiva, el dúo tomaba elementos que provenían del folklore, el tango y la música latinoamericana, pero también elementos que identificaban desde la música hindú y la griega. Descontando el sonido dylaniano que se reconoce en alguna de las canciones de ese disco que se llamó “En Junio”. 

En diálogo con su tiempo histórico, Eugenio le reconocía a Pelo que el dúo aspiraba a “una unidad amplia de América Latina”. “Y pensamos que sus primeros frutos se van a dar en la interrelación de arte de cada uno de nuestros países”, agregaba. El disco es contemporáneo a otras obras que dialogan intrínsecamente con esa idea, como la ópera “Sudamérica” de Arco Iris, el debut de Gieco, los primeros dos discos solistas de Roque Narvaja -“Octubre, mes de cambios” y “Primavera para un valle de lágrimas”- “Despertemos en América”, de Nebbia, o la versión de “La Misa Criolla” del grupo Gorrión.

En aquella entrevista publicada en Pelo durante mayo de 1973, en medio de la transición entre la victoria electoral del Frente Justicialista de Liberación (FreJuLi) y la asunción de Héctor Cámpora, Miguel reconocía que “el arte en general y la música en particular tienen una función limitada políticamente pero son útiles para acompañar un proceso general”. “De todos modos, pensamos que la canción tiene un determinado poder de concientización que hay que estudiar, respetar y saber utilizar bien”, advertía en torno a uno de los debates que cruzaban a la juventud de aquellos años. “Para una mayor lucidez general, la diferencia entre arte alienante como factor de dominación y arte revolucionario, esa distinción es vital para el público muchas veces conducido con sutileza”, agregaba Eugenio. “Pero entre los artistas, antes de hablar de revolucionario o reaccionario es necesario hablar de arte. Porque nosotros hemos tenido experiencias de gente que quiso hacer arte revolucionario y terminó haciendo panfletos y olvidó la poesía y la música. Pienso que siempre es importante conocer los límites políticos del arte” cerraba el concepto su hermano y compañero de dúo.

Con el paso de los meses, el dúo empezó a incorporar una banda de apoyo para sus actuaciones en vivo y hacía 1974, ya incorporaron teclados y vientos. Para su última época eran acompañados por Miguel Ángel de la Iglesia en el bajo, Roberto “Toto” Moscovich en percusión y María Cristina Sanchéz, en batería.

Para la segunda parte de la década, el dúo incorporó a otros dos hermanos, Pablo y Diego, para dar origen al grupo Aucan, otros de los grandes hitos iniciáticos en la fusión de raíz progresiva, que incorporó los ritmos latinoamericanos que marcaron el pulso de la música joven de los setenta, a la par de la psicodelia y las grandes orquestaciones de la música sinfónica. Pero esa historia, es parte de otra canción.