Buscar en la raíz desde la improvisación. Por ahí pasa el credo artístico de Martín Robbio, una de las figuras más inquietas entre las que buscan por el costado criollo del jazz. Radicado en Río de Janeiro desde hace un año, el pianista y compositor regresa a Buenos Aires para dar cuenta de un nuevo trabajo, el séptimo como líder y el primero en quinteto, una formación con la que orienta los principios básicos del tradicional trío hacia búsquedas sonoras más complejas.
Lo azul del fuego, se llama el disco de músicas propias que presentará este jueves 3 a las 21 en Café Vinilo (Estados Unidos 2483), junto a Federico Siksnys en bandoneón, Juan Bayón en contrabajo, Nicolás Politzer en batería y Jorge Pemoff en percusión, los mismos músicos con los que grabó en julio del año pasado, antes de partir hacia Brasil. Como invitados se sumarán el pianista Hernán Ríos y el percusionista Facundo Guevara.
“La música del quinteto es la combinación de varios aspectos”, dice Robbio apenas iniciada la charla con Página/12. “Me interesa mucho la improvisación, por supuesto, y desde ese concepto proyecto los caminos para posibles desarrollos. Como punto de partida hay cosas escritas, incluso con mucho detalle, pero lo que más me importa es la interacción que se da a partir de ahí”. Puesto a buscar definiciones para lo que hace, el pianista elige la idea de "música de raíz": "Podríamos hablar de folklore, de jazz, pero en este caso no sabría hasta qué punto las definiciones ayudan. En general me atraen muchas músicas, pero me cuesta mucho definirlas por géneros. De todas maneras sabemos que la cosa no es tanto encontrar una definición, sino saber qué se puede hacer con eso, hacia dónde ir. Mi manera de encarar ese proceso está muy definida y parte de la interacción, del intercambio, por eso prefiero pensar ampliamente en términos de música de raíz. Siento que ahí aparece una forma de sinceridad que me justifica”, explica.
“Eterno retorno”, una especie de malambo que juega con los desplazamientos rítmicos, abre un inspirado muestrario de temas en los que una fuerte impronta rítmica resulta definitoria. “Este es un disco muy trabajado en este sentido. La música de América es muy rítmica, algo que por ahí no pasa con los folklores europeos, y esa raíz rítmica es la matriz de esta música”, asegura Robbio. Si bien no necesita estar siempre en la superficie para hacerse escuchar, la energía de la chacarera aparece en temas como “Cambio de piel” y por momentos apela a su memoria de marinera peruana en “Digno de fe”, el tema que cierra el disco con el mismo carácter con el que había empezado.
“Kiricocho”, con una notable muestra del uso del arco por parte de Bayón en el solo central, aporta la gracia del huayno y “Colastiné”, homenaje a Juan José Saer, trae melancólicos aires de zamba que enseguida se posan delicadamente sobre “Children Song”, de Thelonious Monk. Hablando de aires melancólicos, el inspirado “Sufi”, lleva en su abstracción claras tonalidades marca Dino Saluzzi, un género en sí entre los desarrollos musicales interesantes que se han hecho en esta parte del mundo. “Siempre tuve en la cabeza que si alguna vez ampliaba la formación tenía que ser con un bandoneón, que es un instrumento que me fascina, por lo dúctil y lo expresivo. Por supuesto que en este contexto esa sonoridad remite directamente a Saluzzi, y esa es una inspiración que me atrae”, confirma el compositor.
La charla en torno a su música se prolonga y Robbio dice que la cepa de Lo azul del fuego está en Son, su disco anterior. “En realidad Lo azul del fuego podría ser una especie de desarrollo de Son, un trabajo con música, si se quiere, más bailable. Pero incluso la cosa viene de antes”, lanza. “Siempre me gustó y trabajé el trío de jazz –piano, contrabajo y batería–, pero la búsqueda de desarrollos rítmicos me llevó muchas veces a terminar en cuarteto, con Facundo Guevara incorporado en percusión. Esa formación con batería y percusión resultaba muy fecunda y en esa línea salieron varios trabajos”, continúa. “En el contexto de un trío de jazz ampliado, llegó el punto en el que se hizo inevitable pensar en un instrumento melódico, un saxo, una trompeta, por ejemplo. Pero no dudé en que el bandoneón podía dar un toque tímbrico decisivo. Además, poder contar con un tipo como Federico (Siksnys) significaba mucho más que eso. La cosa se dio y creo que el quinteto funciona muy bien sobre esa idea que tiene que ver con lo inesperado”.