Julia no te cases 7 puntos
Argentina, 2022.
Dirección y edición: Pablo Levy.
Guion: Pablo Levy, Ignacio Sánchez Mestre, Pablo Sigal.
Música: Nicolás Landa
Duración: 60 minutos.
Estreno: en el cine Gaumont exclusivamente.
“Yo quería vivir, no sabía cómo, pero yo quería vivir… ser feliz”. Este fragmento apenas del aluvional monólogo interior de Julia Azar, madre del director Pablo Levy, resume muy bien el núcleo de Julia no te cases, una película que adhiere a la larga lista de “documentales terapéuticos”, de esos que sacan los trapos al sol y que han surgido en el cine argentino (y no solamente argentino) de los últimos años. Pero si hay algo que distingue al primer largometraje de Pablo Levy en solitario –sus films anteriores los hizo siempre junto a su hermano Diego- de tantos ejemplos similares es la potencia dramática del relato de Julia. Que si no fuera el de una mujer formada en el seno de una estricta familia judía podría ser, por qué no, el de un personaje de una novela de Manuel Puig.
La voz de Julia –porque hasta el plano final nunca vemos a la Julia actual, solamente podemos seguir su imagen a través de fotos familiares y videos caseros- lo cuenta todo de su frustrante matrimonio con “Negro” Levy sin guardarse nada. Pero no es que tenga para hacer revelaciones terribles, ni relatos de abusos de ningún tipo. Por el contrario, el padre del director –que ya era el centro gruñón del comercio de telas de Novias, madrinas, 15 años (2011), de los hermanos Levy- es según la propia Julia “una buena persona, que tuvo la mala suerte de encontrarse con una mina como yo”.
Esa “mina”, sin embargo, que le cuenta todo a su hijo, de comienzo a fin, en distintas conversaciones que el director aclara al inicio en una placa “fueron grabadas sin su consentimiento” (aunque en un emotivo plano final tácitamente autoriza), lo único que quería era salir de esa prisión en la que entró solita, sin atender al consejo de su propia madre, que es el que le da el título a la película. Y esa prisión es la que supo construir durante siglos una sociedad patriarcal y una tradición familiar de la que ella siente que nunca pudo escapar, a pesar de que se separó tres veces de su marido, la última de manera definitiva.
En el medio siglo que abarcan los escasos 60 minutos de la película pasa toda una vida para Julia, casada en 1967 con un hombre del que se enamoró sin conocerlo y sin saber que “no sabíamos estar solos, no podíamos estar solos”. Una historia que sin duda es la de muchísimas mujeres de la generación de Julia, pero que Julia sabe contar como pocas. “Yo era una kamikaze”, reconoce. “Siempre hay uno que es el depositario de la novela familiar y yo tomo ese lugar, que es el de la transgresión”.
Si hay algo que surge en Julia no te cases -casi sin que el director necesite hacer nada, sencillamente por su propia ontología- es lo que las imágenes revelan de cada época, ya sea el triste grisor del Onganiato de las fotos del casamiento hasta los colores vulgares de los videos de la consabida visita a Miami y Disneyworld, a comienzos de los años ’90, cuando alguien del grupo familiar parodia a Menem y, en busca de un juego a otro, pronuncia divertido: ¡Síganme, no los voy a defraudar!”
La propia Julia, en el epílogo del film, reconoce de ella misma que “la mina que escuché sabe, tiene claro, entiende”, pero simultáneamente se sorprende, se desconoce. No sabe cómo pudo describir con esa franqueza y esa lucidez, como quien cuenta muy bien una película. Como cuando se mira en el espejo del personaje de Meryl Streep en Los puentes de Madison –la gran película de Clint Eastwood de quien Levy toma unas pocas imágenes- y reconoce que, como ella, no supo, no pudo abrir esa puerta para salir al mundo y ser feliz.