Primero fue la bikini, prenda de baño que -con el correr de las décadas- iría sumando parientas como el monokini, el trikini, el tankini y, cómo no, el discutido burkini, por poner algunos ejemplos. Hace casi dos décadas, volvió a crecer esta familia playera con un accesorio que, en su país de origen, lleva el nombre de nílóng fángshài tóutào, expresión china cuya traducción literal sería “máscara de nylon para protegerse de la exposición al sol”. El extraño facekini, como le han apodado en Occidente desde sus albores, es un pasamontañas, por lo general de colores fluorescentes, hecho de un tejido resistente a los rayos UV y apto para zambullirse en el agua. Cubre la cabeza y el cuello por completo, dejando apenas los ojos, la nariz y la boca al descubierto, no sea cosa que se asfixie quien se calza esta llamativa prenda que ha vuelto a ser noticia estas últimas semanas.
Y es que, aún sin ser novedoso, el facekini sigue ganando popularidad con cada temporada estival, alcanzando por estas fechas su momento de mayor plenitud, acorde a la prensa. Medios a lo largo y ancho informan del regreso a la gloria de esta pieza, último capricho de la moda china entre incontables bañistas que buscan el chapuzón en plena ola de calor abrasador, de temperaturas con picos históricos. Ver mujeres y algún que otro varón ataviados con estas máscaras chillonas se ha convertido en parte habitual del paisaje costero, e incluso más allá: cada vez son más las personas que adoptan el accesorio para pasear al aire libre, ya sea de visita a templos budistas, caminando por la Gran Muralla, etcétera.
Así lo confirma su creadora, Zhang Shifan, mujer que originalmente ideó esta prenda como protección para las picaduras de las medusas, además de los mencionados rayos UV: los facekini se venden como pan caliente, tanto en sus sucursales como en su tienda online. Shifan también diseñó el objeto, todo sea dicho, sacando provecho de ciertos usos y costumbres: en China no se lleva el bronceado; la tez blanca es un marcador de belleza para las culturas asiáticas. Para responder a este imperativo, damas y damitas se ponen entonces estos pasamontañas que, sí, las protegen de los efectos nocivos de un sol cada vez más arrollador, pero además tienen su costado inconfortable: puede generar flor de calorón, sudores, ocasional irritación, entre otros incordios sobre los que poco se habla.