Carlos Bianco, también conocido como el Carli, estimó una vez que con el ya legendario Clío de su propiedad, él y Axel Kicillof habían recorrido unos 80.000 kilómetros durante la campaña electoral con la que este último llegó a la gobernación de Buenos Aires. Por la época, algunos ofidios venenosos salieron a decir que, en verdad, Axel se subía al Clío, antes de entrar a los pueblos, porque en la ruta andaba a bordo de un auto más rápido y moderno. Chamuyos. Las poco más de 16.000 leguas transitadas las atravesaron con el autito de marras.

Sé que ya no es tan común medir distancias en leguas; parece un anacronismo o una paquetería de narrador. Pero, pensando en la campaña electoral de Axel o, más precisamente, en qué quedará de ella luego de los comicios, de repente me vi sumergido en “Las 12 a Bragado”, ese cuento sinfónico de Haroldo Conti. El título refiere a la Carrera de Fondo de las 12 leguas entre la tierra natal de Haroldo, Chacabuco, y la ciudad de Bragado. El héroe del cuento es el tío del autor, Agustín, un maratonista fuera de serie que devora el polvo del largo camino de tierra que, por entonces, unía ambas poblaciones bonaerenses, aunque el protagonista central es aquella pampa inconmensurable de los años treinta del siglo pasado, suspendida en un sopor que nos les permite a sus habitantes imaginar lo que vendrá en una década con el Estatuto del Peón y la nacionalización de los ferrocarriles, entre otros muchos avances del peronismo.

Agustín, cuenta Haroldo, es “un caballo desbocado” que tan pronto se da la largada en la Plaza San Martín, deja tras de sí al resto de los competidores que, como él, corren con “zapatillas de badana” en medio de una nube de polvo que se agiganta como el cansancio que los va ganando. El tranco largo y tenaz del tío Agustín va señalando los hitos que Conti marca a modo de mojones silentes: las avenidas Garay y Brasil, el almacén de Luis Stefano, el Bar Falucho, el cementerio y ese campo que se extiende sin otros límites que los alambrados de los terratenientes o el álamo Carolina (que se ganara la “Balada” homónima) sobre los pastos del gringo Cirigliano.

La mansa quietud de la llanura es cortada como por un rayo; es Agustín, puro hueso, firme y tenaz en su carrera, que da cuenta de aquel paisaje familiar, entrañable, con sus viandantes y curiosos a la vera del camino. Cuando Conti lo recuerda dice: “(…) Yo me suspendo y pienso, casi grito, ¡Ahí va mi tío, hijos de puta! ¡Miren qué lindo loco! Pasa como entonces con la terca y dura mirada clavada en el horizonte, con las narices anchas de viento, cavando el aire con sus largas, muy largas piernas”. Hasta que llegó el día en que aquel empecinado no se conformó con llegar en primer lugar a Baradero. Las 12 leguas le habían quedado chicas y siguió viaje hasta 25 de Mayo. Agustín era un hambriento de horizontes y, por esas cosas de la vida, su sobrino, que nunca fue peronista, lo inmortalizó en ese cuento maravilloso en el que aquel ímpetu del maratonista irrefrenable es toda una alegoría de la irrupción histórica de los trabajadores y el pueblo galvanizados en la identidad del peronismo.

Y ahora vuelvo al raid de las 16000 leguas de Axel a bordo del Clío de Carli  Bianco, en aquella campaña que, como dije, lo depositó en La Plata como nuevo gobernador de la provincia. Era un político sin estructura partidaria ni anclaje territorial; lo único que tenía para mostrar era su vocación de llegar a todas las cabeceras de distrito y de hablar con todos y escuchar a todos. No había aparato, apenas el Clío que, al igual que las piernas largas y huesudas de Agustín, lo llevaba de un horizonte a otro y siempre necesitado de llegar al siguiente.

La campaña con el autito fue todo un éxito. Axel no era, por entonces, un tipo conocido en los pueblos de la provincia, a lo sumo era recordado en algunos lugares por su desempeño al frente del Ministerio de Economía nacional. Tampoco existía, como ahora, una profunda crisis de la representación; lo que primaba era la bronca por la pésima gestión de María Eugenia Vidal y la esperanza de que este “pibe” joven volviera a poner los puntos sobre las íes. Lo consiguió, sin dudas, porque la mayoría de los intendentes sabe que para mantener la representación en sus territorios la foto con Axel es un pasaporte y, sobre todo, porque lo de “pibe” ya no le cuadra: el gobernador Kicillof, al igual que el veloz tío Agustín, no pareciera conformarse con llegar primero tras las 12 leguas, quiere ir “derecho al futuro”. El problema es que con el Clío ya no basta.

Dicho de otro modo: a diferencia de la campaña anterior, en ésta la falta de una estructura territorial que dé cuenta tanto del protagonismo ciudadano como de la imprescindible militancia que se haga cargo de las nuevas tareas es el más grave condicionante para ir derecho al futuro. El abstencionismo electoral está indicando que la crisis de la representación va mucho más allá del descreimiento en tal o cual candidato. Lo que está en cuestión es la certeza, tras cuarenta años de democracia ininterrumpida, de que la política sirve para cambiar esta realidad cada vez más asfixiante y oprobiosa. Y este tema ya no puede ser pasado por alto porque, en sí mismo, reclama de toda una estrategia de poder popular que no empiece ni termine en la gestión gubernamental. Desde luego que ésta será siempre crucial, pero el horizonte hay que comenzar a dibujarlo en los talleres y galpones, en los patios de escuela y en las salas de los hospitales, en los laboratorios de investigación, los asilos de ancianos y en los muelles, en los mostradores de los tenderos y en los teatros y en las plazas. El horizonte, el futuro de una nueva sociedad, no puede ser sino de carne y hueso.

Haroldo Conti, a propósito de la carrera de su tío Agustín, decía: “La gente resbala como una mancha oscura por el costado de sus ojos y, después del hospital municipal, se corta, se disuelve y cuando no hay más gente sólo queda por delante el camino pelado, el campo húmedo y la mañana olorosa”. Aquí, por el contrario, en esta otra carrera hacia el futuro, la gente debe estar llamada a ser protagonista y no una mera mancha oscura y resbaladiza.