Cuando mis viejos se separaron, mi mamá se volvió para Buenos Aires con nosotros cinco y mi papá se quedó a vivir en Olavarría, mi ciudad natal, a donde todos los hermanos volvíamos de visita de vez en cuando. La excursión tenía un sabor amargo, porque me recordaba la separación, mi viejo se había quedado solo en el departamento donde antes vivíamos los siete. Encima él era anestesista y no lo veíamos mucho, porque estaba en cirugía o dormía siesta para estar descansado para cuando lo llamaran de urgencia. Me acuerdo que había pocos muebles, dos sillas para cinco personas, y pocas tazas. Y todos los días se repetían, iguales.
Pero esos viajes también tenían un extra, que a mí me gustaba mucho: en su casa, yo podía mirar películas en VHS, porque papá tenía una reproductora, un aparato tecnológico que en esa época era un lujo. En el centro del living, estaba la tele, y debajo el aparato que le daba vida a las películas. Era como una invitación a la fantasía.
Estando ahí, íbamos al videoclub y alquilábamos varias. En una de esas visitas, cuando yo tenía diez u once años, alquilamos una película de la que ya había escuchado hablar y quería ver hacía rato: Top Secret, protagonizada por un jovencísimo Val Kilmer. Yo ya había visto ¿Y dónde está el piloto?, que era del mismo equipo creativo, pero algunos de esos chistes no me habían llegado o yo no los entendía, quizás por mi edad. Recuerdo muy bien estar en reuniones con gente más grande, donde pasaban el video de la película, y verlos a ellos descostillados de risa, y yo sintiéndome afuera de ese lenguaje, sin entender muy bien cuál era la gracia de esas situaciones.
Pero Top Secret fue como una revelación, una epifanía.
Varios años antes de que yo supiera que me quería dedicar a la actuación y a la comedia, me topé con esta película y no podía dejar de mirarla. Me parecían fascinantes todos los gags físicos y visuales (el pelo duro cuando se baja de la moto, la lupa y el teléfono gigante, la estación de tren que se movía, el abrazo donde rompen la guitarra) y especialmente la actuación de todo el elenco, esa manera super seria de encarar las escenas, parecida a la del humor inglés, de esos comediantes que pueden decir y hacer las cosas más disparatadas con una seriedad absoluta. Adoraba también la parte visual, los espacios, la ropa que me parecía divina, todo lo que veía me hablaba y yo lo disfrutaba muchísimo.
Así que este circo visual, por algún motivo, me hacía descostillar de risa a mí, con apenas diez añitos. Tanto que, me acuerdo, la vi nueve veces. Sí, nueve. Terminaba la película y apenas empezaban los títulos, iba a la reproductora, tocaba el botón de “Rewind”, rebobinaba la cinta hasta que escuchaba el tac avisando que ya estaba lista, apretaba el “Play” con alegría volvía a ponerla otra vez. ¡Y me volvía a reír de nuevo, como si no la hubiera visto! No quería irme de ese lugar, no quería dejar de hacer eso, y tampoco quería devolver la película. La tuvimos unos días más y me acuerdo que mi papá tuvo que pagar la multa por los días extra. No solamente repetía la película entera, en varios momentos la pausaba y me quedaba mirando y estudiando la imagen congelada en la pantalla. A pesar de la poca definición, del granulado o del rayado de la cinta, en contraste con los Ultra HD y 4K y todas esas experiencias inmersivas y perfectas de hoy, a mí esas imágenes me hipnotizaban.
Siempre recuerdo esa maratón. Hoy gastaría menos plata, por suerte en la era digital y de las plataformas no te cobran multas por no devolver la peli, ni por entregar sin rebobinar. Y cuando la frenás, se ven bien. Cuando estamos conversando mi hijo Simón (que tiene ocho años) y él quiere hacer un break, me avisa diciendo “pausate, que voy al baño”, y entonces me acuerdo del botón de “Pause” de esa casetera.
¡Top Secret operó como algo iniciático en mí! ¡Era una película para grandes, con grandes payasadas! ¡La ame! Y amé la manera en que me alegró esos días, que eran todos iguales, calcados, uno atrás del otro. Le metió rayos de sol a ese departamento, mientras yo estaba.
Después, con el tiempo fui descubriendo y cruzándome con mucha gente que ningunea a la comedia o el humor, que lo tratan como un sub-género, algo menor. ¡Como si fuera fácil hacer reír a alguien genuinamente! Pero en esas horas disfrutando tanto de esa peli, en contraste con otras que no me producían nada de gracias, yo ya había descubierto que no era así. Así que… ¡muchas gracias por acompañarme y enseñarme tanto, Top Secret!
Eugenia Guerty es actriz de teatro, cine y televisión, nacida el 22 de marzo de 1975 en Buenos Aires, Argentina. En televisión trabajó en programas como: Vulnerables, Campeones de la vida, Culpables, Hechizada, Para vestir santos, Aliados, El maestro y Campanas en la noche; entre muchos otros. Participó en la reciente serie de Netflix El amor después del amor sobre la vida de Fito Páez. En cine se destacó en: El día que me amen (2003), Güelcom (2011), Un amor (2011), La suerte en tus manos y Nosotras sin mamá (2012). En teatro integró los elencos de: Azul y la navidad de Lorena Romanín, Tarascones de Gonzalo Demaría, Toc Toc de Laurent Baffie, No me dejes así de su autoría, entre muchas otras.