Los hijos de los otros 8 puntos
Les enfants des autres, Francia, 2022
Dirección y guion: Rebecca Zlotowski
Duración: 103 minutos
Intérpretes: Virginie Efira, Roschdy Zen, Chiara Mastroianni, Callie Ferreira-Goncalves, Henri-Noël Tabary, Victor Lefevbre, Frederick Wiseman.
Estreno: Disponible en salas.
El gran éxito de la ficción se produce cuando alcanza la meta de crear una realidad paralela, una invención lo suficientemente verosímil como para dar fe de su existencia. Que esa construcción consiga además establecerse como un reflejo de lo real, haciendo que el espectador acepte por un rato al espacio de la pantalla como una extensión del mundo físico, representa un mérito adicional. Los hijos de los otros, quinta película de la cineasta francesa Rebecca Zlotowski, puede enorgullecerse de cumplir con ambos cometidos. Y todo a partir del dispositivo, en apariencia sencillo, de poner en escena un momento específico de la vida de una mujer. Pero no cualquier momento.
Rachel ha pasado los 30 largos cuando se encuentra en la encrucijada de dos caminos, que en su vida hasta ahora corrieron en paralelo. Por un lado conoce a Alí, hombre amable y cariñoso del que se ha ido enamorando como quien se desliza sobre copos de algodón. Por el otro, su ginecólogo le informa que si quiere tener un hijo, el momento es ahora. Alí tiene una hijita, con la que Rachel se encariña más rápido de lo que la nena la acepta a ella y ese vínculo funciona como un placebo. Y si bien no alcanza para saciar su genuina necesidad de ser madre, al menos le permite vivir la ilusión de estar cerca.
Los hijos de los otros coloca a su protagonista en una de esas situaciones emocionalmente ambiguas, en las que la felicidad no necesariamente implica satisfacción. O al menos no de forma plena. Desde la dirección, Zlotowski no solo se toma el tiempo para permitir que el personaje pueda procesar lo que le pasa, sino que también tiene en cuenta el tiempo que le demandará al espectador comprender y aceptar esos procesos. En ese sentido, la película realiza un crescendo emocional de alta precisión y nunca se resigna a dejar a nadie por el camino.
En tiempos de feminismos radicales, la directora y guionista se permite una mirada exenta de dogmas, más atenta a detalles de orden sensible. Por ese camino logra que lo político se manifieste con furiosa claridad, prescindiendo de subrayados dialécticos. Y hasta se atreve a jugar con el molde del final feliz. Pero sin apuestas obvias, dándole forma a un epílogo en el que la ternura y el amor menos pensados confirman que una película es capaz de hacer del mundo un lugar menos peor.
Parte del encanto de Los hijos de los otros tiene que ver con el compromiso emotivo que Virginie Efira asume en la interpretación de Rachel. Un trabajo soberbio que no se limita al carisma de la actriz, que es innegable, sino que se potencia en su capacidad extraordinaria de transitar y trasmitir los diferentes sentimientos y emociones que el personaje atraviesa. Que no son pocos. Efira consigue, por interposita Rachel, que el milagro de la empatía tenga lugar en una sala de cine, haciendo que cada espectador asuma los deseos y frustraciones, las alegrías y desengaños de la protagonista como si de los propios se tratara.
A tal punto llega esa identificación que hasta puede alcanzar el extremo de generar estima o animosidad por otros personajes, no siempre de forma justificada, dependiendo del vínculo que Rachel establezca con ellos en diferentes momentos del relato. Como si se tratara de una persona y no de un personaje, y como si esa persona fuera muy cercana. La actriz logra que su trabajo exceda el límite siempre elástico de la pantalla, produciendo no sólo una intensa ilusión de realidad, sino también de intimidad. Por eso, no es extraño salir de la sala pensando que la experiencia de verla -de acompañarla- justifica los 125 años que le tomó al cine llegar hasta acá. Con perdón de tanta hipérbole.