Que curioso. Toda la derecha política del país (y la ultraderecha y el fascismo) salió indignada a defender al general Roca, solo porque los representantes del pueblo elegidos democráticamente en Bariloche decidieron cambiar de lugar la estatua del militar, sacarla del centro cívico hacia un lugar cercano, para permitir que la plaza céntrica se convierta en un lugar de encuentros, de fiestas, de celebraciones, sin la presencia en bronce del cuestionado militar a caballo. Bienvenida esa decisión.
Sin embargo, un juez de Bariloche acaba de dictar una medida cautelar que prohíbe “cualquier obra sobre el mismo que pudiera modificar su ubicación y/o estado, con excepción de aquellas tareas que fueran necesarias para su mantenimiento y conservación". La medida rige “hasta tanto se resuelva la cuestión de fondo”. Es interesante ver hasta qué punto va a investigar “a fondo” este juez.
Que la derecha y la patria depredadora proteste contra los planes de mover al general es lógico. Roca es uno de sus padres, el que sentó las bases de la repartición de tierras en nuestro país, entregando las mejores tierras de la pampa y del sur a los socios de la Sociedad Rural. Desde aquella repartija del botín terrenal nada cambió. Todo sigue igual hasta hoy. Ningún gobierno impulsó una reforma agraria para reordenar esas tierras, nadie cuestionó la legitimidad de la apropiación de tierras por una docena de terratenientes. Lo que hasta hoy se llama "el campo“. Para el que no lo crea, vean el documental Awka Liwen.
Los defensores de Roca buscan las más diversas aristas para destacar su figura como comandante militar, ministro y sus dos presidencias. Que defendió la educación laica, se enfrentó a la iglesia, creó el registro civil y que justamente le dio la territorialidad al país tal como la conocemos hoy.
Justamente por esos logros arremeten contra aquellos que cuestionan la monumentalidad roquista. A mi padre, el historiador y escritor Osvaldo Bayer, se lo acusó de divulgar un “revisionismo mal entendido, fundamentalista y demagogo” porque propuso el derribo o traslado de sus monumentos y el cambio de nombre de las calles que llevan su nombre. No entendía ni consentía que la sociedad argentina siguiera considerando como héroe nacional a un genocida.
Para explicarlo, solía citar una crónica nada menos que del diario de la oligarquía y los terratenientes, La Nación, del 17 de noviembre de 1878, en plena Campaña del Desierto. En primera página, bajo el título “Impunidad”, dice textual: “El regimiento Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de guerra. Esa hecatombe de prisioneros desarmados que realmente ha tenido lugar deshonra al ejército cuando no se protesta del atentado. Muestra una crueldad refinada e instintos sanguinarios y cobardes en aquellos que matan por gusto de matar o por presentarse un espectáculo de un montón de cadáveres”.
La campaña militar del general Roca es nada más ni nada menos que un genocidio de los pueblos originarios que habitaban y practicaban la transhumancia en esas vastas y milenarias tierras. El despojo de sus tierras, de sus vidas. Sus comunidades, sus culturas.
Hay historiadores, como Pacho O’Donnell, quienes reconocen que “la Conquista del Desierto es, sin duda, el aspecto más criticable en la historia de Roca, por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico; también es criticable el destino que se dio a las extensísimas tierras conquistadas repartidas mayoritariamente entre la oligarquía agrícola ganadera de la época perdiéndose la gran oportunidad de copiar lo hecho por los Estados Unidos en el oeste ganado a sus pueblos originarios, repartida entre muchos propietarios”.
Lo que llama el “militarismo excesivo” nos recuerda a los excesos militares de la última dictadura. Malditos "excesos“ militares lo largo de las represiones de nuestra historia.
Y ese es el punto decisivo. El militar Roca pudo haber hecho cosas positivas en su gestion de presidente. Pero ningún monumento a Roca celebra esa gestión civil. Siempre aparece, en todos los monumentos, vestido de militar, a caballo, con el sable en mano, en medio de la campaña militar depredadora de culturas originarias. Mató y ordenó a matar. ¿A cuántos de miles? ¿acaso sus vidas no valían nada?
Esa es la cultura que como sociedad tenemos que erradicar, el monumento al militarismo, al despojo, a la crueldad, al racismo. Todos temas que no son de hace un siglo y medio sino que perduran hasta hoy en nuestra sociedad. Y una deuda que tenemos como sociedad para con los despojados.
Y en todo el debate sobre Roca y sus monumentos militaristas, ¿acaso alguien le preguntó la opinión a los descendientes de aquellos pueblos despojados?
Por eso será interesante si el juez de Bariloche que prohibió quitar la estatua del centro cívico hasta estudiar “la cuestión a fondo” empezará a investigar los crímenes cometidos por el general, hasta hoy impunes.