Santiago Motorizado decidió celebrar su cumpleaños 43 sobre un escenario. El pasado 18 de mayo, el icono platense de la música indie se presentó con su proyecto solista en Teatro Vorterix. En medio de las invitaciones de músicos amigos al escenario y de las arengas celebrativas desde el público, el artista anunció que con ese show cerraba la etapa de presentaciones de Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro, álbum que se desprende de la reversión de la banda de sonido de la serie Okupas. Y que además le sirvió para probarse en la música popular.
Si bien unas semanas más tarde se volvió a presentar en solitario en un festival, performance de la que destacó un cover tan crooner como glorioso de “No podrás”, clásico de Cristian Castro, lo cierto es que la banda que capitanea comenzó a reclamar su atención. Y es que ya habían pasado seis años desde la aparición del último álbum de estudio de El Mató a un Policía Motorizado, La síntesis O’konor.
“Tras dos años de estar tocando las canciones de Okupas, que las voy a seguir tocando porque son parte de mi repertorio, también arranca esta etapa del disco de El Mató”, justifica el frontman. “Aproveché que no teníamos nada para tocar en ese plan. Pero también, pasado este lanzamiento, tengo ganas de terminar aquel primer disco solista que aún no acabé”. El 7 de julio, el quinteto puso a circular su más reciente álbum de estudio, Súper terror, conformado por una decena de canciones que apuestan por el retrofuturismo, el pospunk y en las que, a contramano de su pasado inmediato, comienzan a amigarse con el optimismo. “Son muchos años haciendo esto, por más que cada disco tiene el objetivo de explorar un lugar nuevo. Al menos para nosotros”, reflexiona. “También, en un punto, creo que contiene toda la historia de El Mató. Quizá lo novedoso está en algunos ritmos, en esas baterías que parecen programadas. Pero son reales”.
-Al mejor estilo de Stranger Things, ese es uno de los tantos guiños que este disco le hace a la música y la cultura pop de los ochenta.
-Nos gustó hacer ese ejercicio, es una mezcla que está buena. A partir de ahí, de ese disparador rítmico, se empezó a crear para arriba. Nos metimos un poco en eso, con el pop. O más bien con ese lado B del pop de los ochenta, que es más oscuro. Muy cerca del pospunk. Es un sonido con el cual crecimos, en un punto. En un momento siempre vuelve. En la cultura pop rock, siento que era el camino de toda esa historia. Un camino más estrecho, Siempre me fascinó el pospunk de fines de los setenta y comienzos de los ochenta. Soy de la creencia que las bandas tienen su propio post algo, su post sonido. Jugamos con esos sonidos que nos acompañaron en la infancia. El pop de la radio, de los ochenta, que escuchábamos chiquitos. Y lo mezclamos con esa otra cara de los ochenta que descubrimos en la adolescencia: Pixies, Sonic Youth o The Jesus and Mary Chain.
-Si la canción “Tantas cosas buenas” pareciera aludir a Tears for Fears, “el número mágico”, por ejemplo, bebe del legado synth pop de Pet Shop Boys o New Order. ¿Cuál fue el disparador de esta reinvención estética?
-Quizá un pequeño disparador o una pequeña idea similar ocurrió con Fuego, que es el último tema de La síntesis O’konor. Tiene esa cosa de poca guitarra, una base medio electrónica, y un vuelo medio oscuro y medio pop. Pero es verdad que acá nos fuimos de lleno a esos lugares. No sé bien cuándo sucedió ese clic. Sí puedo decir que “Tantas cosas buenas” fue una canción que compuse para Okupas, y al final no quedó. Fue para una escena donde ellos escapan de Dock Sud. Los lleva un fletero que tiene la radio encendida a la madrugada, y la emisora suena medio Aspen. Así nació el primer boceto de esa canción. A mí me gustó mucho ese plan. A Willy (baterista de la banda) un día le mostré la maqueta, que no la había terminado de desarrollar porque quedó descartada. Y le encantó, pero le encantó en especial que yo le estuviera mostrando esto. Así como a muchos les pasa ahora, a Willy también le sorprendió la maqueta. Si bien me pareció que podía ser raro para El Mató, nos atrevimos a seguir adelante. Y cada uno le puso su impronta. Nos pareció divertido ir a un lugar diferente que nos interpele.
-Entonces “Tantas cosas buenas” es la canción fundacional de esta nueva tapa…
-Las otras canciones, por más que tienen ese espíritu, no van tanto hacia ese lugar de pop radial. Apuntan más hacia un lugar más alternativo y quizá más oscuro, sobre todo en las letras. Con “Tantas cosas buenas”, quería una cosa festiva. Pero con una letra triste. Con esa lógica medio de The Smiths o que está implícita en algunas canciones de The Cure. Fue trabajar desde otro lado. En un punto, eso fue un disparador. Lo mismo sucedió con “Voy a disparar al aire”. Me fui copando con una, luego con la otra y así seguí hasta el final. Hay una línea que se fue generando. Y en el caso de otras canciones, la fuimos empujando hacia otro lugar. Desde el vamos no tenían esa forma.
-A pesar de que el disco está atravesado por los ochenta y su infancia, las canciones no están empapadas por la nostalgia. El tratamiento que hacen a la música de esa época es contemporáneo, muy en sintonía con la intención de grupos como Chromatics. ¿Cómo llegaron a ese común acuerdo entre los músicos de la banda?
-Fue muy simple. Cuando fuimos a esa primera sesión en abril del año pasado, mostré los bocetos que tenía más cerrados. Enseguida gustaron a los demás, y se coparon. Entendieron la onda. Al principio, cuando se crea una banda, están esos artistas que te motivan como Pixies, Sonic Youth o Pavement. Y ese es el motor. Como nadie hacía esa música acá, decidimos hacerla nosotros. Ese camino está recorrido, y de repente se va ampliando. Van apareciendo otras cosas, y uno se va envalentonando. Nunca fue una traba tirar algo medio delirante, sabiendo que después cada uno le va a aportar su sello. Todos tenemos la misma edad y nos interpela esa música.
-O será que hicieron las paces con el pasado…
-En la adolescencia, como esa música sonaba en la radio, decidimos ir por otro camino. Cuando crecés, de pronto decís que esa música de la radio nos educó también. No porque haya sido la música de la radio estaba mal. Hay cosas fantásticas en ello. Los Tears for Fears no eran cool. Eran dos personajes medio raros, pero con el tiempo se resignificaron. Volvés a escucharlos y decís: “Qué fresco que se escucha esto ahora”. Hablando de lo moderno, la idea es rescatar eso, pero trayéndolo al presente. Creo que eso está muy de manifiesto en la música actual, que empieza a usar el pasado, el presente y el futuro. Lo mezcla todo. Y nos copa ver eso. Las bandas actuales buscan ese post sonido propio, y para muestra está The Strokes. O la otra banda de Julian Casablancas, The Voidz, que también tiene esa cosa de la máquina, del rock, de la chatarra y el collage. Un poco se rompió la lógica de todo, y a partir de ahí surge todo. Se va dando algo que tiene que ver con tu esencia, y con esa mirada al futuro y al presente. O a lo nuevo.
-Tras acostumbrar al público a un sonido, pegaron el volantazo. Si bien siguen sonando a ustedes, ahora el ejercicio de maduración lo tiene que hacer su público.
-Lo único que tengo claro es que hacemos canciones, y que lo que nos divierte de esa forma de hacer canciones es tratar de abordar algo nuevo. Entendiendo que esa esencia te acompaña siempre. Hay ciertas estructuras, ciertas formas, ciertas narraciones que a uno lo acompañan todo el tiempo. Es difícil dividirse de eso. Y está todo lo demás, lo que hace a una canción: el color, la atmósfera, el clima y el ritmo. Una premisa que hay que tener siempre clara es que no hay que pensar más allá. Hay que pensar en uno, y en lo que realmente quiere contar a nivel musical en ese momento. Si uno empieza a pensar en cómo será recibido lo que hacés, ahí hay una pequeña trampa que te puede confundir. Es inevitable. Hay una parte de tu cerebro que, obviamente, está expectante. Me interesa un montón la reacción de la gente, pero hay que evitar la expectativa al momento de componer. Hay que estar solo con el poema, que el poema tenga su vida. Por supuesto, el poema como símbolo de la canción.
-Posiblemente, la canción más osada del álbum es “El universo” por su veta songwriter. No hay otro tema de El Mató hecho sobre la base de piano y voz. Tampoco fue fortuito que lo ubicaran en la mitad de la lista.
-Me gustó ponerlo en el medio. Era tentador ponerlo al principio, a manera de intro. Pero me gusta que atraviese al disco. Si bien sabemos que no es novedoso para la música mundial un piano y una voz, sí lo era para nosotros. Jugar con la novedad dentro de nuestro propio universo es algo que nos divierte, y que nos gusta atravesar. Cuando fuimos a grabar el disco a Estados Unidos, a los estudios Sonic Ranch, una noche quisimos probar varias formas de encarar ese piano. Al final, quedó una versión muy minimalista, donde el piano acompaña con los acordes de un solo golpe. Captó la atmósfera, a pesar de que no era una canción que estaba en los planes. Ya tenía listo el repertorio cuando fuimos para allá, por más que estuvieran en un estado básico. Ese tema lo compuse allá, solo en la habitación y con la guitarra. Me puse a escribir la letra, que es algo en lo que suelo demorar. Pero salió todo junto. Letra, melodía y acordes. Y al otro día lo grabamos. Estoy contento porque no suelen fluir esas cosas así, en el momento.
-A propósito de eso, ¿en qué te basaste para escribir las letras? En una primera instancia, lo que sorprende es que esta vez empezaron a mermar esos personajes perdedores tan característicos tuyos.
-Estoy de acuerdo. Hay algunas que tienen esa esencia de loser adolescente. Pero hay otras en las que planteo: “Se terminó esto. ¿Qué pasa ahora con el sufrimiento y el dolor que uno atraviesa? Es el punto de partida para otra cosa. Quizá la portada tiene que ver con eso. Hubo un cambio que pasó a partir de la pandemia. Siempre las estéticas acompañan a los discos. La síntesis O’konor tiene muchas espadas, por ejemplo. Mucha cosa medieval. Y acá decidimos que la estética fuéramos nosotros. Algo muy clásico. Aunque parezca una tontería, es una novedad para nuestro universo. Nuestras caras son unos avatares, con cierta luminosidad. Es la típica portada de una banda mostrándose, y con cierta oscuridad porque están en un estado medio de dibujo y sin ojos. Con una estética digital de una década pasada. Tipo de videojuego.
-La salida de este disco coincide con el auge del punk y del pospunk en todo el mundo, al mismo tiempo que en la Argentina se estableció el debate de indie versus under. Este disco no sólo es un punto de inflexión para ustedes, sino también para un recambio de época. ¿Se despidieron del indie para ir al nuevo under?
-No lo pensé tan así. Pero sí es cierto que en la Argentina, al igual que en el resto del mundo, está este fenómeno del resurgimiento del pospunk. Y es extraño porque siento que es algo medio distópico. El pospunk es el pasado, en un punto. Aunque también es el presente. También es una respuesta a la música urbana, que vendría a ser una movida pop. Me parece una cosa lógica que el arte responda a lo que domina. Me fascina revisitar el camino del pospunk. Jugar con eso está bueno, al igual que atravesarlo cultural y políticamente. Hago esto para responder a otra cosa, no con ánimos belicosos. Me copa ver que las nuevas generaciones de músicos quieran revivir esta experiencia de celebrar un recital en un lugar chico y oscuro. Son chicos que crecieron viendo a su papá todo el día con el teléfono. Quieren vivir la experiencia.
-El disco también aparece ahora que la banda cumple 20 años. ¿Cómo vivís este proceso de madurez?
-Es verdad, se mezcla todo eso. El disco habla un poco de eso. En algunas canciones se nota más que en otros. Estoy contento con el recorrido que hicimos con los chicos. Cumplí mis sueños, y ahora tengo algunos nuevos para cumplir. Me gustan los desafíos como el de este disco. Todo puede pasar. Me gustó hacer el disco de Okupas, y eso me envalentonó. Creo que quedé bien parado. No tengo nostalgia porque siento que el presente es bueno y lo que vendrá también. Si bien hicimos más de lo que soñamos, estamos con ganas de meternos en otra aventura.
El Mató un Policía Motorizado presentará Súper Terror los días 16 y 17 de septiembre en el Luna Park, en lo que será su debut en ese templo del rock argentino. Sin embargo, antes de subir a ese escenario, Santiago Motorizado fue la figura atípica en el recital que ofreció este año Rubén Blades en el mismo aforo. “Hace poco Vicentico estuvo en los Grammy, y me mandó un video de Rubén Blades cantando. Le pregunté si estaba haciendo playback, y me contestó que no. Que así canta él. Ahora que somos amigos del Luna Park, pedí unas entradas. Rubén tiene 75 años, y está impecable. Descubrí su música a través de Los Fabulosos Cadillacs, lo que me llevó más tarde a tener una copia en CD de Siembra, disco que hizo con Willie Colón. A partir de eso momento, de tanto en tanto le seguí la pista. Pero nunca tuve la oportunidad de verlo en vivo. Fue como un milagro, y más con esa big band. Fue una experiencia nueva. Me fui inspirado tras ver a ese súper héroe”.
-A razón de su nombre, tuvieron las puertas cerradas para tocar en el Luna Park. ¿Cómo te sentís al poder finalmente poder consumar esa cuenta pendiente?
-Antes no se podía. No lo quiero contar mucho porque me da miedo que pueda volver a pasar. Estamos muy felices de poder llegar ahí finalmente. Antes y aún hoy sigue siendo consagratorio tocar ahí. Es espectacular, y más aún luego de que la primera fecha se agotara. Salir con el segundo me generó vértigo. No lo puedo creer todavía. Me parece una hermosa locura. Espero que sean dos noches memorables.