Dicen que en el circuito de jazz de Nueva York el apellido Fattoruso se suele mencionar con solemnidad. Si bien a fines de los '90 Hugo grabó el álbum Homework mientras vivió en esa ciudad, el culto se lo ganó allá en los '70 con el grupo OPA. Revolucionó de tal manera a esa megalópolis, donde hasta ese momento el adjetivo latino estaba reservado (al mejor estilo terraplanista) a la gente del Caribe, que lo uruguayo pasó a transformarse en sinónimo de sofisticación. Lejos de esa suntuosidad, a partir de los 2000, cuando se estableció en la Gran Manzana, Juan Wauters demostró que la impronta del vecino país, al menos en ese pedazo de los Estados Unidos, es algo fuera de serie. Incluso en la cultura rock. Ya lo dejó en evidencia en los '90 Martín Sorrondeguy, icono de la escena hardcore de Chicago. Pero esa historia está 1200 kilómetros más allá.

Apenas irrumpió en 2014 con su álbum debut, NAP: North American Poetry, los medios especializados de la nación norteamericana vaticinaron que Wauters iba a ser ese año una de las revelaciones musicales de la escena indie estadounidense. No se equivocaron. En lo único que más o menos pifiaron era en la definición de su estética sonora, más cerca de la sensibilidad suburbana de Pity Alvarez que del barroquismo de Animal Collective o del folk bucólico de Sufjan Stevens. Lo que sí no puede ocultar el artista es la influencia de Jonathan Richman en su manera de encarar el desparpajo performático. En ese sentido, y en el de las canciones simples y visuales, toma asimismo de su compatriota El Príncipe: “Me gusta este lugar, me gusta mi barrio, me gusta este cielo, me gustan los pibes de mi barrio y me gustan los pianos”, cantaba el álter ego de Gustavo Pena en “¿Cómo que no?”.

En tanto Wauters espeta: “Disfruta la fruta. Un camión por la ruta, te trajo a ti la fruta hoy. Rrrrrrica la fruta que trajo el camión. La fruta estoy disfrutando”. “Disfruta la fruta”, por ejemplo, convirtió a iconos del indie de los 2000, entre los que destaca Mac De Marco, en fans incondicionales del montevideano. La canción se tornó en uno de sus hits, a tal punto que la canta acapella (por la propia dinámica rítmica de su métrica) en sus recitales en vivo. Eso desata pasiones entre el público, al igual que sucedió en la noche del jueves último en Niceto Club. En ese tramo del show, el cantautor había corrido varias veces de un extremo al otro del escenario con su guitarra acústica, agarró su corazón en el aire cada vez que lo lanzaba, y presentó su nuevo álbum de estudio, Wandering Rebel, lanzado el pasado 2 de junio. Lo grabó en ambos lados del Río de la Plata, por lo que cuenta con colaboradores como Zoe Gotusso.

A un año de su último show porteño, el músico salió a escena con su guitarra acústica para hacer “Rubia”. Le siguieron “Pasarla bien”, “Así nomás” y “Nena”. Entonces se abrió el telón que estaba a sus espaldas y apareció el trío que lo acompaña, del que despuntó el baterista argentino Guido Colzani. Desde ese instante, desenfundó su repertorio bilingüe (en el idiomático y lo estético). Tocó “Wrong”, “Real”, “Guapa” y “Eloping”. Sacó su teclado a lo Pablo Lescano en “Hombre”. Recordó su primer recital en Buenos Aires, en la misma sala, donde actuó a las 4 de la mañana. Habló de su apuesta por la autogestión. Salió de escena y reprodujo en el sistema de sonido sus stories de Instagram sobre esta vuelta. Y regresó para hacer “Milanesa al pan”, con Paul Higgs y Lola Cobach de invitados. En ese momento, a lo Roberto Carlos, le agradeció a la música por haberle dado un millón de amigos.