Vivir en un refugio subterráneo construido por la Iglesia Universal y Triunfadora, una secta liderada por Elizabeth Clare Prophet, “La Mensajera”, para esperar el fin del mundo, que sucedería en marzo de 1990, no fue producto de la imaginación de un autor estadounidense que es un fenómeno editorial en Argentina. Peter Rock -que prefiere definirse como “una persona que escribe” porque se opone a la identidad de escritor- entrevistó a miembros y exmiembros de la iglesia, una experiencia tan educativa como emocionante, antes de escribir El ciclo del refugio, novela de una intensidad y belleza desconcertantes sobre la historia de dos niños, Francine y Colville, que vivieron con sus familias en un refugio para sobrevivir a un apocalipsis que nunca llegó. 

Rock, que se presentará este sábado a las 19.30 en la Feria de Editores (FED), visita por primera vez el país donde tiene una comunidad de lectores fascinados con su narrativa a partir de la aparición de su primer libro, la novela Mi abandono (2016), traducida por Micaela Ortelli y publicada por Ediciones Godot, que fue adaptada al cine como Leave no trace, dirigida por Debra Granik.

La misma editorial, con la misma traductora, fue sumando dos novelas más de Rock al catálogo: Klickitat y Los nadadores nocturnos, en la que explora su pasión por nadar en aguas abiertas. A los cuatro títulos editados hasta ahora se agregarán más, como lo anuncia el autor con una sonrisa que condensa la satisfacción y gratitud hacia los editores Victor Malumián y Hernán López Winne. 

“Para mí es un misterio lo que pasa con mis libros en Argentina”, confiesa a Página/12 y subraya que está “muy feliz” de estar en el país de uno de los autores argentinos que más influencia ejerció en él tempranamente: Julio Cortázar. “Me siento muy honrado y sorprendido por tener lectores acá”, afirma. La próxima novela que se traducirá es la última que publicó, Passerstrough (Transeúntes). La escribió durante la pandemia y anticipa que tiene que ver con la muerte de su padre, con el hecho de envejecer, con la comunicación entre los vivos y los muertos y cómo recordamos el pasado. Luego llegará una colección de cuentos The Unsettling (La inquietante), que es anterior a los libros que aparecieron en Argentina.

En El ciclo del refugio se alterna el pasado, la vida en el refugio mientras se preparaban para el apocalipsis, con el presente. Colville y Francine se reencuentran después de muchos años y en el barrio en el que vive Francine junto a su pareja Wells desaparece una niña. “La Iglesia Universal y Triunfadora es una religión estadounidense que al principio del siglo XX tenía la idea de maestros ascendidos que iban de Buda a Jesucristo y distintas figuras míticas. ‘La Mensajera’ era la única persona que podía hablar con ellos a través de vibraciones y con un sonido particular. Como muchos líderes religiosos, tenía impulsos complicados y contradictorios, como tener muchas joyas; y todavía en la iglesia se preguntan dónde fue a parar todo el dinero que recaudó. Como era claustrofóbica nunca entró en los refugios. Ella tuvo Alzheimer y demencia y murió hace unos años”, cuenta Rock, “un maestro del diálogo” de la literatura estadounidense. 

Creer o reventar, un golpe de aire abre la puerta de una habitación del primer piso de la casa en Villa Ortúzar, sede de la editorial Godot, como si “La Mensajera” la hubiera empujado desde el más allá para lograr que no hablen ni pregunten más sobre ella.

Mundo salvaje

-¿Por qué te interesa repensar el vínculo entre lo humano animal y la naturaleza en tu narrativa?

-Creo que estoy intentando descubrir, y por eso sigo escribiendo, qué es lo que persigo. Me interesa sin duda que las personas se alejen de la civilización, se adentren en un entorno salvaje y sientan la presión del mundo salvaje, que se sientan más como animales. Desde joven me interesaron mucho los animales, yo criaba conejos, estudié sobre los animales, y quería trabajar en un zoológico. Probablemente soy un animal que se desarrolló socialmente más tarde. Me resulta más fácil escribir sobre personajes que se alejan un poco de la sociedad. Una persona sola en un entorno salvaje es muy vulnerable y esa presión por la supervivencia les hace reconocer las maneras en las que perdieron su naturaleza animal.

-¿En qué sentido te impactaron las entrevistas con miembros y exmiembros de la Iglesia Universal y Triunfadora?

-Para muchas personas fue una época muy dolorosa, que les avergüenza un poco, y no tenían ganas de hablar. A nadie le gusta que se burlen de ellos, así que querían saber por qué tenía interés, y yo no lo sabía. Como la mayoría de las cosas que hago, no sé qué va a suceder, hablé con una mujer joven, que era estudiante donde yo enseño, y descubrí que había sido una niña en esta iglesia, pero no sabía mucho al respecto. Ella me dijo "¿por qué no hablás con mi padre, que construyó un refugio?" El padre me dijo: “deberías hablar con el electricista que construyó el refugio principal”. Luego hablé con las hermanas de una mujer que crecieron en la iglesia y cuando me di cuenta tenía 50 horas de entrevistas y 300 páginas de transcripciones. Ese documento es mejor que la novela que escribí y realmente da cuenta de la experiencia de estas personas. Algo fundamental acerca de lo que me sorprendí es que hablaba con personas que habían sido niños en esa época y lo recordaban como algo maravilloso; estaban en la naturaleza, tenían libertad para hacer lo que querían, eran parte de un grupo muy especial de personas, sus padres estaban construyendo esas fortalezas maravillosas bajo tierra para salvar el mundo. Me sorprendió que tuvieran recuerdos tan positivos, y el libro está estructurado en dos momentos diferentes porque estaba hablando con ellos 20 años después sobre lo que no sucedió: el mundo no terminó y sus vidas fueron distintas de lo que esperaban. Sin las entrevistas, no podría haber escrito el libro.

-¿Cambió tu modo de ver las religiones después de escribir la novela?

-Sí. Yo estuve en conexión con los mormones porque crecí en Salt Lake City, en Utah, donde hay muchísimos mormones, pero no soy miembro de la iglesia mormona. En el momento en que escribí este libro, mis hijas estaban en la edad en que me hacían muchas preguntas espirituales y no podía responderlas, y estuve mucho tiempo leyendo sobre las creencias y diciendo los mantras de la iglesia. Algunas de las personas que entrevisté me decían: “estás comenzando a hablar el lenguaje de esta iglesia”. Yo quería tomarme en serio la idea de que la vibración, ya sea de un color o de un sonido, puede cambiar la energía o el mundo, que es una idea central. Y la idea del karma, de la comunicación, tal vez sea más simple para personas con una creencia religiosa que estén en la misma sintonía espiritualmente. Me volví más consciente de que hay muchos misterios invisibles. Por las entrevistas pude conocer que las creencias existen en las personas y estas personas realmente fueron muy amables conmigo. No me volví un creyente o una persona con una serie de creencias consistentes, pero sí juzgo menos y estoy más abierto a lo que las personas puedan creer.

Maestro del diálogo

-Los diálogos son muy importantes en tus novelas. ¿Los trabajás mucho desde la escritura?

-Los diálogos son muy difíciles; es en lo que más trabajo. Hice adaptaciones de novelas a guiones y eso me enseñó que cuando se escribe un guion te piden no hacer nada más que escribir diálogos y descubrir cómo hablan los personajes. En las novelas siempre hay una tensión entre lo que quiero hacer y lo que la historia puede hacer. Las historias se generan gracias a los personajes y ver cómo hablan entre sí, cómo se escuchan o no escuchan, implica llegar al corazón de la historia y quitarme del centro. Entonces la escritura tiene que ver con quitar mi intención y escuchar la historia, saber qué quiere ser. Ahora estoy corrigiendo una novela y reconozco que el diálogo es lo que más reviso porque como escritor quiero que el personaje diga algo y que una conversación resuelva una situación. Cuando pienso en los diálogos, me doy cuenta de que las conversaciones son muy poco predecibles. Si una conversación es una línea recta, me parece falsa. Dos o tres personajes en una conversación hacen cosas diferentes. A veces intentan obtener una respuesta y yo tengo que estar abierto a la perspectiva de que la conversación va a continuar, a pesar de lo que quiero contar. El diálogo muestra a los personajes y cuando escribo el primer borrador de una historia reconozco los lugares donde el diálogo intenta contar la historia en lugar de mostrar a un personaje.

(Imagen: Sol Avena)

-¿Por qué creés que es tan díficil escribir diálogos? ¿Quizá porque a los escritores les cuesta salir de sus propias cabezas y escuchar a los otros?

-A veces el trabajo sale mal y tiene que ver con la ansiedad, porque pierdo el control del libro o no funciona de la manera que quiero. Cuando leo un libro, paso las páginas y veo solo diálogos, me siento muy feliz como lector. Creo que a los lectores les encanta leer diálogos porque en ese momento tenemos una conexión directa con el personaje; estamos en la sala, los escuchamos y experimentamos sus voces. No está el autor entre nosotros explicando algo sobre el personaje. Entonces, una de las razones por las que es difícil escribir diálogos es porque quiero controlar las cosas cuando tengo que dar un paso atrás y dejar que los personajes lo resuelvan. Escribir a lo largo de los años sobre las cosas que no hice bien ha hecho que mejorara el diálogo; y releo a Ernest Hemingway, de quien aprendí mucho por cómo utiliza los diálogos.

La relación con las palabras

-¿Qué rol tiene la imaginación en tu literatura?

-Solía creer en la inspiración como algo que pasa a través de mi cuerpo y que mi imaginación estaba separada del mundo. El principal ingrediente de la imaginación es la curiosidad. Si hay algo en el mundo que está fuera de mí y que me genera curiosidad, tengo que escribir sobre eso. La imaginación es una exploración de esa conexión; entiendo la imaginación como una reacción que me sorprende.

-En varias de tus novelas aparece también el interrogante sobre qué es ser un padre o una madre, ¿no?

-Ojalá mis hijas estuvieron aquí porque se burlarían de mí... Ahora que tienen 14 y 16 años soy consciente de que tuve suerte con ellas. Esa transición que hacemos de pedirles respuestas a nuestros padres, luego resistirnos a estar con ellos y después valorarlos es una transición interesante. Tener un hijo es desafiante porque queremos ser ejemplo para ellos, responder preguntas, empoderarlos y también a veces dejarles espacio. Así que, sin duda, en mi trabajo, en mi obra, en mi vida, intento descubrir lo que significa ser padre.

-Rechazás la identidad de escritor porque sos padre, esposo; cocinás, nadás y paseás al perro, entre otras actividades que hacés, además de escribir. ¿Podés pensarte sin escribir?

-Creo que empecé a escribir para buscar la aprobación de los otros, pero al mismo tiempo es tan humillante escribir porque no tiene mucho sentido en términos comerciales, escribiendo en el modo en que escribo. He intentado cambiar cuando me quedé sin dinero y me quería casar, pero poner la presión en la escritura para generar dinero es lo opuesto a lo que siento al escribir. Cada vez que renuncié a escribir se me ocurrió una historia, no pude renunciar durante mucho tiempo porque soy más feliz cuando escribo. La idea de ser escritor es algo que me atraía como estilo de vida cuando era joven, pero no me daba cuenta de que sería muy solitario. Cuando enseño, tengo estudiantes que se identifican como escritores y si van a escribir bien lo primero que deben hacer es dejar de llamarse a sí mismos escritores, es decir que de hecho escriban algo. La escritura es una relación con las palabras, no es una identidad. Estaba hablando con un amigo y le dije: “solía decir que soy una persona que escribe, no soy un escritor”. Mis hijas se rieron, dijeron que era muy pretencioso de mi parte, “admití que sos un escritor”, me decían. La manera en que existo como humano tiene que ver con el hecho de que escribo. A veces me sorprende lo que escribo y entonces me pongo a trabajar.