Con las encuestas que marcan una pequeña ventaja de Juntos por el Cambio, Unión por la Patria afronta el desafío de achicar esa diferencia en el ámbito de los escépticos y enojados, pero también de los desconfiados propios. El abismo que se abre entre los dos modelos de país es el único pegamento de corto plazo entre el kirchnerismo y el massismo. Abrigar esperanza en el carácter feroz de la interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich parece inútil porque hasta ahora le ha servido para crecer, como en sus feudos de Santa Fe, Mendoza y Córdoba.
Aunque muchos la estén pasando mal, el movimiento obrero de cualquier línea sindical no tiene alternativa, al igual que los pequeños y medianos empresarios, los desocupados y una clase media que sería blanco de las políticas neoliberales reducidoras de clases medias. Pero entre el enojo y el escepticismo habrá pobres, trabajadores, señoras y señores de capas medias y pequeños y medianos empresarios que marcharán alegremente a sus funerales.
En la campaña del 2015, el macrismo tuvo que mentir sobre lo que haría y se montó sobre la persecución judicial a sus adversarios para evitar el debate político, porque los gobiernos kirchneristas habían sido buenos. No podía decir abiertamente lo que estaba por hacer. En el 2019 iba a una derrota y fracasó en su intento de aterrorizar sobre el triunfo del kirchnerismo.
Pero ahora, montándose sobre la carestía de la vida y la inflación, su discurso de campaña trata de naturalizar que la razón de la crisis son los derechos conquistados por los trabajadores y el desarrollo del Estado para garantizar equidad en educación, seguridad y salud así como la soberanía en infraestructura y energía. El discurso es “para que estés bien, hay que sacar todo lo que pueda garantizar que estés bien”.
Como hay muchos que están mal a pesar de la existencia de ese dispositivo, se hace más difícil explicar que sin él estarían peor y lo absurdo muta a lógico. Como sucedió con Vicentin, donde una sociedad intoxicada ideológicamente defendió a quienes la habían estafado frente a las posibilidad de que se hiciera cargo el único en condiciones de recuperar lo perdido, que era el Estado.
Sergio Massa estuvo en Córdoba y se reunió con más de 60 dirigentes gremiales. Los dirigentes saben que Juntos por el Cambio va por las 1990 pymes del Gran Córdoba, por la estabilidad laboral, las vacaciones pagas, el aguinaldo y la jubilación. No pueden dejar que gane el candidato del macrismo, sea Bullrich o Larreta.
La disyuntiva es tan fuerte que supera las diferencias que puedan tener con el kirchnerismo local. En Córdoba no pudo ganar Juntos por el Cambio pero el peronismo cordobesista del gobernador saliente Juan Schiaretti siempre ha sido hostil al kirchnerismo. Son el agua y el aceite, pero la disyuntiva frente al macrismo los empuja. Héctor Morcillo, el dirigente del gremio de la Alimentación fue claro: “vamos a dar el debate en cada lugar de trabajo, en cada fábrica, en cada oficina, en cada escuela para que los cordobeses comprendan lo que está en juego en las próximas elecciones”.
En ese esquema juega la funcionalidad de Massa como candidato, en su capacidad de traccionar votos remisos en provincias con peronismos muy tironeados por candidatos macristas. Es lo que está diciendo entrelíneas Morcillo cuando pone énfasis en la necesidad de convencer desde abajo, en el trabajador harto de la inflación, que cree que si resigna sus derechos se acaba el sufrimiento. En menor escala, su candidatura tiene alguna posibilidad de atraer rezagos de los votos perdedores de la interna macrista y, en segunda vuelta, a fragmentos de la votación a Javier Milei.
Resulta que en ese cuadro, los trabajadores cordobeses deberán votar en las listas algún candidato kirchnerista. Es la misma disyuntiva, pero desde el otro lado, que se les plantea a los que desconfían de Massa como candidato, ya sean del núcleo duro peronista o kirchnerista. Es una discusión que no tiene sentido.
Los medios macristas tratan de agrandar las fisuras que pueda haber en Unión por la Patria. Afirman que los intendentes se quejan porque La Cámpora no milita la campaña. Es difícil corroborarlo o negarlo. Pero La Cámpora tiene mucho en juego y sería una equivocación que se replegara y cediera espacio al macrismo.
Aunque Cristina Kirchner no sea candidata, la agrupación kirchnerista tiene motivos de sobra para militar esta campaña como si le fuera la vida. Y además tiene numerosos candidatos a intendentes, a gobernador y a legisladores en todos los niveles, municipal, provincial y nacional. Militar la candidatura de Massa es militar también la de todos ellos.
Juan Grabois fue muy concreto cuando reconoció que si pierde votará a Massa. Y está en su derecho negarse a participar como funcionario en el potencial gobierno massista. En Sociales de la UBA afirmó que ve a su candidatura en la interna como una forma de “condicionar al sistema”, aunque aclaró que si ganaba iban a “hackear al sistema”. Decir “voto a Grabois y en las generales voto en blanco o no voy a votar” puede ser trabajo de trolls sobre un electorado kirchnerista al que induce a pegarse un tiro en el pie.
Gane quien gane las PASO, la campaña tiene que ser a fondo porque Unión por la Patria sale en desventaja frente al macrismo. Está obligada a salir del internismo y volcarse a la calle, con mesas, timbreadas, puerta por puerta, con charlas en los barrios, porque tiene que convencer a escépticos y enojados que son muchos y son los que pueden hacerle ganar.
Es probable que la afirmación de Morcillo, de “discutir desde abajo” para convencer a sus bases reacias al kirchnerismo, corra también para la Cámpora, pero más para un sector del kirchnerismo silvestre, sin encuadramiento, disconforme con las candidaturas presidenciales. En una interna o en una legislativa el voto testimonial tiene sentido. Pero en una presidencial donde las condiciones hacen que se juegue mucho más que la coyuntura, el ausentismo, el voto en blanco o el voto testimonial son suicidas.
Como se consideran ganadores, en Juntos por el Cambio la interna es sangrienta. El perfil psicológico de un personaje que espió a propios y ajenos cuando fue presidente, y que perjudicó a los argentinos en pos de su reelección al encadenarlos al FMI con un crédito descomunal, lo sitúa en el club de los supervillanos. Larreta lo está sufriendo en la interna y si gana no podrá dejarlo herido. A pesar de esa carnicería, la derecha siempre ha sido más realista con el poder y es difícil que se fracture.
Con el Tercer Malón de la Paz frente a Tribunales, el procurador interino Eduardo Casal dictaminó que la Corte debe intervenir sobre la inconstitucionalidad de la reforma de la Constitución provincial realizada por Gerardo Morales, gobernador jujeño y candidato a vicepresidente de Larreta. Y dos peritajes oficiales determinaron que son falsos los cuadernos sobre los que se basa la causa contra el kirchnerismo. Pero los jueces del tribunal oral 7 y la fiscal Fabiana León se enfurecieron por los peritajes (se hicieron en otra causa que lleva el juez Marcelo Martínez de Giorgi) cuya realización habían bloqueado.
La reacción del tribunal frente a las pruebas de que la causa que abrieron el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio fue armada, demuestra que el objetivo siempre fue proscribir y difamar a Cristina Kirchner. La proscripción de la expresidenta será la sombra que la historia pondrá sobre estas elecciones.