“No salgas a la calle, ¡te va a caer una bomba!”, le grita una madre a su hijo de cuatro años. La bomba cae del cielo ese 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile; la lanza uno de los Hawker Hunter, “esos pajarracos metálicos”. Una ventana estalla en pedazos; el living de la casa se llena de dagas transparentes. El niño llora agarrado a las piernas de su madre. Ese día que marcará la historia del país con la derrota del gobierno de la Unidad Popular, la muerte de Salvador Allende y el comienzo de la oscura dictadura encabezada por Augusto Pinochet, ese mismo día comienza a funcionar la memoria de Juan Pablo Meneses. A casi cincuenta años del golpe de Estado, Una historia perdida (Tusquets), la primera novela del cronista y escritor chileno, reconstruye lo que se extirpó del relato oficial: en pleno bombardeo a La Moneda, la sede presidencial, un piloto desobedeció las órdenes, y dirigió el avión y sus misiles contra el hospital de la misma Fuerza Aérea. El ejército golpista recibió un ataque de unos de sus propios aviones.

“Los ataques aéreos sobre población civil son como un balazo: puedes sobrevivir, pero te quedará una huella para siempre. Si el que estaba abajo de los ataques es un niño que escucha el vuelo rasante del bombardeo y luego la descarga del explosivo y todo retumba y él cae al suelo, la consecuencia psicológica será profunda. Tan honda, que nunca se va a borrar. Aunque creas que se borró”, confiesa el narrador en tercera persona de Una historia perdida, novela que resultó finalista del premio Herralde 2021. Meneses (Santiago de Chile, 1969), autor de libros de no ficción como Equipaje de mano, Hotel España y una trilogía sobre el consumo que incluye La vida de una vaca, Niños futbolistas y Un dios portátil, se siente como en casa en este retorno a Buenos Aires, la ciudad donde vivió ocho años, entre 2002 y 2010, y donde se conectó con la crónica.

Meneses, que también residió en Barcelona, reconoce que nunca estuvo cómodo en su país. En cuanto pudo se escapó, pero tuvo que regresar en varias ocasiones por cuestiones de trabajo. “Siempre vuelvo al horroroso Chile”, decía adoptando al poeta Enrique Lihn. “Cuando llegué a Buenos Aires, había una movida de la crónica con Martín (Caparrós), Leila (Guerriero) y Daniel Riera, y yo no había publicado nada. Y acá publiqué seis libros”, intenta resumir la importancia vital que tuvo esta ciudad donde más tiempo vivió este cronista y escritor, que también estuvo instalado otro período reciente en Ciudad de México.

La experiencia porteña lo marcó tanto que solía decir, medio en broma y medio en serio, que era “santiagueño”, pero no por Santiago del Estero, sino porque era “mitad santiaguino (Santiago de Chile) y mitad porteño”. Hace un tiempo decidió poner en pausa su necesidad de vivir entre hoteles y aeropuertos para quedarse en Santiago de Chile porque tiene dos hijos, de 3 y 1 año. “Mi idea es movernos, me gustaría que ellos puedan vivir conmigo en otros lugares. En Chile es muy complicado lidiar con el mandato de que ‘somos los mejores’, ‘somos los primeros’ y ‘no queremos ser como Latinoamérica’. Es un mandato pesado y hay gente que llega a creer que el chileno no debería estar en Latinoamérica, que es como creer una fantasía religiosa”, ironiza el escritor en la entrevista con Página/12.

Una historia perdida, cuenta Meneses, es parte de un proceso de cambio que significó pasar de la no ficción a la ficción. “En la no ficción yo era el escritor, el narrador y el protagonista; en una novela en tercera persona el narrador es distinto al protagonista, aunque se parecen. Quería trabajar con otras herramientas”, reconoce el escritor. “La novela parte de un hecho real, pero después la ficción va por sus propios caminos; no es una crónica que vestí de tercera persona y la hago pasar por novela, como podría ser considerada mucha de la autoficción. La literatura ayuda a ver cosas que uno no había visto. Yo nunca vi esa anécdota como la disparadora de un trauma por haber sido un niño que vivió un bombardeo”.

El primer recuerdo

-¿Qué implicancias tiene que ese bombardeo haya sido lo que activó tu memoria?

-Una implicancia dramática, para poner una palabra. Siempre lo viví como un hecho que me pegaba mucho a la historia de Chile. Ahora vienen los 50 años y hace cincuenta años que funciona mi memoria. El gran hecho político del último siglo en mi país está marcado con un hecho personal. Ese bombardeo es el primer recuerdo que tengo. Siento que es importante darle un lugar a ese espacio íntimo, por eso la novela va por el lado del país y de lo que pasó con el piloto, pero también por las consecuencias que pudo tener en este niño, que termina siendo alguien sin arraigo y escapa del país donde lo bombardearon.

-En la propia novela se menciona un libro de Javier Cercas, Soldados de Salamina, un escritor que tiene una zona de sus libros a los que denomina “novelas sin ficción”. ¿Una historia perdida sería una novela sin ficción?

-El Javier Cercas que me interesa es el de Soldados de Salamina; ahí llegó a su momento más alto como escritor. Cuando publicó ese libro, yo vivía en España, lo leí apenas salió y me voló la cabeza. Pasé de la crónica literaria a la literatura crónica, yo siento que hago una literatura que está muy pegada a la crónica, en el sentido del reporteo, de la investigación; es muy loco que en mi primera ficción el protagonista sea un autor de no ficción. Que mi primera novela que habla del golpe sea la historia de un tipo que está escribiendo una historia de no ficción sobre el golpe. No es tanto que salté una barrera y rompí un cerco y pasé al otro lado, sino que me interesa más desde el punto de vista autoral sentir que estoy ampliando mi lugar de trabajo.

-¿Cómo fue ampliar ese campo de batalla de la ficción?

-Hay lugares adonde el periodismo no llega y no va a llegar nunca. Hay verdades que nunca vamos a saber; hay lugares que van a quedar en blanco. ¿Entonces qué hacemos? ¿En los libros de historia dejamos esas páginas en blanco? Eso que falta lo lleno con literatura. La única manera de terminar escribiendo el relato definitivo de lo que pasó en nuestros países es con ficción, no con periodismo. Es un error pensar que la ficción es mentira y la no ficción es verdad cuando son categorías que están contaminadas. Especialmente el periodismo, la no ficción: “encontré este documento, sé que tengo la verdad”… Ese documento lo escribió un tipo que tenía sus propios intereses. En Chile no hay verdades; lo que hay son distintas versiones. Y sobre ese bombardeo al hospital de la Fuerza Aérea, un bombardeo que se intentó ocultar, había cuatro versiones, tres publicadas en distintos libros. Pero faltaba una, que es la que aporto en el libro: el piloto que se da vuelta y bombardea el hospital de su propio bando. Completé la verdad con la ficción. Si este libro lo hubiera hecho como una crónica periodística pura y dura, no habría avanzado tanto.

-¿En qué sentido pudiste avanzar?

-Lo que pasa es que ese bombardeo fue muy brutal y lo increíble es que no se conoce. El bombardeo al hospital, que está al lado de la casa de mis padres y que fue siempre un tema recurrente, cuando me meto a Google y decido investigarlo me doy cuenta de que no aparece. ¿Cómo puede ser? ¿Me lo inventé? ¿Por qué no está en ninguna parte? Porque lo ocultaron no solo de Google sino del país. Hay periodistas importantes que no saben que en pleno centro de Santiago se bombardeó un hospital. Si lo hubiera hecho como una crónica no habría podido avanzar porque se ha ocultado todo. Hay momentos en que el periodismo no puede avanzar. Y no me refiero a que después hay que hacer cosas especulativas, sino que me refiero a la fuerza que puede llegar a tener la literatura para cubrir esos agujeros negros con verosimilitud.

Torcer el camino de la historia oficial

-¿Por qué se ocultó la historia de este avión que pega la vuelta y bombardea el hospital?

-Durante los diecisiete años de dictadura y los treinta años de democracia se instaló la idea de que el bombardeo había sido una operación militar perfecta. Ese relato oficial fue repetido incluso por gente de izquierda: “una operación perfecta donde no murió nadie”. Hay libros de escritores de izquierda que ganaron premios y que mencionan el bombardeo al hospital en una línea, como si fuera una anécdota. Pero no hubo una anécdota...

-Recuerda al “fusilado que vive” de Operación masacre, de Rodolfo Walsh. En tu libro sería algo así como “hay un aviador traidor” a la dictadura pinochetista, ¿no?

-Sí, es correcto, uno podría decir que hay un piloto traidor o también podría decir que hay un piloto que es leal. Me interesa torcer el camino de la historia oficial y hacer una especie de contra narrativa de lo que se ha contado. Esas narrativas que se terminan instalando son muy poderosas porque levan tanto tiempo que ya todos saben cómo responder de un lado o de otro. Entonces, cuando tú les cambias el eje, quedan todos desorientados. La historia oficial está mal contada. Estamos llegando al momento en que los agujeros negros de la historia solo se pueden completar con literatura porque los que no hablaron y quizá no hablen se murieron, o se están muriendo o se van a morir.

El éxito y los clientes

-El narrador de Una historia perdida trabaja escribiendo perfiles de chilenos exitosos en el mundo. ¿Por qué importa tanto el éxito en Chile?

-Él escribe “historias de éxitos” sabiendo que esos chilenos no son exitosos. Cuando una cuadrilla bombardea una ciudad, no lo está haciendo porque es una operación militar y nada más, sino que está intentando imponer una ideología. En Chile, el modelo económico entró con bombas cayendo del cielo, no entró con un debate. (Ricardo) Lagos, el primer presidente socialista después de Allende, remitía al tema de que somos el país más seguro y que siempre lideramos todos los ránkings. Yo escribí una crónica sobre Salamanca, un pueblo en el norte de Chile, que fue el primer pueblo latinoamericano con wifi libre para todos. Cuando fui a Salamanca, el wifi funcionaba mal y habían puesto un router en la puerta de la municipalidad. El estallido en Chile fue una respuesta al éxito. Pero en las últimas elecciones arrasó la extrema derecha porque ese modelo de éxito en Chile no genera ciudadanos sino clientes. Hay mucha gente que votó una constitución nueva, pero como no les gustó la constitución que quedó votaron a la extrema derecha como si cambiaran de compañía de cable.

-¿Cómo evaluás el presente político de Chile?

-Lo veo muy complejo… Un poco por lo que decía en relación a generar clientes: “yo quiero que me funcione el cable cuando veo los partidos (de fútbol)”… En la novela se ve cómo el bombardeo en la ciudad de Santiago no fue un cambio cosmético. Ahora se van a cumplir cincuenta años del golpe a Allende y el pinochetismo es la fuerza política mayor del país, según las últimas elecciones. Pero un año antes ganó las elecciones el candidato del partido comunista. Esa volatilidad se explica porque lo que parece importar es “quién me puede solucionar los problemas’”... No hay una creencia en un proyecto, en defenderlo, en hacer algo. En el fondo, esto es como cambiar un técnico porque lo que importa es ser campeón y no tener un estilo de juego.