Juan Carlos Ceballos usa camisa y corbata y es abogado. Mauricio Angonova se viste más informal, empezó a estudiar Ciencia Política pero luego abandonó la carrera; trabaja como empleado municipal. Uno fue condenado por homicidio simple a 9 años y medio de cárcel. El otro integró el jurado popular que lo sentenció a prisión. Un cuarto de siglo después de aquel juicio histórico --el primero por jurados en el país-- el azar los cruzó en un comercio de la ciudad cordobesa de Río Cuarto. Ceballos reconoció al exjurado, se acercó a saludarlo y, sorpresivamente, le agradeció por aquella condena que ya cumplió: “Me cambió la vida”, le dijo.
La historia parece de ficción. Pero el encuentro fortuito ocurrió unos días atrás, el miércoles 26 de julio por la tarde, en el kiosco ubicado en Hipólito Yrigoyen 719, a media cuadra de la Municipalidad de Río Cuarto. Angonova estaba tomando un café cuando Ceballos entró a comprar unas pastillas. Algunos detalles de ese diálogo inesperado los contó Angonova dos días después, en la Sala de Audiencias del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba (TSJ), donde fue invitado a la conmemoración del 25º aniversario de aquel primer juicio con intervención de jurados populares celebrado en la provincia, que también fue la primera experiencia en Argentina.
En aquel momento Angonova tenía 22 años, trabajaba como panadero y era estudiante universitario. Se enteró por periodistas que lo fueron a entrevistar a su casa, de que había salido sorteado para inaugurar esa novedosa forma de juzgar en el país. El otro “ciudadano común” elegido como jurado popular fue Rubén Dionisio Fausto, que por entonces tenía 24 años, la misma edad que el joven acusado de homicidio simple al que tendrían que juzgar, junto a tres magistrados técnicos, de carrera, de la Cámara en lo Criminal de 2° nominación de Río Cuarto.
“Él me agradeció. El juicio le cambió la vida a él porque no tomó más, no salió más de noche, digamos. Y en la cárcel terminó el secundario, se puso a estudiar y se recibió de abogado. Hoy es abogado y trabaja acá en Río Cuarto. Obviamente que no todos los jurados populares van a tener esa suerte de poder conversar el día de mañana con las personas que han juzgado, ¿no es cierto? Y han ido a la cárcel, pero yo tuve esa suerte”, contó Angonova durante la ceremonia en el Tribunal Superior y luego dio más detalles en diálogo con Página 12. Este diario también conversó con Ceballos.
Según se probó en las audiencias orales y públicas del primer juicio por jurados --que se extendieron por varios meses-- Ceballos golpeó al changarín Javier Enrique Cabral, compañero de copas, cuando ambos estaban borrachos después de varios días de juerga y lo dejó inconsciente, tirado en un baldío. A Cabral lo encontraron vecinos. Estaba muy herido. Murió varios días después en un hospital como consecuencia de los traumatismos sufridos. Los hechos ocurrieron en la vecina localidad de Berrotarán. Varios testigos dijeron en el juicio que la víctima, de 26 años, tenía fama de “pendenciero”. Ceballos declaró en la policía que Cabral lo había amenazado con un cuchillo y, asustado, se había defendido: en otras oportunidades le había dado un puntazo. El acusado no tenía antecedentes penales.
El juicio, sobre todo el inicio, tuvo amplia cobertura en los medios nacionales. En las crónicas periodísticas se destacan la juventud de los jurados populares y a la vez su conocimiento del expediente y las preguntas muy pertinentes.que hacían a los testigos. Las fotos los muestran con rostros casi adolescentes, vestidos de traje y corbata, como los jueces de carrera. La condena a Ceballos fue por unanimidad a 9 años y seis meses de cárcel. Algunos años después en la provincia de Córdoba se cambió por ley la dinámica de los juicios por jurados: se pasó de una integración con solo dos ciudadanxs comunes a 12.
“Me corrió un escalofrío”
Angonova estaba tomando un café ese miércoles 26 de julio en el kiosco, sentado frente a una de las mesas pintadas de color rojo del local, cuando se le acercó un hombre de contextura grande.
“Me miró y me dijo: ¿Te acordás de mí?”. Yo le veía cara conocida. “Yo soy Ceballos, del juicio por Cabral”, me dijo. Y la verdad, te digo, se me puso la piel de gallina. Me corrió un escalofrío. Fueron unos segundos. Enseguida me di cuenta de que tenía buena fe. Me agradeció. “Ese juicio me cambió para toda la vida, pero para bien”, me dijo. Me contó que se había recibido de abogado y me dio la tarjetita con sus datos. que la tengo acá”, cuenta a este diario Angonova, y muestra la tarjeta a través de la cámara del celular.
Fue un encuentro breve. Se despidieron con la promesa de volver a verse, café o mate de por medio. Y ya lo hicieron.
--¿Cómo lo reconoció? --le preguntó este diario a Ceballos.
--Lo había visto una vez en el comedor de la universidad, cuando estudiaba abogacía. Yo me acuerdo de las caras de todos los que integraron el jurado. Las tengo grabadas.
No se percibe rencor en sus palabras.
Ceballos cuenta que el saludo al exjurado fue algo que le salió de manera espontánea. “No tengo nada contra ellos. El error lo cometió uno", dice, aludiendo sí mismo.
Tiene 49 años, vive en la localidad de Holmberg, a 10 kilómetros de la ciudad de Río Cuarto, en la casa de su padre. Está en pareja y no ha tenido hijos. “Mañana justo se cumplen 26 años”, recuerda en referencia al 2 de agosto de 1997, el día de la fatídica pelea en la que dejó malherido a Cabral, el hecho que lo llevó a la cárcel. “Fue una tragedia bajo los efectos del alcohol. Era un compañero de copas, tuvimos una diferencia y terminó de esa manera”, agrega.
No es muy locuaz pero se presta al diálogo de buena gana. “Como le comentaba a Mauricio, si yo hubiera salido absuelto hubiera seguido la misma vida, tomando, jugando, peleando. En cambio, al recibir la pena, uno reflexiona, recapacita, toma otra orientación gracias a la ayuda del personal técnico, la trabajadora social y la psicóloga de la prisión. Y supe aprovechar todas las posibilidades que me dio el Servicio Penitenciario”, relató a Página 12.
Quedó detenido en agosto de 1997. Estuvo preso en la Unidad Nº 6 de Río Cuarto. “A los pocos meses que entré en la prisión los guardias me sacaban de la celda a limpiar el pasillo central, que está entre los pabellones. Después, me llevaban a cebarles mate. Me ocupaba de entregarle las herramientas para trabajar a los demás internos. Cuando me condenaron me pusieron en el pabellón 5, para los detenidos de buena conducta. Trabajé en el casino de oficiales. y luego en una quinta extramuros que tiene el penal, donde hay un invernáculo y una granja. Fui cumpliendo todas las etapas de la ejecución de la pena”, contó. También terminó el secundario en una escuela nocturna. Al principio salía con custodia y luego ya sin vigilancia.. Le quedaban algunas materias del último año del secundario, pero tuvo que rendir equivalencias, porque había cursado en una escuela agroindustrial y el programa era diferente, explicó.
En total, estuvo casi seis años preso y luego empezó a gozar del beneficio de la libertad condicional. “Tuve mucho apoyo de mi familia, amigos, compañeros”, destacó. Ya fuera de la cárcel se anotó en la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Río Cuarto. El 2 de marzo de 2020, unos pocos días antes del inicio de la pandemia de covid 19, le entregaron la matrícula de abogado. Tiene el título enmarcado y colgado en una de las paredes del estudio que comparte con otrxs colegas, en la ciudad de Río Cuarto. Se dedica al derecho de Familia, Sucesiones y Derecho laboral, cuenta. Antes de caer preso, era ayudante de plomero en la Municipalidad.
El exjurado hoy tiene 47 años y además de ser empleado municipal es el presidente de la asociación vecinal Ingeniero Pizarro, el barrio del sur de Río Cuarto donde vive. Está separado, tiene dos hijos, está de novio y hace siete años le está dando pelea a un cáncer, por el cual lo han operado en seis oportunidades. Los dos últimos años, cuenta, estuvo “muy jodido”. Es católico, y la enfermedad lo ha vuelto muy creyente. Junto a otrxs pacientes oncológicos de Río Cuarto conformaron un grupo, “Los guerreros”, y visitan a niños y niñas y otras personas que están atravesando cuadros similares para darles esperanza. “Cuando te dicen que tenés cáncer entrás en un túnel negro. Les hablamos. Queremos que salgan de ese túnel y vean la vida de colores”.
Dice que en aquel momento en que le tocó ser jurado popular “estaba en la boludez”, por la edad, pero se tomó muy en serio la responsabilidad que tenía por delante. Junto al otro jurado popular estudiaron el expediente durante dos meses. “No había experiencia en el país sobre ese tipo de juicio. No teníamos de dónde agarrarnos”, dice.
--¿En qué lo cambió a usted aquel acontecimiento? --le preguntó este diario.
--Aprendí a tomar decisiones, a ser imparcial. Teníamos a la familia de Cabral llorando y pidiendo justicia todos los días frente a nosotros. Si te dejabas llevar por el corazón, le dábamos cien años de cárcel a Ceballos --apunta, a modo de ejemplo, sabiendo que el Código Penal no prevé ese castigo en el homicidio simple, sino entre 8 a 25 años. Ponderaron, recuerda, que la víctima era “pendenciero” y Ceballos “no tenía antecedentes”, entre otros aspectos.
También aquella experiencia le permitió conocer, dice, a la Justicia por dentro. “Los juicios por jurados le dan transparencia a la justicia”, piensa.
El miércoles 2 de agosto, una semana después del primer encuentro, arreglaron para volverse a ver con Ceballos y tomar un café en el mismo kiosco. Conversaron de la vida, dice. Le preguntó si podría brindar asesoramiento jurídico gratuito en su asociación vecinal una vez por mes. Ceballos aceptó. Empezará en dos semanas.
En aquella oportunidad, Mauricio Angonova y Ruben Fausto, dos estudiantes universitarios de veintitantos años, se sumaron a la Cámara en lo Criminal de 2° nominación de Rio Cuarto, y junto a los jueces Oscar Boni, Dalcio De Maria y Jorge Medina, condenaron por unanimidad a Juan Carlos Cevallos por el homicidio de Javier Cabral, hecho ocurrido en la localidad de Berrotarán, al sur provincial. Esa primera experiencia se convirtió en el puntapié inicial de una efectiva y concreta intervención del pueblo en el ámbito del juzgamiento penal, y generó un verdadero revuelo en todos los ámbitos académicos, judiciales, y políticos acerca de su utilidad, su validez constitucional, conveniencia presupuestaria, etc. Pero sobre todo se cuestionó si los ciudadanos tendrían la “madurez” suficiente para encarar tan importante misión.
Al finalizar el juicio, la prensa especializada que cubrió el juicio hizo especial hincapié en la serenidad, compromiso y responsabilidad que habían demostrado Mauricio y Rubén en el ejercicio de su función. Ellos mismos reconocerían luego que la experiencia había sido marcadamente importante en sus vidas. Así, se desterró tempranamente aquella crítica relacionada a la “inmadurez” de la ciudadanía para enfrentar la sagrada tarea de administrar justicia.
Esta primera experiencia no solo fue de importancia por lo ya referido, sino que también sirvió como antecedente inmediato para que, algunos años después, el legislador de Córdoba decidiera profundizar el sistema mediante el dictado de una ley especial sobre la materia, la ley 9.182. Si bien las razones que fundaron esta nueva norma fueron distintas a las que subyacen en el art. 369 del CPP; sin dudas que el éxito de aquella primera experiencia fue dirimente en la discusión parlamentaria. Ambos sistemas tienen marcadas diferencias pero indudablemente lo más importante, lo que pretendió el legislador, fue darle mayor preponderancia a la decisión ciudadana. Así, se pasó de una integración con solo 2 jurados escabinos a 12 jurados populares. La mayoría en la decisión, ahora es del pueblo.
Hoy, a 25 años de este importante hito en la historia judicial de Córdoba, podemos decir que ya se produjo el cambio cultural en nuestra sociedad que implica reconocer que ante determinados hechos, quienes deberán determinar la culpabilidad o inocencia de un imputado será un tribunal integrado con jurados populares. Lo saben los jueces, lo saben los operadores judiciales y sobre todo, lo sabe la sociedad, quien ha asumido este deber con un compromiso y responsabilidad loables. Solo basta un ejemplo. Durante la pandemia sanitaria que azotó el mundo en 2020 y 2021, Córdoba fue la única provincia que mantuvo en pleno funcionamiento el sistema de enjuiciamiento popular. Organizar audiencias judiciales en un contexto donde debía asegurarse condiciones especiales de distanciamiento, ventilación, sanitización permanente, etc.; fue una tarea más que difícil, sin embargo el Poder judicial de Córdoba no ahorró esfuerzos para que esto se concretara. Así se lograron realizar 119 juicios con intervención de jurados populares. La logística, la gestión y el esfuerzo económico realizados fueron grandes, pero nada de esto hubiese servido si no hubiese sido por el enorme compromiso y responsabilidad demostrados por los ciudadanos que, a pesar del difícil contexto, comparecieron a las citaciones judiciales, participaron de las audiencias y dictaron sentencia, en definitiva, cumplieron con su función.
En los próximos días, podremos decir orgullosos que hemos superado más de 1000 juicios con jurados, lo que implica que más de 12.000 cordobeses habrán asumido su responsabilidad, subiendo al estrado, democratizando las decisiones judiciales y, sobre todo, permitiendo que su decisión afiance aún más la justicia. Para cada uno de ellos, no tenemos más que palabras de gratitud.
Solo resta saber, si en lo sucesivo existirá la voluntad política de seguir profundizando la participación ciudadana, acaso permitiéndola también en otros hechos menores, o quizás en otros fueros o asuntos judiciales. En todo caso, aquí estaremos para apuntalar su intervención.