Desde Montevideo
Existe una cultura política uruguaya pero no sólo en el sentido que se le atribuye. Casi un estereotipo de la civilidad y la convivencia democrática. Aquella que se emparenta con la idea-fuerza de la Suiza de América sobre la que escribió un periodista estadounidense en la década de 1920 y se apropió para sí el batllismo, la corriente colorada de José Batlle y Ordóñez. La comparación con la Confederación Helvética se reiteró hasta el cansancio y construyó un paradigma de país que hoy resulta ficticio. Al menos en lo económico.
Se percibe en una Montevideo carísima para sus propios habitantes y el bolsillo del viajero argentino estándar – no el que frecuenta Punta del Este – pero que puede rebuscárselas de algún modo explorando bellos murales de Mario Benedetti y Alfredo Zitarrosa en una plaza frente al Parlamento, el Memorial de los Desaparecidos, el Parque Rodó, los barrios populares La Teja y el Cerro y la específica idiosincrasia tupamara – por así decirlo – que tiene en Pepe Mujica a su más conocido exponente. Hay dos lugares bastante a mano donde se respira esta cultura citadina. El local central de Movimiento de Participación Popular (MPP) en el Frente Amplio, de Mercedes 1368, y Lo de Molina (acrónimo del Movimiento de Liberación Nacional), una casona de la calle Tristán Narvaja 1578 donde los domingos bulle a sus puertas la tradicional feria montevideana.
El expresidente que vive en su chacra de Rincón del Cerro en la periferia de la capital, dejó una huella curiosa en la sede del MPP que fundó junto a sus compañeros de militancia en 1989. Se trata de una colección de objetos que le fueron obsequiando desde que llegó al Poder ejecutivo en 2010. Ibis López, un tupamaro que tiene a su cargo la guarda de la muestra cuenta que “son regalos que provienen de todas partes del mundo y que Pepe recibió en forma personal cuando era presidente. Acá tenemos solo una parte, porque ha donado otro tanto a escuelas para que los alumnos hagan remates y puedan conseguir fondos para mejorar las instalaciones y lo que necesiten”.
En una vitrina tan larga como el salón donde suelen reunirse los militantes del MPP, se pueden ver el bandoneón que le regaló Cristina Kirchner cuando era presidenta y una vasija venezolana que recibió de Hugo Chávez. Esos recuerdos conviven con un xilofón que le entregó a Mujica el gobierno chino, la réplica de la espada de Simón Bolívar o un reloj de pared que Evo Morales le regaló el 20 de mayo de 2011 para su cumpleaños. No todos los presentes son de mandatarios extranjeros. Un busto hecho en lo que parece arcilla tiene una inscripción al pie que dice: “Al Pepe, de la barra de Colonia”. Sonríe como en la estatua del político uruguayo de 88 años inaugurada en 2022 en la Universidad Federal do Pampa (UNIPAMPA) en Bagé, Río Grande do Sul, cerca de la frontera con Uruguay.
López explica que los objetos donados por Mujica a su movimiento político pueden verse “cuando es el día del patrimonio. Ahí abrimos, que es el primer domingo de octubre”. Mientras va mostrándonos el acervo que perteneció al referente histórico del MPP señala una curiosidad: “Esta es la lapicera que se hizo con la cápsula de una metralleta que es la réplica de la que se usó para firmar la paz en Colombia, durante las conversaciones en La Habana”. En la muestra hay algunos obsequios más itinerantes que otros. “Algo que movemos por todo el país es la réplica del diario del Che en Bolivia…”
El militante que atiende los domingos un puesto de libros en la feria de Tristán Narvaja recuerda que “hay regalos de Ecuador, Paraguay, Chile, un Corán, un cortapapeles con la tarjeta de Lula y la maqueta de una fortaleza que le obsequió a Mujica el califa de Qatar”.
A su lado, el diputado nacional del MPP dentro del Frente Amplio, Gabriel Otero, cuenta que “esto habla del prestigio de Pepe. Y coincide con su manera de ser”. Entre risas los dos comparan el gesto de desprendimiento del expresidente con una de las colecciones de arte más importantes del Uruguay. Su dueño es otro exmandatario: el colorado Julio María Sanguinetti, el primero de la democracia ininterrumpida que continúa desde el 1° de marzo de 1985 hasta hoy. “Tiene la pinacoteca más grande del Uruguay y la hizo desde el poder. Es un tipo que sabe mucho de arte pero varias cosas se las regalaron a él siendo presidente”, cuentan.
No muy lejos del local del MPP, cercano a la 18 de Julio, se conserva la vieja casona con varios patios que fue sede del MLN a fines de los años ’60 del siglo pasado. Se llama Lo de Molina. En su interior colmado de montevideanos y turistas que almuerzan un domingo de julio comidas populares, hay una placa de madera que dice: “En este local los días 5 y 6 de mayo de 1989 una multitud de pueblo despidió al revolucionario compañero Raúl Sendic Antonaccio”. El histórico líder tupamaro que falleció en París el 28 de abril del ’89. Había permanecido preso durante la dictadura por doce años en condiciones tan infrahumanas como las que sometieron a Pepe Mujica y al resto de la conducción del MLN.
En Lo de Molina conviven el restorán El Renganche con variada oferta gastronómica, la librería Idea y una sala donde suelen presentarse recitales de poesía, música, exposiciones y charlas-debate. A pocas cuadras de la vieja casona Ibis López abre y cierra los domingos su puesto de libros en la feria. Orgulloso de su militancia cuenta que todo lo hicieron con austeridad, y recuerda las viejas campañas del MPP.
“En la del 2004 teníamos dividido Montevideo en cinco zonales. Y habíamos comprado cinco motos japonesas de 50 centímetros de cilindrada para la campaña. Un día cayó la televisión pública japonesa y los compañeros la trajeron a nuestro local. Cuando les conté en la nota que teníamos una y que estaba toda desarmada ahí, no lo podían creer. Ahora la estamos reconstruyendo para que sea parte de nuestra historia”, explica López.
Los tupamaros siempre se las ingeniaron ante la adversidad, como en la célebre fuga del penal de Punta Carretas donde hoy funciona un shopping en una de las zonas más acomodadas de Montevideo. De ahí se escaparon 106 guerrilleros y cinco presos comunes en 1971. Ibis, el hombre canoso con nombre sacado de un poema de Ovidio, retoma sus recuerdos de militancia, pero ya en democracia: “En el ‘99 no teníamos un mango para armar una campaña de infraestructura política. ¿Qué hicimos? Tomamos todas las listas viejas del ‘94 que habían sobrado, recortamos el logo de cada una, la 609, y después salimos con un pomito de pega-pega a ponerlos en las columnas y en las paradas de colectivos”.