Producción: Mara Pedrazzoli
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No cumple su convenio
Por Alejandro Vanoli (*)
Argentina acaba de cerrar una muy dura negociación con el FMI. Un Fondo que en los últimos 50 años ha olvidado lo establecido en su Convenio Constitutivo. Transcribo para ilustrar lo expuesto dos incisos del artículo 1 del mismo.
ii) Facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado… contribuyendo así a alcanzar y mantener altos niveles de ocupación y de ingresos reales y a desarrollar los recursos productivos de todos los países miembros como objetivos primordiales de política económica. iii) Fomentar la estabilidad cambiaria, procurar que los países miembros mantengan regímenes de cambios ordenados y evitar depreciaciones cambiarias competitivas.
Cabe señalar que el FMI viene de apoyar en Argentina dos programas insustentables de ajuste, endeudamiento y fuga de capitales: 1998-2001 y 2018-2019, incumpliendo su Convenio.
Para merituar el acuerdo alcanzado hay que considerar, dada la asimetría de poder entre las partes, el marco en que se celebra el mismo. El país llega a un acuerdo en un contexto de gran debilidad de su sector externo, tras la crisis desatada por las políticas inconsistentes de Macri, además de la pandemia, guerra en Europa, conflictos internos que resintieron la gestión del actual Gobierno y especialmente una sequía que privó de 20.500 millones de dólares de exportaciones y 5.000 millones de dólares de recaudación impositiva. Agreguemos a dichos factores la fuerte presión dolarizadora propia de un año electoral.
Dado lo expuesto ningún acuerdo posible es para celebrar. Pero no es menor que se pudiera construir un puente financiero hasta noviembre, sin revisiones que generen incertidumbre, hasta la elección de un nuevo Gobierno. El acuerdo reconoce la importancia de intervención en los dólares alternativos y en futuros para “evitar situaciones desordenadas”, intervenciones que el Gobierno deberá profundizar para evitar una mayor presión cambiaria.
Queda claro que, si era otro país o un Gobierno de otro signo ideológico, el FMI hubiera dado una rápida dispensa a las “metas” y aprobado en forma rápida la quinta revisión de marzo que demoró juntando con la de junio. El FMI reconoce la sequía: un hecho objetivo, y así y todo demoró tres meses el acuerdo, “casualmente” en medio de un proceso electoral.
Lo cierto es que el FMI bregó por una gran devaluación y un mayor ajuste fiscal, presiones que el Gobierno no convalidó. Una devaluación que hubiera espiralizado una inflación ya elevada y que hubiera amplificado una grave crisis en este contexto. Un mayor ajuste fiscal (se mantuvo la meta) que hubiera desacelerado la economía en un entorno global al que el país no es ajeno y que reduce el crecimiento ya resentido por efecto de la sequía.
La negociación de noviembre con el FMI no será fácil, está sujeta a metas difícilmente cumplibles. El FMI ajustó la meta de reservas en 7.000 millones de dólares, solo un tercio de las divisas perdidas por la sequía. El Fondo insistirá con una devaluación y ajuste en noviembre. Ya avisó en el comunicado que quiere “contener la masa salarial”, ajuste de ingresos que nos llevaría a una recesión que aumentaría el desequilibrio fiscal y sería de una gran inequidad en ingresos que no pudieron recuperar lo perdido de 2016 a 2019.
Si bien el comunicado de prensa habla de una “adaptación proactiva a evolución de condiciones externas e internas” su “voluntad negociadora” con el actual Gobierno dependerá del resultado electoral ya que la oposición le concederá al FMI todo lo que pide.
Un buen resultado de quienes quieren “unificar el tipo de cambio desde el primer día”, en buen romance una gran devaluación, generará una mayor presión en la brecha cambiaria. Los argentinos vivimos con dolor la gran mentira de quienes a fines de 2015 prometieron que la devaluación no tendría impacto en precios. Es crucial para el país no repetir ese grave error que benefició a muy pocos en detrimento del conjunto.
Es imprescindible que Unión por la Patria pueda triunfar en las elecciones para evitar se repitan las tragedias pasadas. El nuevo gobierno tendrá el plafond del fin de la sequía, además de las mayores exportaciones previstas en agro, energía y minerales además de menores importaciones por el gasoducto y otras obras de infraestructura, todo lo cual permitirá revertir el déficit externo.
Con esa base el nuevo gobierno deberá continuar lo bueno, rectificar errores y profundizar lo que faltó, para aprovechar esa coyuntura. Especialmente implementar un plan de desarrollo con equidad para salir de la restricción externa estructural y así negociar con el FMI desde otra posición de fuerza y soberanamente obtener una sustentabilidad económica y social que nos permita salir de programas con el Fondo de manera definitiva.
(*) Director de Synthesis y ex Presidente del Banco Central.
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A los amigos, todo.
Por Noemí Brenta (**)
Las decisiones en el FMI no son puramente técnicas, sino que suelen incluir consideraciones políticas, que reflejan los intereses estratégicos de las grandes potencias, principalmente de Estados Unidos, y de sectores influyentes, como el financiero. Hoy, por ejemplo, el posicionamiento frente a China, a Rusia y a la guerra en Ucrania, son factores que favorecen o dificultan las negociaciones de los países con el FMI. Y también cuenta la filiación política. Los gobiernos de la derecha globalista caen mejor que los progresistas y nacionalistas, más renuentes a aplicar los programas ortodoxos del organismo.
Al aprobar un acuerdo, el FMI toma en cuenta la capacidad institucional y política para gestionarlo, para imponer a la población las medidas de ajuste, devaluación, apertura comercial y financiera, privatizaciones y otras reformas. Por eso, considera que sus programas tienen mayor probabilidad de éxito en los países con gobiernos más afines a su visión. Éxito significa que el financiamiento se desembolse más o menos en los plazos planeados, lo que implica aprobar las revisiones de cumplimiento de las condicionalidades. Esto cambia notablemente cuando los gobiernos son más reticentes a sus políticas. Esto siempre ha sido así, aunque no estuviera tan explicitado como ahora en el discurso del FMI.
Por ejemplo, el FMI desembolsó el 26 de marzo de 1976, dos días después del golpe, los 110 millones de dólares que dos semanas antes había denegado al gobierno peronista, aduciendo que las autoridades no podrían aplicar el duro ajuste. Sabían que los militares “actuarían pronto”, según un memorándum confidencial, y esperaron la consumación del golpe para apoyarlo financieramente. El FMI otorgó a la dictadura más sangrienta de Argentina, pero liberal en lo económico y antipopulista, “el mayor stand by acordado a un país latinoamericano”, dice la Memoria del BCRA de 1976.
Distinta actitud tomó el FMI en el gobierno de Alfonsín, apenas restaurada la democracia, ya que éste cuestionaba la legitimidad de la deuda externa tomada por los militares, quiso conformar un club de países deudores para negociar con el club de bancos, y pretendía pagar según las posibilidades de Argentina. Durante toda su gestión fue imposible alcanzar un acuerdo sostenible con el FMI. Éste operaba abiertamente a favor de los acreedores. Aun después de empezar las reformas estructurales, la relación fue ríspida. En febrero del año electoral 1989, con escasas reservas, el Banco Mundial denegó un desembolso y el flujo financiero desde Washington se suspendió. Estallaron las devaluaciones y la hiperinflación y el presidente Alfonsín terminó traspasando el mando de manera anticipada. La actitud del Banco Mundial y del FMI, junto al lobby ejercido en Washington por economistas de la oposición, fueron las causas más importantes, para apurar un final desastroso.
El gobierno de Menem gozó del favor del FMI, en el marco de las relaciones carnales con Estados Unidos, y estuvo los diez años de su gestión bajo sus programas. En el año electoral 1995, en plena crisis del Tequila, el FMI amplió el acuerdo de facilidades extendidas y desembolsó 2.340 millones de dólares. Menem fue reelegido, pese al 18% de desempleo. En el año electoral 1999 regía otro acuerdo de facilidades extendidas, que no se usó, y el gobierno comenzó a negociar en Estados Unidos la dolarización de Argentina. Como premio a sus políticas y a su alineamiento, Menem fue invitado de honor en la asamblea anual del FMI de 1999, junto al presidente Bill Clinton.
El FMI también participó en la caída de De la Rúa (UCR), en diciembre de 2001, al denegar un desembolso esperado. Pero desembolsó en agosto más de 6.000 millones de dólares, fugados rápidamente antes del default soberano más grande de la historia.
Las siguientes elecciones generales fueron en 2003. Tras una dura negociación, con el gobierno estadounidense y el FMI enojados por el fracaso de sus programas en Argentina, el gobierno de Duhalde firmó un stand by transitorio. Quedó al gobierno de Néstor Kirchner reestructurar la deuda defaulteada, y negociar un nuevo acuerdo. Luego del pago total al FMI, éste ya no pudo interferir en la economía ni en las elecciones de 2007, 2011 y 2015.
Cerca de las elecciones de 2019, bajo el mayor stand by en la historia del FMI, tomado por el gobierno de Mauricio Macri en 2018, Argentina había recibido 44.500 millones de dólares en un tiempo récord. Este enorme préstamo respondió a la presión de Donald Trump, quien consideraba imprescindible la reelección del presidente de derecha, para evitar el retorno del peronismo y asegurar la hegemonía estadounidense en América Latina. Tras la derrota de Macri en las PASO, ya no hubo más revisiones ni desembolsos, y el nuevo gobierno suspendió el acuerdo.
El trato frente a las próximas elecciones de 2023 es bastante más duro. La revisión de junio se prolongó. El FMI exigía devaluación, metas fiscales y de reservas imposibles de alcanzar. El gobierno argentino las rechazaba, con reservas y cuentas fiscales afectadas por la sequía y la guerra en Ucrania. Recién a fin de julio se llegó a un acuerdo técnico, y Argentina tuvo que pagar al FMI los vencimientos de capital e intereses de agosto, por un total de 3.400 millones de dólares, con préstamos de otras fuentes: China, la CAF y Qatar, sin usar reservas y sin recibir desembolsos del FMI. En ese proceso, la incertidumbre y la especulación operaron sobre el dólar y los precios, mientras economistas de la oposición operaban sobre el FMI con intenciones desestabilizadoras y para sepultar las posibilidades electorales del oficialismo. Esta conspiración especulativa no logró su objetivo, y el FMI no volverá hasta noviembre. Pero la doble vara del organismo siempre asoma. A los amigos, todo. A los demás, fuego lento.
(**) Economista, IDEHESI, Conicet-UBA