Querido Miguel:
Hoy hace siete años que estoy muerta. No te escribo de igual a igual, porque vos continuás desaparecido. Necesito contarte algunas cosas que hice y otras que han pasado estos últimos años. La más impactante ocurrió hace muy poco: el gobierno peronista repatrió uno de los aviones de los vuelos de la muerte. Tal vez, nunca lo sabremos, el mismo en el que te subieron para luego tirarte al mar. O al río. Cuando fui a testimoniar al juicio por la causa ESMA, una sobreviviente contó que a menudo hablaba con un oficial de la Marina y que una día se animó a preguntarle por los “centros de recuperación” vinculados a los “traslados”. Este oficial le dio una explicación acabada de los vuelos: “el mar nos ayuda, porque el río los devuelve, en cambio el mar es duro y cuando los cuerpos caen, se desnucan. Después las orcas hacen lo suyo”.
¿Recordás que mamá, María del Mar como le puso su madre, cuando éramos chicos nos contaba que su nombre se debía a que juntas iban a cruzar el Atlántico para reencontrarse con nuestro abuelo? Mamá nació cuando él ya se había venido y tenía cinco años cuando llegó con su mamá a la Argentina. En esa larga espera, nuestra abuela, allá, en las cuevas de Sacromonte, se obsesionó con esa palabra: Atlántico, al punto de que se enojaba un poco porque a mamá le costaba mucho pronunciarla bien. Desde tu desaparición esa obsesión con el mar pasó a ser la de ella, que nunca más pudo acercarse a la costanera y nunca más pudo probar pescado. Quiero que sepas que pronunció tu nombre hasta su último día, cuando ya no emitía sonido, enrroscadita en su cama como un caracol.
Antes de enfermarme encontré el valor para averiguar algunas cosas sobre vos. Era una necesidad ya impostergable, había pasado demasiado tiempo sin poder enfrentarla.
Investigando mucho di con tres sobrevivientes que te vieron en la ESMA. Siempre cuando los trasladaban al baño. La descripción fue la misma: un chico rubio y flaco, con el pecho desnudo y un pantalón de corderoy marrón. Pero hubo un testimonio que me dio la certeza absoluta de que se trataba de vos. Fue un detalle, pero cuando lo escuché dije: ese era Miguel. El hombre dijo que se acordaba bien del “chico rubio en la zona de los baños”, porque le llamó mucho la atención la postura en que te vio “para alguien tan débil y torturado como él” dijo. “El chico estaba en cuclillas, con los pies apoyados en el borde del inodoro”.
¿Te acordás Miguel de esa obsesión de mamá? Esa enseñanza férrea que nos inculcó: jamás se sienten en un inodoro público, porque pueden contagiarse todo tipo de enfermedades.
No pude precisar el día exacto de tu “traslado” pero la duda es solo entre dos fechas: miércoles 23 o miércoles 30 de marzo de 1977, ya que los miércoles eran los “vuelos”. Nunca más te vieron en la ESMA, pero cruzando información y otros testimonios, supe que por aquellos días una zapatilla, muy blanca, resaltaba en la pila enorme del pañol de la ESMA, el botín con la ropa de los secuestrados.
Unos meses después, en diciembre, otro miércoles, tiraron al mar, tiraron al mar, tiraron al mar, a tres Madres de Plaza de Mayo y a dos monjas francesas.
Querido Miguel, quiero contarte también que mamá, en una visita que me hizo en la cárcel de Devoto, me dijo que la última vez que había sabido algo de vos, tenías una novia. Al salir la busqué sin descanso, hasta que un día una voz en el teléfono me dijo “soy la hermana y ella también está desaparecida”. Quedamos en encontrarnos. Caminé ligerito por un barrio de casas bajas. Iba como escondiendo un secreto. Recuerdo que había sol, que los pájaros cantaban en los árboles. Apenas ella abrió la puerta nos abrazamos como si nos conociéramos desde siempre. Me dijo que no estaba en Buenos Aires aquellos días del 77, que no sabía cuándo ni dónde habían secuestrado a su hermana, y pensaba que habían vigilado la casa, esperándote.
Tuve suerte esa tarde, porque encontré dos testigos que todavía vivían en esa cuadra. Testigos de tu secuestro, Miguel. Uno de ellos vio todo el operativo a través de la mirilla del zaguán de su casa, a oscuras. Otro andaba caminando por la calle y al comprender lo que iba a pasar se escondió debajo de un auto estacionado. Cuando todo terminó recordó que le llamó la atención la blancura, en el medio de la calle, de tu zapatilla.
Te decía que trajeron el avión, Miguel. Te aseguro que estuve ahí, lo toqué y pronuncié tu nombre y el de María del Mar. Porque ese avión fue de ellos, hermano, pero ahora es de todo el pueblo argentino.
Quedará en la ESMA con otro significante, símbolo de memoria, verdad y justicia.
Carta de Liliana Chiernajowsky a su hermano Miguel.