“En la historia económica del delta se suelen marcar ciertos ciclos económicos: primero la floricultura, luego la madera y los bosques implantados y, finalmente, el ingreso pleno del turismo. Por mi formación, imaginaba que esa historia de cambios, de ciclos donde se suceden transiciones económicas ordenadas, no había sido tan pacífica. Donde hay transformaciones, hay procesos de resistencia, ganadores y perdedores”. Así se refiere la antropóloga y militante del delta, Eme Halpin, al origen de su nuevo libro “Antes sembrábamos frutales, ahora sembramos cabañas”, una investigación sobre el impacto de turismo en el Delta del Tigre y las formas de resistencia productiva de distintas organizaciones isleñas. Publicado recientemente por la biblioteca popular del delta Genoveva y distribuido por la Asociación de Isleños Origen Delta, este libro no solo es un diagnóstico preciso del avance extractivo del turismo en esta región, sino que también es una propuesta a futuro, la de “vivir y producir en equilibrio con el humedal”.
El Delta del Paraná no siempre fue el anexo turístico de la Ciudad de Buenos Aires. El proceso que desembocó en el actual monocultivo de cabañas y hoteles comenzó en el siglo XX, pero se intensificó en la década del noventa. En estos años, se construyó todo un entramado económico en torno al turismo, transformando a un sector del Delta del Tigre, siempre rural, en una propuesta de sol y playa cercana a la ciudad. Catamaranes, hoteles, deportes acuáticos y otros negocios invasivos sobre el medioambiente, profundamente estacionarios y desregulados por el Estado soterraron una serie de producciones tradicionales isleñas como el cultivo de caña de bambú, la venta de juncos, de abono o el negocio de la pesca. Frente a estos cambios, diversos colectivos de vecinos a lo largo de los años se han agrupado para proteger el Delta y proponer alternativas que diversifiquen la vida económica y social del humedal.
El fantasma de Colony Park
En 2008 Colony Park, el mega emprendimiento de turismo residencial que buscó construir un barrio privado en setecientas hectáreas del delta quemando casas de vecinos y modificando el ecosistema natural del humedal, fue un punto de quiebre en la organización de la lucha isleña. “Este caso encendió una chispa y movilizó a mucha gente para que se detuviera este emprendimiento y se prohibieran en general los barrios privados”, afirmó Halpin. A partir de este hecho, se desprendieron diversas organizaciones asamblearias, que confluyeron años después en el Consejo Asesor Permanente Isleño, y experiencias de asociaciones productivas, como Origen Delta. Ambas, estudiadas en el libro de Halpin.
Además de ser el disparador de la lucha isleña, Colony Park funciona en la investigación de Halpin como el ejemplo por antonomasia de las consecuencias de un negocio que crece descontroladamente. “Existen algunas regulaciones sobre el turismo, el tema es que muchas veces favorece a los grandes empresarios por sobre los pequeños emprendimientos”, explicó la investigadora. “La cantidad de papeles a veces lo hace expulsivo para los isleños que alquilan cabañas particulares. Por eso, al margen de las regulaciones el turismo crece descontroladamente. El isleño que alquila una cabaña construye dos o tres para poder compensar los meses de inactividad y el que no tiene espacio para alquilar se emplea en grandes emprendimientos desregulados en derechos laborales”, agregó.
Mirar a futuro
A partir del estudio detallado de las diversas consecuencias del negocio turístico actual, Eme Halpin entró en diálogo con isleños para conocer sus propuestas y luchas a futuro. En este diálogo, comenzó a vincularse con Origen Delta hasta terminar trabajando y militando con la asociación. “No es que estemos en contra del turismo, le haríamos cambios, pero lo más importante es diversificar. Es necesario poder crear proyectos de vida autónomos que vayan más allá de lo que te ofrece el mercado que, en este caso, es solo el turismo”, afirmó Halpin. “Lo que planteamos, es que es necesario recuperar y restablecer el entramado productivo del Delta. Acá el transporte, el internet, la luz están pensados en función del negocio turístico. Entonces, se necesitan políticas públicas sostenibles a largo plazo para que estos proyectos alternativos puedan crecer“, agregó.
Además de reclamar por una regulación del turismo más efectiva que permita proteger el ecosistema del Humedal, las asociaciones de productores reclaman por apoyos estatales que les permitan crecer y espacios de comercialización y distribución que prioricen la producción local. “El pequeño productor es muy importante para lograr un sistema de producción diverso. El puerto de frutos, por ejemplo, tiene mil quinientos puestos y solo dos o tres son de productos locales. Nosotros decimos, por eso, que el turismo debe estar vinculado a la identidad local, su materia prima y producción. Hay que pensar en un ecoturismo, un agroturismo regulado y anclado en organizaciones de base”, concluyó la investigadora.