El sábado se inauguró en la Usina del Arte la enorme instalación “Intemperie”, de Carlos Gómez Centurión (San Juan, 1951), con curaduría de Carlos Herrera, dentro de Bienal Sur.
El artista y arquitecto hace años abandonó las formas estrictamente narrativas de la pintura, e hizo un giro, de manera que la obra fuera el resultado de la observación, la exploración y la experiencia. Desde los primeros años dos mil, como lo hacían los pintores viajeros y los naturalistas europeos del siglo XIX, que se dedicaron a relevar (y de algún modo a dominar) los paisajes y la naturaleza americanos, Gómez Centurión se lanzó con sus herramientas para realizar, también él, a lomo de mula, con baqueanos y un equipo, su propio relevamiento de la Cordillera de los Andes, en distintas etapas y múltiples viajes, por las alturas de Jujuy, Santa Cruz, Mendoza y San Juan.
El artista sanjuanino, cuya bellísima casa taller está en el Valle de Zonda, tiene una vista privilegiada de los Andes, que pasó a ser el tema -literal, material y metafórico- de su obra. Hace ya muchos años que eligió ponerle el cuerpo a la pintura de modo que el lenguaje pictórico fuera atravesado por el filtro de las vivencias.
“La idea de esta muestra -cuenta el pintor a Página12- surgió tras la pandemia, para comprobar la fragilidad de lo humano frente a lo inesperado. Después, también, de la muerte de mi madre. Estaba solo en el campo, sin ruidos, como en situación de orfandad. Entonces empecé a pensar, por una parte, en la condición de haber sido arrojados al mundo y en el consiguiente desamparo en el mundo contemporáneo. Por la otra, en lo absurdo de la lucha por el poder y la codicia por el oro… porque cuando uno levanta la vista, todo eso es nada”.
La propuesta wagneriana de la instalación “Intemperie”, de Gómez Centurión -con obertura musical incluida-, busca la “obra de arte total”, lo operístico y, también, lo épico. Su instalación cuenta con cinco enormes pinturas verticales de diez metros de altura cada una (por tres de ancho); un muro que las abraza y rodea -libremente inspirado en la figura poliédrica del célebre grabado que Durero dedicó a la melancolía-, con un único ingreso/salida. En la pared interna del muro se extiende otro largo lienzo, un calco de la montaña -que fue trabajado por frottage sobre la superficie de la roca del cerro Mercedario-. La instalación suma una vieja y amplia carpa de campaña, con otras obras del artista en su interior y, por detrás, al fondo de la instalación -por fuera de los límites del muro-, se exhibe una pintura tensada con sogas en un bastidor de metal.
“En abril del año pasado estuve en el Mercedario. Allá realicé varias obras, a la intemperie. Nos acompañó Gustavo Muñoz que filmó toda la experiencia -que se usó para producir el cortometraje “Digo el Mercedario”, por parte de Raphael Castoriano y Gustavo Travieso-, que se exhibe para mostrar la travesía, acompañando la instalación. A la expedición vino además un astrónomo (director del observatorio El Leoncio, en Calingasta). Todas las noches el cielo se caía de estrellas y cada noche teníamos una clase de astronomía”.
“En el medio de la nada -sigue C.G.C- a cuatro mil quinientos metros, con un frío tremendo -porque fuimos en abril, que no es la mejor época del año para subir-, todos los sentimientos que antes describía se hacen patentes, especialmente el de la fragilidad de lo humano. El gran árbol de la pintura central es el árbol de la Valkiria, de Wagner; y la música que se oye la compuso un amigo de mi hijo: está basada en la obertura de la Valkiria. La tetralogía de Wagner está muy presente. Por supuesto está el tema del oro.
La instalación no solo se completa con la pieza sonora, sino que se complementa con el corto cinematográfico que se muestra de manera contínua.
Hay una buscada tensión, por una parte, entre la épica grandilocuente de la instalación, que contiene, resume y condensa un viaje (o quizás todos los viajes) del artista a la cordillera. Y, por la otra, la idea, tal vez más íntima, de la intemperie como desapropiación, desposesión y desnudez ante el mundo. De la épica operística a la intimidad hay un salto del que la instalación busca dar cuenta. Y en esa tensión, el salto puede pensarse también como continuidad (o al menos como contigüidad) entre la inmensidad de la naturaleza cordillerana y el modo en que esa infinitud, por medio de una fuerte voluntad, se usa para producir obra, mostrarla, y transmitir trabajo creativo, acompañado de fuertes convicciones estéticas.
* La instalación Intemperie, de Carlos Gómez Centurión -y el cortometraje “Digo el mercedario”, que se exhibe continuamente-, sigue en la Usina del arte, Agustín Caffarena 1, hasta el 10 de septiembre, de martes a jueves, de 12 a 20 hs; viernes, sábados, domingos y feriados, de 11 a 20, con entrada libre y gratuita.