“Creo que la mayoría entiende que soy un narrador empático, que simpatiza con la historia que está contando, y un explorador curioso, no una persona con una agenda”, dice Peter Rock, el escritor oriundo de Utah que estuvo presente en la Feria de Editores, bajándole el tono al puñado de cartas y mensajes atemorizantes que le llegaron de parte de algunos fanáticos.

Es que El Ciclo del Refugio, la nueva y cuarta novela publicada en Argentina del autor de la celebrada Mi Abandono (editada por Godot en el 2018 y adaptada al cine el mismo año) tiene mucho que ver con la Iglesia Universal y Triunfadora, esa agrupación religiosa que fue liderada por Elizabeth Clare Prophet, y que combina a Jesús, el Buda, Saint Germain y aliens (y muchos elementos más), en un sistema de creencias sumamente complejo (y prácticamente inextricable), no exento de una peculiar paranoia nuclear, que los llevó a construir miles de refugios subterráneos porque el fin del mundo era inminente: en marzo de 1990.

El Ciclo del Refugio ocurre unos 20 años después de que el fin del mundo no ocurriera. Una chica desapareció frente a la casa de Francine, y Colville llega al pueblo para ayudar con la búsqueda: así se reencuentran estos dos amigos de la infancia, que vivieron juntos en un búnker refugiándose del apocalipsis que no fue y que no se ven desde aquel entonces. Francine trabaja, está casada y a punto de tener su primer hijo, su vida parece encaminada, mientras que Colville perdió a su hermano en la guerra de Afganistán y anda un tanto más extraviado. Pero ambos fueron criados bajo las creencias de la iglesia (¿o secta?), y esas secuelas no tardan en emerger.

“Entré en este proyecto pensando esta es una historia loca llena de gente loca, pero cuanto más me metía y más gente real conocía, me quedé tan impresionado con sus historias y sus perspectivas. Se convirtieron en mis amigos. Así que el libro que escribí es mucho más comprensivo. Quería contar su historia desde adentro, tratando de mantenerme lo más cerca posible a los hechos y a las creencias, abierto a la maravilla en medio de fuerzas y energías invisibles”, dice Peter Rock, que realizó una investigación de tres años, acumulando más de mil páginas de entrevistas a integrantes y ex integrantes de la iglesia, aunque, a excepción de Elizabeth Clare Prophet, ningún personaje está basado en personas reales.

Rock cuenta que las entrevistas cambiaron su perspectiva del libro, que en un principio era menos amable. Si bien a medida que avanzaba en el estudio de los textos de la iglesia desbloqueaba para sí nuevos niveles de confusión, lo contrario ocurría en las entrevistas. La mayoría de los entrevistados habían sido niños en el momento en que pertenecieron a la iglesia, y contaban que vivían en un hermoso desierto, en Montana, cerca de Yellowstone, que tenían libertad para jugar y para pasear, que los padres estaban fabricando fuertes subterráneos, en suma, estaban, según esta épica desprendida del absurdo, salvando el mundo y eso poseía una magia muy poderosa, que hacía que en retrospectiva esos recuerdos de infancia resultaran míticos y sumamente literarios.

En los personajes de El Ciclo del Refugio encontramos esa peculiar generosidad narrativa que nos acerca a la humana complejidad de que, por más que estemos siendo testigos de actos extremos, de decisiones riesgosas, incluso de algún evento criminal, nada de esto es un hecho frío, sino que, por el contrario, existe un lado interno de cada movimiento, una motivación y un contexto que, en este caso, es tan extraño como determinante, por más que se trate de cosas que no podamos comprender del todo, ni disculpar.

No hay un mensaje concreto o un conocimiento específico que el texto quiera comunicar, dice Peter Rock. Se trata de otra cosa: narrar como una forma de explorar tópicos y circunstancias que habitan en una plena ajenidad de nuestro campo. “Si algo de afuera está llamando tu atención y tu curiosidad, es porque hace resonar algo dentro tuyo. La escritura de la narración es a menudo una exploración de esa conexión”, concluye Rock, que declara profesar devoción por Julio Cortázar (“lo vengo leyendo incesantemente los últimos 35 años de mi vida”).

Cómo es vivir en un mundo que debió haber terminado y no terminó. ¿Es un alivio? ¿una decepción? Sea como fuere, ha de tratarse de un mundo extraño, en el que es arduo hacer pie del todo. Francine y Calville, los personajes principales de esta novela, lidian con un pasado sobrenatural como pueden, cada uno de una manera singular. A diferencia de Mi abandono, que era un texto en que la voz de la primera persona conducía la trama, en El Ciclo del Refugio una tercera persona lúcida y precisa, pero carente de toda frialdad, se mantiene a la distancia justa para que el lector reciba con curiosidad y deslumbramiento -y lejos de sanciones morales- las extravagantes maravillas de la trama.

“Crecí en Salt Lake City, rodeado de mormones. Ese paisaje está particularmente embrujado, poblado por fuerzas invisibles, muy en sintonía con otros planos y mundos. Alguien me dijo una vez que la Iglesia Universal y Triunfante era como los mormones pero con esteroides; eso probablemente me atrajo y me dio la curiosidad necesaria como para indagar en algo que había pasado muy cerca de donde yo crecí”, comenta Peter Rock, que trabajaba en un rancho, como peón, haciéndose cargo del ganado, y veía miembros de la iglesia, siempre vestidos de violeta, por el pueblo. “Algo delirante había pasado justo delante mío, y yo no le presté atención: esta novela es mi manera de darle la atención que ameritaba”.

El Ciclo del Refugio reflexiona con astucia y delicadeza sobre temas espinosos, sin tomar partido, sin demonizar ni entronizar, sino dando lugar a la fragilidad puramente humana de personas que crecieron bajo un sistema de creencias que siempre va a condicionar su percepción del mundo y por tanto su manera de obrar, en algunos casos poniendo en riesgo a sí mismos y en otros, a los demás. Mientras es muy sencillo (y a veces práctico) señalar como locos a miembros de una secta apocalíptica de un fin del mundo que no ocurrió (y más aún cuando muchos de esos miembros afirman que el fin del mundo sí ocurrió, y que estamos todos viviendo, desde marzo de 1990, en un simulacro) una de las virtudes de El Ciclo del Refugio es, además de una prosa que cristaliza una conmoción vívida y primal por la naturaleza, el permitirnos explorar una ruta que no hubiésemos recorrido por nosotros mismos, con los detalles necesarios como para que podamos experimentar la otredad en una dimensión empática.