Aunque se trata de uno de esos artistas que en la memoria colectiva quedan fatalmente adheridos al título de una obra (o dos), William Friedkin es uno de los directores estadounidenses más exquisitos de los últimos 50 años. Fallecido este lunes en Los Ángeles a los 87 años, fue además uno de los cineastas más desafiantes del cine moderno. No solo con el espectador, sino consigo mismo, siempre dispuesto a relegar su comodidad creativa, a salir de las zonas de confort de sus grandes éxitos. Y aunque fue responsable de uno de los títulos más populares de la historia del cine, como El exorcista (1973), su nombre y su obra no son recordados en la medida que merecen.
Formado en el oficio a la antigua, Friedkin dio sus primeros pasos en la televisión, a cargo de tareas menores, incluso administrativas. Sin embargo, el salto a la dirección fue rápido y sólido. Nacido en Chicago el 29 de agosto de 1935, ya a los 16 años dirigía programas de televisión en vivo en el canal local WGN, tal como lo consigna el obituario que la propia cadena le dedicó a su antiguo y precoz empleado. Gracias a su eficiencia pronto pasó a dirigir documentales para TV, entre los que se destaca The People vs. Paul Crump (1962), historia de redención de un condenado a muerte por el asesinato de una persona durante el asalto fallido a una planta de alimentos.
Tan solvente resultó su trabajo que se trasladó a Los Ángeles, donde dirigió series de ficción (Alfred Hitchcock presenta) y otros documentales televisivos como The Thin Blue Line, suerte de precursor de los reality shows policiales. El musical Good Times no solo marcó en 1967 su debut en el cine, sino también el del dúo que entonces integraban Cher y Sonny Bono. Pero Friedkin nunca abandonó su labor en televisión. Ahí estuvo a cargo de capítulos de series como Cuentos de la cripta, La dimensión desconocida o CSI, y de largometrajes como la remake de 1997 de 12 hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957), con un elenco estelar que incluía a Jack Lemmon, George C. Scott, James Gandolfini y William Petersen.
Friedkin entró en la década de 1970 aprobando su primer gran desafío. Basada en una obra del off Broadway, Los muchachos de la banda cuenta la historia de un grupo de amigos gays que le regalan una noche con un taxi boy a uno de ellos para festejar su cumpleaños. El tema de la pieza teatral, que ya había revolucionado dicha escena con su representación abierta del mundo homosexual, también impactó en el mundo del cine. Ahí, una generación de jóvenes inspirados tanto por el trabajo de cineastas como Sam Peckinpah o John Cassavetes, como por la revolución de la nouvelle vague al otro lado del océano, comenzaba a reformular la forma en que el cine miraba al mundo.
Peter Bogdanovich, Francis Coppola, Martin Scorsese, Michael Cimino, Walter Hill, John Boorman, Hal Ashby, John Carpenter, Brian De Palma, Steven Spielberg y George Lucas son algunos de los que integran esa camada cuya obra redefinió a Hollywood. No solo desde lo narrativo, sino también en lo industrial y comercial. Los dos trabajos siguientes de Friedkin prueban por qué el suyo sigue siendo uno de los nombres más destacados de esa generación. Nadie podía imaginar lo que provocaría Contacto en Francia en 1971, presentando por un lado una forma narrativa revolucionaria y moderna para el thriller policial, pero que además resultó impactante en materia de producción. Tanto, que es imposible evitar el lugar común de recordar su escena de persecución automovilística, a menudo calificada como la mejor de la historia. Y es que, realmente, el mundo nunca había visto algo así en una sala de cine. En 1972, Contacto en Francia arrasó con las principales categorías de los Oscar, incluyendo Mejor Película, Mejor Guion, Mejor Actor (Gene Hackman) y Mejor Director para Friedkin.
Pero nada se compara a lo que vino dos años después. El estreno de El exorcista fue una bomba, llegando a convertirse en una de las 50 películas más exitosas de la historia y una de las más influyentes. Con ella, Friedkin cambió el paradigma del terror, haciendo que el límite entre la fantasía y lo real se diluyera de tal forma que la experiencia del miedo se volvía inevitable. El director aprovechó los dos mil años de la experiencia cristiana como institución generadora de todos los miedos y se apoderó de su principal herramienta, la fe, para meterse en el cuerpo de cada espectador. No solo porque su relato de la posesión de una niña abreva en las raíces narrativas de la cultura occidental. El uso extraordinario de los efectos especiales también le permitió al cineasta hacer que el público aceptara “creer” en lo que estaba viendo, de la misma forma en que el tren de los Lumiere había espantado a todo un auditorio casi 80 años antes, según cuenta el mito.
Friedkin nunca repitió los éxitos de Contacto en Francia y El exorcista, en buena medida porque, como se dijo, prefirió llevar su cine por regiones desconocidas en lugar de hacer campamento en territorio amigo. Eso no significa que su filmografía no incluya otros títulos de igual excelencia. Su versión de El salario del miedo (1977) logró renovar el clásico de 1953 del francés Henri-George Clouzot, sin herir su memoria. Cruising (1980) narra otra pesadilla real, en la que la identidad de un policía infiltrado en el submundo de la cultura gay comienza diluirse en la del personaje que debe asumir para la investigación, con Al Pacino en estado de gracia.
Ahí está Killer Joe (2011), un western urbano salvaje con el que demostró, hace poco más de una década, que seguía siendo uno de los directores con mayor capacidad para hacer que el público se retuerza en las butacas. O Vivir y morir en Los Ángeles (1987), ese policial tan extraordinario como ochentoso que pone al espectador en el lugar más incómodo, en especial por el destino abiertamente hitchcockiano de su protagonista, que sigue siendo oportuno mantener en secreto. Porque Friedkin se habrá muerto, pero su público seguro seguirá renovándose. Su última película, The Caine Munity Court-Martial, protagonizada por Kiefer Sutherland, tendrá su premiere en septiembre, durante el Festival de Venecia. Un estreno que seguro acabará convertido en un merecido homenaje.