El capitalismo siempre busca asimilar cada discurso, si le sirve para obtener algún beneficio. De ahí que las industrias culturales de EE.UU. busquen absorberlo todo, incluso los discursos del feminismo para transmutarlos en una especie de hegemonía pop que declara intenciones a partir de intereses económicos y políticos, marcando una ilusión de progresismo y cuyas ideas se trasladan a sus productos: canciones, libros, series, películas. Y lo hace a través de un mundo globalizado donde EE.UU. tiene bien puestos sus productos en cada sala de cine o sistema de streaming repitiendo estos discursos hasta el hastío. Así pierden su significado inicial en una simulación de avance, cuando lo que estamos es dando vueltas en círculos en el mismo lugar.
Barbie aparece hoy como un fenómeno cinematográfico global inflado vía marketing, en un tiempo en que las salas de cine apenas se llenan. Y presenta una promesa: realizar una crítica al patriarcado desde una plataforma mainstream, o lo que es lo mismo, ser la embajadora del feminismo en el mundo (con la aprobación de Mattel, empresa fabricante de las muñecas). ¿Podrá Barbie cumplir esta promesa?
En primer lugar, Barbie es una buena película: su puesta en escena y su guion ponen de relieve una visión de artista, donde su directora Greta Gerwig expone ideas y sentimientos con los que explora varios temas interesantes: la desigualdad entre géneros y la lucha por el poder, la histórica invisibilización de la función de la mujer en la división del trabajo, el papel de los medios en la creación de estereotipos y en la afectación de la autoestima. Y todo esto lo hace desde la comedia, uno de los géneros más infravalorados dentro del cine, lo que hace que la proeza sea doblemente difícil. De ahí que, en un primer momento, sea casi imposible tomarse en serio el discurso crítico de Barbie, a lo que su directora responde proponiendo un tono festivo y paródico que va presentando in crescendo un universo tan divertido como fantástico, que se enfrenta con una realidad más sombría. Y en el encuentro entre estos dos esquemas, la directora ofrece su tesis: Barbie va a revolucionar el mundo. ¿Será esto algo factible?
En segundo lugar, hay que tener claro que Barbie no es solo una película: Barbie es un producto. A nadie le debe sorprender que se mencione que Barbie sea un producto, sobre todo cuando explícitamente se trata de una cinta basada en la muñeca más popular de la Tierra. Pero no se trata solo de eso. Es un producto porque el poder de la Barbie cinematográfica proviene explícitamente de su habilidosa campaña de marketing y de su bien planeada creación. Por un lado, se le ofreció cierta libertad creativa a su directora. Pero hay un evidente acuerdo entre Greta Gerwig, la productora y la fabricante de muñecas para que en la película no apareciese nada que incomodara demasiado a nadie: ni a Mattel ni al público. No hay nada subversivo en la película. Y si todo su contenido fue aprobado, es porque todo ha sido calculado para que las críticas que se hacen sobre la compañía no se tomen en serio y se banalicen. El único objetivo es que el público salga contento, compre más Barbies sin culpa y luego la taza de Barbie y el año que viene vaya al parque de atracciones de Barbie, generando más ganancias.
Así, la sátira sobre el papel de la industria de las muñecas en un mundo dominado por los hombres como metáfora de nuestra realidad está medida y aderezada con colores pastel, lo que termina por simplificar cualquier discusión feminista medianamente seria planteada en la película. Así no se puede esperar nada revolucionario de un producto que ya arranca con un ambiente controlado y modelado por los deseos de las empresas multimillonarias, que buscan a la par lavar su cara. Más bien, estas empresas se aprovechan de los discursos y pretenden subirse al tren del progresismo, apadrinando proyectos que supuestamente los critican, pero que a la vez les dan redención. Es el caso de Barbie que comienza siendo en la película una muñeca que reafirma los roles de género, pero al final representa el empoderamiento y se rebela contra sus creadores, o al menos da esa ilusión.
Pero Barbie no es real: su discurso está comprado, más allá de las buenas intenciones de su directora. La película termina estando al servicio de las empresas, que ahora están generando dinero a cuestas de la ficción que la película ha creado. Quizás en un par de semanas todo acabe, o puede ser que Barbie tenga una segunda parte, un spin-off o una parodia que le dé nueva vida y construya nuevos discursos para que esta muñeca represente lo que a las compañías les resulte más lucrativo.
Ramón Agundez es docente catedrático (Universidad Autónoma de Baja California, México).