La última vez que Julio Santucho vio a su compañera, Cristina Navajas, fue el 14 de junio de 1976. Él había sido designado como responsable de la política internacional del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y tenía que dejar el país por seis meses. Llevaban para entonces casi cinco años casados y tenían dos hijos: Camilo, de tres años, y Miguel, que todavía no había cumplido uno. Los tres lo habían acompañado hasta la terminal de Retiro, donde tomaría un micro hasta Sao Paulo para después seguir hacia Roma.
En la terminal, Cristina estaba con Miguel en brazos y con Camilo de la mano. A modo de despedida, ella le reclamó una promesa:
– Una sola cosa te pido. Si a mí me pasa algo, tenés que llevarte a los chicos con vos. Que no se queden con tu mamá, con mi mamá ni con otros compañeros. Tienen que quedarse con vos.
– Pero, Cris, hace mucho que vivimos en la clandestinidad, y nunca nos ha pasado nada.
– Ahora es distinto –lo cortó ella.
Un día antes de que se cumpliera un mes de la partida de Julio, Cristina fue secuestrada. Estaba en el departamento de Warnes al 735 en el que vivía su cuñada Manuela Santucho. Otra compañera del PRT-ERP, Alicia D’Ambra, se estaba quedando con ellas. Todas fueron secuestradas ese día. Los represores dejaron en el lugar a los dos hijos de Cristina –Camilo y Miguel– y al hijo de Manuela –Diego–.
Cristina alcanzó a pedirle a una vecina que llamara a su mamá, Nélida Navajas. Cuando sonó el teléfono, Nélida solo atinó a preguntar dónde estaban los chicos. Por razones de seguridad, no sabía dónde estaban viviendo. Cuando llegó, escuchó los alaridos de los dos más chiquitos, Miguel y Diego, desde la calle. Camilo dormía.
Nélida encontró la cartera de su hija tirada. Allí había una serie de cartas que le había ido escribiendo a Julio a la espera de que él le mandara una dirección a donde enviárselas. Había comenzado a escribir la última el sábado 10 de julio, pero la había terminado al día siguiente. “Miguel está mucho mejor, ya casi no tose, lo que sí cada día está más bandido y salvaje. El Cami aquí está más tranquilo y no me da trabajo, lo único es que cada vez está más pegado a mí, y volvió a preguntar a qué casa vamos, qué casa es ésta, etc. Ahora la que no estoy bien soy yo, no sé si no estoy embarazada”, le contaba a su marido.
Julio se enteró de los secuestros recién al día siguiente, cuando llamó para saludar a su cuñado por su cumpleaños. Ese día habló cerca de diez veces con su suegra. Planteó que quería volver a Buenos Aires para recuperar a sus hijos, pero el PRT mandó a dos compañeros que simularon ser una pareja y sacaron a los chicos.
Cuarenta y seis años más tarde, Julio logró conocer a su tercer hijo, el bebé que Cristina tuvo mientras estaba secuestrada en el Pozo de Banfield –después de haber pasado por Coordinación Federal y Automotores Orletti–. Es el nieto 133 que encontraron las Abuelas de Plaza de Mayo.
– ¿Cómo fue la búsqueda?-- le pregunta Página/12 a Julio Santucho.
– En esa historia, la primera heroína es Cristina, que durante ocho o nueve meses estuvo gestando en las condiciones más inhumanas: maltrato, torturas, mala comida. Ella se aguantó todo eso con fuerza de voluntad y finalmente tuvo a nuestro hijo. Mi hijo se dio cuenta por referencias de allegados a la familia. Una hermana que vivió 20 años con él, que le dijo "éstos no son tus padres". Por el trato que tenía con el apropiador, él notó que no era su padre. En 2019, empezó a buscar, lo agarró la pandemia, después retomó. Tenía una partida de nacimiento en otra provincia. Finalmente este año logró hacerse el análisis de ADN. Nosotros buscábamos pero no teníamos ninguna aproximación, nada de probabilidad de descubrir a mi hijo porque fue un caso excepcional: nació en el Pozo de Banfield, pero no le firmó el certificado el médico policial Jorge Bergés. Nos agarró de sorpresa.
– ¿Cómo es esto de conocer a un hijo que tiene 46 años?
– Es bueno. Lo malo es que nos quitaron 46 años. Lo bueno es que es una victoria de los organismos de derechos humanos que han luchado por esto y es una derrota de la dictadura. Me quisieron robar el hijo pero yo, más tarde que nunca, lo recuperé. Mi suegra, Nélida Navajas, se metió en Abuelas para buscar al nieto. Abuelas es una institución insustituible, que es un beneficio enorme para la sociedad porque es justamente el lugar donde las personas que tienen dudas pueden recuperar su identidad.
– En julio de 1976, perdió a buena parte de su familia y ahora, otro julio pero 47 años más tarde, recuperó a su hijo.
– Tocás una fibra. El 13 de julio se produce el secuestro de Cristina, Manuela y Alicia, que era una compañera que yo conocía también porque trabajaba en las escuelas del partido. El 19, seis días después, matan a mi hermano “Roby” (Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP). Y después a mi hermano Carlos. Fue una semana trágica para la familia. Nosotros no somos mejores que otros. Todos los 30 mil desaparecidos fueron valientes, generosos, se entregaron a una lucha por el bienestar de la sociedad y de la humanidad.
– ¿Qué pudo saber de Cristina durante su cautiverio?
– Hay testimonios como el de Adriana Calvo. Las Santucho eran visitadas por todas las presas que estaban ahí en el Pozo de Banfield. Adriana pidió pasar un día con ellas. Ella tenía su bebita en brazos y Cristina no le dijo que ella había tenido un hijo y que se lo habían quitado. Adriana, después, habló en el juicio de la tremenda generosidad de Cristina de no decirle nada para que no se preocupara porque le podían quitar la nena. ¿Te das cuenta hasta dónde llegaba el pensar en el bien de los demás? Ellas estaban rejodidas. Le dijeron: "Nosotras somos Santucho, no tenemos posibilidad de salir, pero a vos te van a soltar". Y después está esa escena que Adriana cuenta: cuando va la patota, todas las mujeres hacen una muralla humana -encabezadas por Manuela, Cristina y Alicia- y los tipos se tienen que ir sin poder quitarle a su beba. Estaban en un campo de concentración. Sabían que las podían fusilar a todas en ese momento.
– ¿Y ahora cómo sigue el reencuentro?
– Algunos me preguntan por el apropiador, yo lo único que digo es que espero que la Justicia intervenga. Por ahora, todo esto es como andar sobre las nubes. Hablamos todos los días con mi hijo, nos vemos seguido. Ahora tenemos el compromiso de hacer una videollamada con mis nietas. Vamos poco a poco. La alegría es infinita. Además, tenemos tiempo. Yo tengo 78 años. Mi papá murió a los 89. Tengo un hermano en Santiago del Estero que tiene 101, otro que tiene 96. Los Santucho, si no nos matan, vivimos mucho. Así que yo espero disfrutar a mi hijo por unos cuantos años más.