“… una misión a los ranqueles puede llegar a ser para un hombre como yo, medianamente civilizado, un deseo tan vehemente, como puede ser para cualquier ministril una secretaría en la embajada de París”
Lucio V. Mansilla, Una Excursión a los indios ranqueles
No es descabellado pensar en articular desde nuestras tierras una especie de nuevo tribunal de Nuremberg para juzgar los crímenes de la conquista, que aún no han sido juzgados.
Se han cometido crímenes atroces y masivos en nuestra tierra y nadie ha pagado por ellos. Se han robado riquezas cuantiosas de este suelo mientras se destruían culturas enteras, fugadas a Europa, y tampoco ese robo criminal, que laceró poblaciones enteras, aniquilando incluso su lengua, se contabilizó nunca como parte de ninguna "deuda". Nadie se hace responsable de este saqueo de recursos naturales y humanos. De este crimen concreto y probado por todos los registros materiales de la historia "objetiva". No existía el Fondo Monetario Internacional para contabilizar este saqueo de oro y plata y comida. No está en sus balances. Pero la deuda existe y los estados latinoamericanos deberían cobrarla. Necesitamos una doctrina acorde a nuestra historia económica. Necesitamos una doctrina jurídica acorde a nuestra identidad y a nuestros intereses. No la tenemos. No hemos desarrollado un derecho propio.
Esto contrasta o agrava la idea de que los países robados de Latinoamérica, son además, encima!, ellos que fueron saqueados, los países "deudores" de los países europeos, (Club de Paris, etc.) que han instrumentado este saqueo criminal, matando y saqueando a pueblos enteros para edificar así su "progreso", y encima se jactan de ser, luego de este robo asesino impune, nuestros "acreedores". Hay que terminar con esta paradoja jurídica, que también es económica. Esto nos muestra que el Derecho tiene algo (tal vez mucho) que enseñarle a la economía. Por eso es tan importante repensar críticamente nuestros programas de estudio: la mirada privatista con que formamos a nuestros abogados, futuros jueces y operadores jurídicos, incluso en las universidades nacionales donde predomina aun una mirada liberal. Hace falta enseñar principios generales de derecho latinoamericano. Dejar de importar ideas de Europa. Dejar de perpetuar el colonialismo.
La economía política (que poco a poco ha ido desapareciendo de los programas académicos, como el derecho "político", que cada vez se escucha menos, para dejar al derecho sin historia, y sin ideas, haciendo de la abogacía -y de la economía- una tecnicatura neutral y no comprometida) es la que le debe poner nombre a este flagelo. Ya no alcanza con decir que fue una "acumulación originaria" para impulsar la revolución industrial europea. (Amén de que los países que más contaminan, son los que menos padecen las consecuencias de esa contaminación, que se sufre más en nuestro continente, que no tiene la infraestructura que sí tienen en Europa. Por eso la declaración de medio ambiente de Rio, a instancia de Cardoso y Schwarz, se distanció de la declaración de Estocolmo, incorporando a la políticas ambientales la noción de periferia ambiental, ausente en Suecia) En todo caso, somos "acreedores" en términos ambientales de la contaminación industrial que nos llega ahora de las grandes potencias, que están destruyendo, con su voracidad implacable, el planeta entero. Somos "acreedores" y no deudores de nadie. Y llamar a este saqueo y erosión del medio ambiente "progreso", o "civilización", ("cultura") es un grave error de nuestros historiadores.
No está mal, en este escenario, que se quiera mover el monumento de Roca. Como bien dijo David Viñas, hubo un genocidio del indio y no es ningún "anacronismo" histórico ponerlo en esos términos. Decir que es un "anacronismo" es la estrategia de los historiadores de oficio, que han sido cómplices, en Argentina, del terrorismo de Estado. No han dicho tampoco, en siete largos años, una sola palabra de lo que sucedía en las aulas de "historia". Laura Carlotto, mamá de Guido, era ella también estudiante de Historia en la Universidad de la Plata. Ni una sola palabra de la "Academia".
La historia la han escrito los vencedores. No los vencidos. Los vencidos, poco a poco empiezan, sin embargo, a bajar de los cerros. A decir su verdad. A cuestionar este régimen establecido con sus esbirros de la Academia ("Objetiva"), dedicada a "respaldar" (nunca a cuestionar) al poder establecido, ocultando así sus crímenes, dejando la idea de que la "salida" es siempre la misma: el "ajuste" del pueblo ya empobrecido, históricamente expoliado. Víctima y no "deudor": nos siguen robando. Necesitamos funcionarios y abogados comprometidos en serio, dedicados a exponer esta nueva criminalidad invisible, sofisticada, financiera, pero que se sigue cometiendo contra nuestros Estados hoy. Si no atacamos el problema de raíz, todos nuestros países seguirán hundidos en la miseria en la que los sumió la "conquista" genocida del "desierto". Habría que terminar también –revisar legalmente- el reparto de tierras de Roca al Ejército. Son títulos fraudulentos, en tierras que no nos pertenecían. Han sido robadas. Ese robo se fue perpetuando de generación en generación en títulos que no tienen legitimidad jurídica alguna. Solo la fuerza.
Los policías en Bolivia, luego del golpe de Añez, se quitaban la Whipala de su uniforme. En Perú, luego del golpe parlamentario contra Pedro Castillo, los policías quemaban la whipala en la calle. No quieren integración latinoamericana ni reconocimiento de derechos indígenas. No quieren a los indios en el Congreso, como quería Castillo con su reforma constitucional: incorporar cuota indígena en el Congreso peruano, terminando con la constitución apócrifa y neoliberal de Fujimori, responsable de la esterilización forzada de miles de mujeres indígenas pobres, que aun hoy los excluye. Castillo quería terminar con esta constitución ilegitima. Por eso esta preso.
Abelardo Levaggi, profesor de derecho indiano, decía en clases de doctorado en UBA Derecho, que David Viñas, que denunciaba el genocidio del indio y cuyos hijos fueron asesinados por el proceso, era un "rojo". Daisy Ripodas Ardanas, esposa de Mariluz Urquijo, que dirigía el conservador instituto de historia del derecho (distinto del Instituto Ricardo Levene), le decía a mi madre, investigadora en historia de la UBA, que ella "no debía condolerse por todos", "Ay usted Marta siempre condoliéndose por todos". Mi mama lloraba porque la misma Ripodas había contado en una reunión de trabajo que la noche anterior habían ido a buscar, en plena dictadura, a dos jóvenes a su edificio, en el departamento de arriba, y se los habían llevado. Esta es nuestra Academia nacional de la "historia". Esta es la generación “objetiva” que nos narra, todavía hoy, el pasado. América Latina necesita una nueva generación de juristas, con una mirada mucho más audaz.