Un clima enigmático y paradojal invade por estos días la galería Ruth Benzacar con las muestras Mi eco, mi sombra y yo, de Sebastián Gordín, y Pop up, de Jorge Macchi, reconocidos artistas que plantean juegos analíticos y ficcionales con un conjunto de obras diversas que provocan un chispazo de felicidad. Y se agradece.

Brillante y fuerte, una cabellera equina trepa por una hermosa mesa tras haber hecho añicos el piso de madera. Esa crin puso en jaque los cimientos de la estructura edilicia y tiene tantos bríos y vitalidad que hasta se lanza a escribir. Una silla vacía aguarda a un invitado. Ese misterio e incertidumbre habita en Eco, de Gordín, una vitrina que es como una joya. En esa caja de cristal quizás se halle el enigma del caso.

La exhibición, con texto de sala de Francisco Garamona, incluye pinturas, dibujos, objetos, vitrinas y vidrios pintados. Gordín se cuestionó cómo traducir en imágenes el eco y la sombra: en sus obras, a veces el eco se transforma en dibujo que se diluye hasta perderse y volverse cada vez más pequeño, apagado, remoto, aunque –paradoja mediante— su reflejo se agranda hasta acercarse al espectador.

El artista hizo algunas de las piezas mientras estaba en una residencia en Villa Waldberta, Feldafing (un intercambio entre Munich y Buenos Aires, gestionado por Proyecto Urra), cuando aún le resonaba la canción "Mi eco, mi sombra y yo", cuyo personaje es un hombre, acompañado tan solo por su propia sombra y sus elucubraciones, en busca del amor.

Sebastián Gordín, Mi eco, mi sombra y yo, 2023

Con vidrios rotos que estaban en un galpón de la residencia, hizo una serie de obras que ahora expone y en cuyo origen anida el misterio. “En la residencia había un galpón que tenía cosas viejas, rotas, y había vidrios rotos que pertenecieron a la casa y que me dijeron que podía usar. Que fueran vidrios de la casa me resultó atractivo: a través de los vidrios de esas ventanas mucha gente había visto los paisajes en el siglo XX. La casa donde hice la residencia tiene una historia muy particular: había sido casa de familia, después fue confiscada por los nazis durante la guerra para hacer un hospital militar. Fue casa de refugiados de personas desplazadas por la guerra y luego fue casa de artistas”, dice Gordín, cuya obra integra, entre muchas otras, las colecciones del Museo de Bellas Artes de Huston, el Museo Reina Sofía, El Musac, el Museo Nacional de Bellas y el Museo de Arte Moderno.

Mi año araña es un tronco hecho con tiras de madera que encarna la posibilidad de pensar el tiempo –y la vida— de otro modo: invita a analizarlo de forma no lineal, con los movimientos de una araña, en red y a contrapelo.

Mi año araña, Sebastián Gordín, 2015

Esa misma lógica paradojal sorprende en los pop ups gigantes de Macchi, que son como origamis deslumbrantes. De un golpe, sin grises, Macchi logra su cometido: transforma objetos mundanos en extraños. Hay en su obra una poderosa tensión entre realidad y ficción.

En Pop up presenta cuatro formas plegables hechas en madera y policromadas, pensadas especialmente para las salas de la galería. Podrían plegarse o abrirse, pero al estar adosadas a ambos lados del ángulo de la pared están imposibilitadas de hacerlo. “Existe la posibilidad de movimiento y, al mismo tiempo, está negada”, dice Macchi. El extracto del texto de Emmanuel Carrère que se encuentra en sala da cuenta de su inspiración inicial: “Está claro que no podemos hacer que lo que ha sido no haya sido, pero podemos, por el contrario, sin escándalo ni pruebas, sostener que lo que ha sido podría haber sido de otro modo, que el acontecimiento antes de tener lugar existía en un número casi infinito de formas virtuales y que había las mismas posibilidades de que adoptase una que cualquier otra de esas formas”.

Jorge Macchi, Pop Up I, 2022

Los pop ups son tarjetas o libros que al abrirse forman esculturas tridimensionales. “Empecé a estudiar cómo era el funcionamiento, el esquema de esas formas tridimensionales y a pensar cómo hacer modelos en mayor escala”, dice Macchi, cuyas piezas integran las colecciones de la Tate Modern, el MoMA, el Centro de Arte 2 de Mayo de Madrid y el Museo de Arte contemporáneo de Amberes, entre muchos otros museos del mundo. Y añade: “Como esas tarjetas pop ups tienen un sustento pensaba cuál era el sustento de estos pop ups en tamaño más grande: empecé a pensar que el sustento sería la arquitectura”.

Macchi asoció el movimiento de los pop ups a la solidez de la arquitectura: sus piezas pueden plegarse (se transportan de este modo) pero la arquitectura obtura toda posibilidad de movimiento. Con este mecanismo contradictorio, Macchi ya sorprendió con obras como Container (2013): un container real de 12 metros de largo de los que se usan para el transporte marítimo que el artista incrustó en la sala. De ese mismo año es Fan, un ventilador cuyas aletas chocan una y otra vez contra una pared con profundas hendiduras como si fueran huellas del roce y hasta hay restos de polvo en el piso de la sala. “Son objetos que parecieran estar incómodos, lidiando con las paredes o con el techo. Son como apariciones, fantasmas. Objetos que no pertenecen a este tiempo ni a este lugar, por eso están incómodos en el sitio que les adjudicamos”, dijo el artista sobre la serie de obras que integra Fan.

Jorge Macchi Pop Up IV

10:51 es una videoproyección en loop de un reloj cuyas agujas intentan avanzar infructuosamente. Macchi transforma el tiempo en algo extrañamente físico. En Still Song, que se mostró en el pabellón internacional de la Bienal de Venecia en 2005, el espectador entraba en una habitación totalmente iluminada con una bola de espejos colgada en el techo, donde el juego de luces y sombras tenía una lógica invertida. Como si el tiempo se hubiera detenido, los reflejos luminosos y festivos de la bola se transformaban en arma que perforaba las paredes. 

En los noventa, con sus vitrinas hipnóticas de lluvia –quien haya visto una jamás la olvidará— Gordín indagó en el tiempo, su fugacidad y reiteración. Si bien contenían diferentes escenas, aquellas vitrinas de cristal escapaban a cualquier narrativa. “Uno puede transcribir a otra escala una medida, pero un minuto sigue siendo un minuto. El trabajo con la vaselina me permitió reducir la escala del agua y de la lluvia, y con ella, del tiempo que tarda la lluvia en caer”, dice Gordín.

A veces, en las piezas de Macchi el tiempo se detiene en constante movimiento; otras se pone al descubierto el mecanismo del artificio tan solo para reforzar el efecto ficcional y paradojal. Como el poético arácnido calendario de Gordín.

Mi eco, mi sombra y yo, de Sebastián Gordín, en la principal y Pop up, de Jorge Macchi, en la sala 2 se pueden ver en Ruth Benzacar,  Juan Ramírez de Velasco 1287, de martes a sábados de 14 a 19. Hasta el 31 de agosto.