Promediando el primer tramo de su performance, el cantante Goyo Degano espetó: “¡Volvimos a casa!” Lo que tiene una doble lectura. Y es que Bandalos Chinos, el grupo que comanda, no sólo acaba de volver de su gira por España. También regresó a Niceto Club, escenario que no pisaban desde noviembre de 2020, en una de las ventanas que permitió la pandemia. Tanto extrañaban la sala fundamental del barrio de Palermo que ahí estarán instalados por un rato largo. El show que ofrecieron el martes pasado fue el primero de una serie de ocho, que continúa este martes 8 y puede que se extienda a varios más.
Todo es posible en estos tiempos del sold out y de la compulsión recitalera. Lo que inicialmente era un fenómeno de estadios y de figuras del mainstream, parece que se está trasladando en los últimos meses a los artistas de la escena local. Ya lo dejó en evidencia Winona Riders con las cuatro fechas temáticas que organizó en junio en El Emergente. Todas agotadas.
Bandalos Chinos agotó igualmente los shows que anunció hasta ahora, por lo que un promedio de ocho mil personas los verá en vivo desde el 1º de agosto y hasta el 31 del mismo mes (también estarán este miércoles 9 y los días 16, 17 y 30). La misma cantidad de personas que asistió en octubre pasado al estadio Luna Park, cuando presentó su más reciente álbum, El Big Blue. A diferencia del grupo de la zona oeste del Gran Buenos Aires, los de zona norte no planificaron recitales temáticos en esta ocasión. Aunque advirtieron que no repetirán la lista de canciones en ninguna de las fechas, lo que supone un fabuloso y a la vez arduo ejercicio sensorial. Pocos grupos y solistas nacionales en este momento son capaces de atreverse a poner a prueba su puesta en vivo, a partir del sacudón de un repertorio. Es algo parecido a jugar a la ruleta rusa. Mi Amigo Invencible, por ejemplo, es uno de los artistas que hizo de ese acto lúdico su bandera sobre los escenarios.
Al menos en el estreno del ciclo, el sexteto salió vencedor. No sólo por la dosificación de su cancionero (donde pesaron el pop festivo y la oda al groove), sino también en la elección del invitado. Con Emmanuel Horvilleur hicieron un tema suyo, y antes y después de él tocaron sendos covers que evidenciaron la apertura estética del grupo y su aceitado engranaje musical. Ver en vivo a Bandalos Chinos es en sí mismo, apelando a la retórica y al metaverso, todo un espectáculo. Si bien la dinámica del show suele recaer en su frontman, que una vez más demostró la influencia de David Bowie en su accionar (Degano estuvo debatiéndose entre la encarnación del icono inglés en el disco Young Americans y la de la etapa de Let’s Dance), la organización de los músicos en el escenario y la puesta de luces generó matices que estuvieron al borde del desconcierto. Y sí. El vértigo del riesgo estuvo rondando en las dos horas de recital.
Poco después de las 21, la banda salió a escena. Aunque previamente lo anunciaron (y además de forma sugerente) a través de ese saxo con tacto a terciopelo que suena como preludio en “Estoy azulado”, clásico de Soda Stereo. Antes que comenzar con alguna canción de su nuevo álbum, el grupo invocó una terna de temas de su segundo EP, En el aire (2016). Tras desenfundar “Veccar”, mecharon “Un día” y “El verano”. Entonces su vocalista avisó: “Tiramos a la banda en una licuadora. Vamos a ver qué sale”, en alusión a la dimensión y movilidad del repertorio. Entonces regresaron a su actualidad, a la de El Big Blue, y de ahí tomaron “Mi fiesta”. Ese funk fue levantando progresivamente su libido, al mismo tiempo que tres circuitos de luces, resplandecientes al mejor estilo del imaginario discotequero, generaban una sensación de profundidad que lograban que el escenario pareciera más grande de lo habitual.
Otro rasgo que maximizaba esa onda expansiva que experimentaba la puesta era la atípica ubicación de la formación. Al igual que Degano, el baterista Matías Verduga y el tecladista Salvador Colombo se encontraban al frente del público. A este trío se les sumaba ocasionalmente el saxofonista Pablo Vidal, con notorio protagonismo en cada salida, dejando así una sensación de limpieza y espacialidad. En tanto que el resto de los músicos se ubicaron en el escalón superior. Y esto incluía, amén de las dos guitarras y el bajo, a percusión y coros. De esa forma hilvanaron “Una propuesta”, funk con sabor mediterráneo (bien del palo de Raffaella Carrá) incluido en su último disco de estudio. Al que le secundó otro de su álbum consagratorio, Bach (2018), “Super V”, aunque con sabor al Stevie Wonder de los ochenta. Una vez que ambas canciones encendieron a los fans, la banda decidió bajar un cambio con una balada de título apológico: “Lento”.
Tras “El club de la montaña”, vino algo más de Bach, “Acido”: quizá el tema que mejor muestra su summum musical. Y apareció una de las sorpresas de la noche, amén de estreno en vivo: su cover del ricotero “Canción para naufragios”. Nadie podía dar crédito de lo que estaba presenciando, por más que su visita a esa rareza fue casi fiel. A partir de ahí, mezclaron varias etapas suyas. Lo hicieron con “Paranoia pop”, “Departamento” (con ese teclado a lo “China Girl”, otra alusión a Bowie, de la misma forma que el de “Vámonos de viaje”), “Demasiado” y “Fulnabis”. Ahí irrumpió en el escenario Emmanuel Horvilleur, con el que recrearon su hit “Llamame” (ya lo habían hecho juntos en 2021, para el disco Pitada). Pero en este caso, en la intro, le pegaron un guiño a la guitarra de “Baby Come Back”, clásico de los años setenta de la banda Player. Pero si de himnos se trata, el sexteto apeló por uno propio: el pop orientado a la pista de baile “Dije tu nombre”.
Después de hacer dos temas más de Bach, el indispensable “Vámonos de viaje” y “El temblor”, el grupo salió de escena. Sin embargo, regresaron al toque para encarar los bises. Y vaya que volvieron resueltos a poner los pelos de punta, demostrando además que son artistas decididos a continuar y subir la vara de la tradición del pop y el rock argentino. Por eso no fue fortuito que tocaran “No llores por mí Argentina”, canción tan perfecta como compleja. Es por eso que, más que atreverse a experimentar con ella, prefirieron respetar la personalidad de lo hecho por Serú Girán. La osadía posiblemente estuvo en incluirla en un relato que tuvo a manera de corolario dos formas de entender el pop: uno de sintetizadores, de la mano de “Nunca estuve acá”, y otro más a lo Luis Miguel, con “Tu órbita”. Antes de despedirse, un Goyo Degano representando la emoción de sus compañeros sólo alcanzó a decir: “Linda peli”.