El director de cine no está conforme con la performance del actor e interrumpe constantemente el flujo del rodaje con indicaciones cada vez más enojosas, algunas de tono hiriente. A Tomas no le gusta como el intérprete mueve los brazos mientras baja por las escaleras del bar; entiende que hay algo forzado en la inclinación y el ritmo de los miembros, como si nadie fuera a hacerlo de la misma manera en la realidad. Aprovechando el trance recriminatorio, también le echa en cara a una figurante que la forma en la cual sostiene una copa no es la adecuada. Corte y de nuevo a comenzar. Corte, otra vez. Y corte. La situación podría formar parte de la filmación de cualquier película –en la vida real o en el cine dentro del cine–, y esas cualidades algo despóticas podrían achacársele a cualquier cineasta de fuste, pero mientras la historia avanza queda claro que Tomas es dueño de un carácter peculiar, obsesivo y posesivo, intenso y generador de conflictos, con escasa resistencia a aquellos deseos que no surjan de su propio interés. En el nuevo largometraje del realizador estadounidense Ira Sachs –rodado en Francia con un reparto internacional y en varios idiomas– Tomas es apenas uno de los vértices de un triángulo (amoroso, sexual, emocional) que desata varios terremotos en la vida de cada uno de sus lados. Tal vez sea el vértice más importante, el que provoca la mayor cantidad de crisis y cambios, aunque en Pasajes no hay un único protagonista excluyente.
Tomas está interpretado por esa fuerza de la naturaleza llamada Franz Rogowski, el actor alemán que se hizo conocido internacionalmente gracias al film Victoria (2015) y que, merced a sus estupendas colaboraciones junto al cineasta Christian Petzold (En tránsito, Undine) y la reciente Great Freedom, del austríaco Sebastián Meise, se convirtió –por talento y prepotencia laboral– en una de las grandes figuras del cine contemporáneo. Su pareja en la ficción, Martin, editor responsable de una pequeña pero exitosa editorial literaria, está encarnado por el británico Ben Whishaw (El perfume, La chica danesa y varias participaciones en la saga Bond), mientras que Agathe, maestra de escuela primaria de profesión que circunstancialmente participa como asistente en algún rodaje, tiene el rostro de la francesa Adèle Exarchopoulos, otra estrella por derecho propio. La película de Sachs, que estuvo en Buenos Aires el pasado mes de abril presentándola al público del Bafici y ofreciendo de paso una charla sobre su visión del oficio cinematográfico, llega este jueves 17 a las pantallas de cine, algunas semanas antes de su estreno online en la plataforma MUBI.
Que Ira Sachs, cuya filmografía nació y se desarrolló en los márgenes de la industria de los Estados Unidos –es un cineasta indie por definición, ética y práctica–, viene coqueteando con las chances que ofrecen las coproducciones europeas lo confirma su largometraje inmediatamente anterior, Frankie, rodado en Francia y Portugal con un ecléctico reparto integrado por Isabelle Huppert, Brendan Gleeson y Marisa Tomei. Pero el director de Por siempre amigos, Married Life y Forty Shades of Blue es fiel a sus intereses temáticos y estilísticos a ambos lados del océano. En Pasajes los conflictos de pareja tienen un pie apoyado en las influencias de cierto cine independiente de su país y el otro en las enseñanzas de un tipo de relato típicamente francés, con algunas de sus raíces enterradas en la obra de Philippe Garrel. La trama de Pasajes podría resumirse velozmente y sin demasiadas vueltas –Tomas, casado con Martin, inicia un romance con Agathe, dando forma a un intenso pero doloroso ménage à trois–, pero es en los detalles del desarrollo de esos vínculos y la manera naturalista con la cual la cámara los registra donde descansa la fuerza dramática de la historia. Ya la segunda secuencia, luego del final del rodaje de la película dentro de la película, en el marco de una fiesta en una disco, el personaje de Rogowski es definido por sus elevadas dosis de egocentrismo, siempre al borde del capricho, mientras que Martin y Agathe se ven al mismo tiempo hechizados y eclipsados, atrapados y manipulados por ese torrente emocional llamado Tomas. El hecho de que la pareja establecida sea gay y el nuevo interés amoroso una mujer ofrece algunas pinceladas particulares –sobre todo cuando los padres de Agathe conocen al prometido de su hija y este, en plan provocador, llega vestido con un top que deja al desnudo la mitad de su torso–, pero para Sachs el paquete de desavenencias, peleas, reconciliaciones y pactos no ofrece mayor diferencia que el de un trío heterosexual tradicional. Lo importante son los deseos, las ansias de los cuerpos, el quiebre y ruptura de las necesidades de estabilidad emocional de uno y de otra ante la rebeldía, en varios momentos dañina, del tercero.
El sexo es esencial al relato, y son varias las escenas que lo registran de manera relativamente gráfica, aunque no tanto. En los Estados Unidos la película recibió la calificación NC-17, equivalente al “Sólo apta para mayores de 18 años” en nuestro país, obturando así la posibilidad de una salida más importante en salas de cine (el sistema de calificación autoimpuesto por la industria estadounidense es optativo, pero las grandes cadenas lo adoptan a rajatabla). Tampoco es que Pasajes ambiciona llegar a un público masivo –sus temas y sus formas están casi en la vereda opuesta del mainstream–, pero la distribuidora estadounidense y el propio Sachs aprovecharon inteligentemente la situación para promocionar el film. Entrevistado por el medio especializado IndieWire, el realizador declaró que “el código de calificación de la MPA (la Motion Picture Association, que nuclea a las principales productoras de cine norteamericanas) es una extensión del viejo Código Hays, que fue redactado por la Iglesia Católica. Prefiero las películas Pre-Código, y quiero ser parte de esa historia. Esta clase de censura desalienta a la gente que quiere hacer obras honestas. Ese es el problema. El impacto radica en los efectos residuales, en el sentido de que crea una sensación de miedo en los artistas, para que no hagan cierto tipo de películas si quieren ser aceptados. En España, Pasajes fue calificada para mayores de 12 años. Increíble. Sería imposible separar la película del sexo que aparece en la película. El sexo es ciertamente un capítulo importante del film”. En cuanto a sus “aires” europeos, más allá de su país de origen, Sachs ofreció una respuesta rotunda e indiscutible, que de alguna manera describe los cambios sufridos por el cine de Hollywood durante los últimos cincuenta años: “Eso es porque nuestro cine cambió mucho. ¿Acaso Pasajes es muy diferente de Regreso sin gloria? ¿O de Gente como uno? ¿Se siente muy diferente a Mi vida es mi vida? Todas esas son historias que estamos comenzando a creer que nunca existieron en nuestra cultura. Y sin embargo, existieron. ¿Dónde está el Cassavetes de nuestro tiempo, filmando catorce de esas películas? No solamente una o dos. El espacio para sostener una carrera se hace cada vez más pequeño; ese es el desafío de los cineastas estadounidenses”.
Tomas deja el departamento parisino que viene compartiendo con Martin desde hace bastante tiempo y se muda a lo de Agathe. Pero no se lleva todo consigo –allí quedan varios libros y discos y objetos de diversa índole e interés– y tampoco devuelve la llave de entrada, lo cual le permite presentarse en cualquier momento, como si fuera un fantasma que no se resigna a dejar del todo su cuerpo físico. Martin inicia una nueva relación, en parte quizás como una expresión típica de despecho, pero el amor por Tomas es más fuerte. Agathe comienza a debatirse ante una serie de dudas, aunque un hecho inesperado –que Sachs introduce a su manera, siempre alejado de los histrionismos y el melodrama– la acerca aún más a su nueva pareja. Ante la necesidad de un idioma compartido, el trío de protagonistas se comunica a través de la “neutralidad” del inglés, aunque el francés y el alemán aparecen durante esas encrucijadas en las cuales el lenguaje de origen se transforma en la única opción viable. Si algo no hace Pasajes es juzgar a los personajes, ni siquiera durante las peores acciones de ese torbellino de toxicidad emocional que es Tomas, que en cierta escena climática pedalea enloquecidamente por las calles de París, como décadas atrás lo habían hecho otras criaturas del cine francés nuevaolero. Un poco antes, la presencia de los tres protagonistas en un mismo ámbito, bajo un mismo techo, en el transcurso de unas jornadas de descanso (una primera vez juntos durante un lapso considerable) termina por anudar todas las líneas narrativas, entrelazándolas en busca del desenlace. El guion, escrito por el propio Sachs junto a su eterno colaborador, el brasileño Mauricio Zacharias, resuelve de manera inesperada, inteligente y sensible el despelote en el que se han convertido las vidas de Martin y Agathe (Tomas anhela y disfruta vivir en riesgo constante de vuelco, a diferencia de sus parejas). Así, un viaje al Festival de Venecia es el marco de otra corrida de Tomas, de un amante a otro, de un punto de la ciudad a otro, mientras Pasajes coquetea con la parodia de un clásico de la comedia romántica: la reconciliación antes de un viaje que supone un distanciamiento definitivo o, al menos, extenso. Pero esto no es una comedia –al menos no en un sentido tradicional–, y el resultado dista mucho del beso reconciliatorio final, ese preámbulo del final feliz.
Película de actores, en el sentido de que Pasajes sería muy distinta con otros intérpretes, Ira Sachs detalló en la mencionada entrevista las razones por las cuales decidió trabajar con cada una de las tres figuras. “Vi a Franz en Happy End, la película de Michael Haneke. Específicamente, hay una escena en la cual canta una versión karaoke de ‘Chandelier’, la canción de Sia, y es un animal en el mejor de los sentidos. Es una criatura cinematográfica. Escribí el guion con Franz en la cabeza y afortunadamente quiso hacerla. Si Franz es ese animal, Ben es un cuchillo. Es tan preciso que no puedes saber lo que se viene. Cuando Ben comienza a actuar es algo magnífico. En cuanto a Adèle, es la Jeanne Moreau de nuestros tiempos. Es de la tierra y del cielo. Esa combinación me resulta muy atractiva. Es la mujer más amable que pueda imaginarse, pero siempre hay algo que permanece oculto, retenido. Siempre hay una pequeña dosis de misterio y parece estar ocurriendo alguna otra cosa debajo de la superficie. Nunca tiene un momento falso, es una criatura y una actriz extraordinaria. En Pasajes interpreta a una maestra de primaria, pero está vestida como Brigitte Bardot, porque la película es al mismo tiempo real e irreal. Tiene la textura del cine realista, pero intenta jugar con los placeres del cine, que son el color, la belleza y la emoción”.