La semana en que cumplo 50 años voy al cine a ver Barbie con mi pareja y mis hijos. No es un tema por el que naturalmente me hubiera sentido atraída, pero me intriga la presencia mediática que ha ganado la película en tiempo récord y las devoluciones que cosecha.
En la cena que compartimos tras salir del complejo les cuento a mis hijos que, para las mujeres de mi generación, ese pequeño maniquí de pechos exuberantes y proporciones imposibles --suele decirse que si Barbie fuera real, su cuerpo no soportaría el peso de su cabeza-- representaba un modelo de independencia femenina. Me miran con una mezcla de ternura y pena; la definición debe parecerles patética.
No imaginan que para quienes crecimos jugando a ser madres con muñecos regordetes, esa chica plástica que vive sola, no tiene hijos, maneja, viaja y ejerce las profesiones más diversas --médica, periodista, abogada, astronauta, presidenta-- nos mostró en su momento otro modelo posible, desconocido a nuestros nueve o diez años. “Sé lo que quieras ser” era el lema que funcionaba desde la creación de Barbie en 1959 y para nosotras, incluso, terminaba siendo novedoso en nuestra infancia.
Éramos conscientes a nuestra manera de que Barbie hacía de la diversión, el consumismo y el glamour una bandera de su vida vacía, pero imaginarnos al volante de un convertible, viviendo en grandes mansiones rosadas o exhibiendo una figura descomunal, de todos modos, resultaba tentador. (Pocos saben que su creadora, Ruth Handler, se inspiró para crear a su Barbie en un juguete sexual, una muñeca llamada Bild Lilli, que compró en un viaje a Alemania confundiéndola con un juguete para niñas).
Su Barbie --a la que bautizó así en homenaje a su propia hija, Bárbara-- pisó la luna en 1965, cuatro años antes que Neil Armstrong, lo que grafica el hecho de que en su momento representara ideas de avanzada para las primeras generaciones de consumidoras de la marca.
En los años posteriores al #MeToo, sin embargo, la conciencia de la inadecuación a estos tiempos llevó a Mattel a encarar un rotundo cambio de imagen: la película que por estos días bate récords de taquilla en todo el mundo no es más que un intento --definitivamente lucrativo y exitoso-- de reformular el concepto al que estuvo históricamente asociada la muñeca para dotarla de nuevos sentidos y hasta de convertirla en un ícono feminista para la nueva generación. O algo así.
Junto a Warner Brothers y los productores, Mattel permitió que su directora, Greta Gerwig, llevara adelante un proyecto disruptivo, justamente, con ese objetivo, y la estrategia funcionó.
Barbie nos devuelve ahora, desde la pantalla, una imagen renovada y más humanizada, que incluye su temor a envejecer y la conciencia de que la posibilidad de sentir puede arrojarla a un océanos de emociones contradictorias pero es también la prueba de que no es solo una criatura frívola, inerte e insensible.
Acostumbrada y a la vez aburrida de la sucesión interminable de “días perfectos” a los que se reducía su existencia en Barbieland, (cuidado, spoiler) la nueva Barbie (Margot Robbie), parece tomar conciencia de que no encaja en este mundo y da el salto al “mundo real”, en donde es blanco de la diatriba de una adolescente --de la generación de nuestros hijos-- que desprecia todo lo que encarna, así como de la encendida defensa de la madre de la chica, que sí entiende que aportó a sus contemporáneas un modelo que en su momento resultó superador. “Las mujeres sí pueden aspirar a lo que quieran, ya por fuera del rol de madres que les ha estado reservado desde chicas”, venía a decirnos.
Las Barbies remixadas se muestran entonces dispuestas a huir de la dictadura de la perfección plástica para asumir sus “imperfecciones” --la celulitis como símbolo de la mujer real--, en un mundo que les ha negado esa posibilidad durante sus casi 65 años de existencia. Y eso a su vez redunda en una conquista indirecta para los “Kens”, que también pueden asumir su propia vulnerabilidad y valía, por fuera de los mandatos masculinos que también ha pesado sobre ellos, y el hecho de haberse sentido un “accesorio” más de Barbie desde siempre.
El humor con el que los mismos creadores de la marca se ríen de sí mismos y exhiben estas tensiones les sirve para conquistar un nuevo lugar en el mercado, simbólico y material, mientras en paralelo ponen sobre el tapete la pregunta sobre qué significa ser mujer, y en estos tiempos.
Es la misma que destrona al modelo de la Barbie prototípica, que ahora aparece --en un último intento de supervivencia-- dispuesta a quebrar los estereotipos y hasta a convertirse en influencer del nuevo feminismo.
La anterior quedará “discontinuada” para siempre, tal como la marca ha hecho con la Barbie embarazada de vientre desmontable (que cuestionaban los padres) o la que portaba un televisor en su espalda (?); modelos que generaron polémica o no fueron exitosos y quedaron en el olvido.
La Barbie feminista ya llegó y está entre nosotros. El rosa es el nuevo verde.