Existe un lugar de enunciación que se sustenta en una teoría del punto de vista. La narrativa puede asumir ese procedimiento, adueñarse de una voz y hablar desde una mirada que delata una parcialidad y entra en conflicto con todo lo que excluye. Si una obra de teatro decide estructurarse a partir de un punto de vista que se manifiesta en la actuación, se produce un desplazamiento entre la entidad de los personajes y la forma.
Los seres que nos permiten conocer los acontecimientos de la escena son, en Un tiro cada uno, tres jóvenes que van a cometer un femicidio. De algún modo lo sabemos aunque no conozcamos la trama porque en las voces y los cuerpos de esos machos que entrenan en un club de básquet de Bahía Blanca ya está la violencia bajo la apariencia simple de unos pibes que se cargan y agreden y dicen esas palabras que en la naturalidad de cualquier tarde de provincia serían aceptadas pero que en una sala de teatro ya nos incomodan y golpean.
La actuación se vuelve sustancia y narrativa porque estos tres jóvenes están interpretados por tres actrices mujeres y esas chicas en escena (que no se caracterizan como hombres, que solo llevan el atuendo de un equipo de básquet masculino y trabajan un tono ambiguo donde la impronta varonil parece ser el resultado de un comportamiento, de una serie de acciones, más que de una personificación) siempre están presentes en una entidad de género compartida.
Un tiro cada uno logra una relación de distanciamiento similar a la que proponía Bertolt Brecht en su teatro porque en la escena conviven las actrices y los personajes. Vemos los cuerpos jóvenes de tres mujeres y, en esa habilidad de la yuxtaposición actoral, surgen los tres varones que interpretan. Hablar desde el lugar del macho, de esos hombres que pueden mirar a una adolescente con lascividad, llamarla puta, violarla y matarla es una decisión que le da a la dramaturgia de Laura Sbdar, Mariana de la Mata y Consuelo Iturraspe una voluntad de no dejarse atrapar por los discursos ya instaurados del feminismo.
La identificación que podría generar contar esta historia desde el punto de vista de Rocío sería un recurso tranquilizador. Iturraspe y Sbdar como directoras de esta nueva versión de Un tiro cada uno (en el año 2019 se presentó esta obra en un formato performático a cargo de las tres autoras) buscan llevar al público a la instancia de escuchar y ver el desempeño de estos tres jóvenes como si se tratara de un laboratorio social donde cada gesto, cada movimiento y palabra pierde ese rasgo de normalidad que podría confundirse con la inocencia.
Aquí es interesante pensar el modo particular en el que las tres actrices encarnan la masculinidad. Cuando los hombres interpretan a mujeres suelen hacerlo de una manera estereotipada, desde una generalidad que resulta cómica. El trabajo que realizan Camila Peralta, Fiamma Carranza Macchi y Carolina Kopelioff da cuenta de un nivel de observación que implica una lectura crítica del comportamiento masculino.
Camila Peralta asume un tono más marcado porque Nacho funciona como el líder de ese grupo, es el chico prepotente y seductor, el que de algún modo conquista a Rocío, la chica que terminará muerta. El trabajo de Peralta es contundente, hay una discursividad, una dramaturgia propia en su actuación que impresiona porque tenemos la sensación de ver a Nacho, a Camila y a Rocío al mismo tiempo. Especialmente en esa escena cuando Nacho se saca la remera y Camila se queda en tetas. Allí presenciamos un momento sensible porque la aparición de un cuerpo femenino entre ese lenguaje de machos nos conecta con la tragedia del cuerpo de Rocío.
Fiamma Carranza Macchi y Carolina Kopelioff realizan un trabajo más sutil que no impide que los personajes masculinos aparezcan y que nos olvidemos de los cuerpos de las actrices que sostienen a los personajes. Pero en esta dramaturgia de la simultaneidad que generan Iturraspe y Sbdar, las actrices interpretan a Rocío a partir de un procedimiento donde hablan a coro en las escenas dialogadas, por lo tanto desde los mismos cuerpos surgen Nacho, P, Ale y Rocío mezclados pero también diferenciados.
La escena definitiva, la de la violación y muerte de Rocío, nunca sucede ante nuestros ojos, está narrada desde dos lenguajes opuestos: el de los tres hombres, donde lo que pasó se cuenta pero también se elude y se justifica y desde una voz poética que sería la palabra de Rocío. Este personaje está compuesto a partir de piezas porque las actrices leen fragmentos de sus diarios, su voz es la suma, la articulación de las tres intérpretes, mientras que los hombres son figuras que cumplen sus roles asignados e inamovibles en ese trío de amigos donde deben competir por demostrar quién es más macho, quien llega a la mayor crueldad, quien es capaz de borrar el deseo que una mujer le genera y convertirlo en rabia.
Un tiro cada uno se presenta los miércoles a las 20 en Dumont4040