Háblame - 7 puntos
Talk to me, Australia, 2022
Dirección: Danny y Michael Philippou
Guion: Bill Hinzman, Daley Pearson y Danny Philippou
Duración: 95 minutos
Intérpretes: Sophie Wild, Alexandra Jensen, Joe Bird, Miranda Otto, Zoe Terakes, Marcus Johnson, Ari McCarthy.
Estreno: Disponible en salas.
El cine de terror es como el heavy metal: el rock (o el cine) podrán estar muertos, pero ellos gozan de buena salud. Más allá del aire de familia que une a ambos géneros desde que Black Sabbath le dio vida a esa pesadilla musical, hace 53 años, sus públicos comparten un carácter comunitario. O de secta, figura más adecuada para definir la relación fervorosa que los liga a los artistas y las obras, haciendo posible que le escapen a las generales de la ley (del mercado). Por eso siguen siendo legítimos canales de expresión de angustias juveniles.
También por eso las películas de terror todavía se estrenan en salas, aun las que no son buenas, sin que los superhéroes logren expulsarlas como hicieron con el resto de la producción cinematográfica. Y cada tanto aparece una que, con un par de buenas ideas como estandarte, consigue apuntarse un éxito no solo comercial, sino como retrato de su generación. En 2023 esa película es Háblame, ópera prima de los australianos Danny y Michael Philippou.
No es que Háblame venga a revolucionar al género, a proponer estructuras o ideas nuevas, ni siquiera a subvertir las viejas. El mérito de los Philippou consiste en encontrar un resquicio para moverse dentro de la narrativa clásica del terror, pero de una forma que los ayuda a establecer un diálogo con su propio tiempo. Que no es poca cosa. En ella un grupo de adolescentes se filman a sí mismos, mientras usan una mano mágica que les permite ser poseídos por espíritus durante el tiempo que la mantienen apretada. Chicos vulnerables que se vinculan con fuerzas que los exceden como si se tratara de un juego, hasta que, como debe ser, la cosa se sale de control.
Podría decirse que Háblame es “LA” película de terror centennial, aquella que, quizás por primera vez, registra de forma convincente la incertidumbre que provoca la mediación de los dispositivos entre las personas y el mundo. Entre estos chicos alienados y la realidad: el telefonito como médium. Una tabla ouija que los habilita a jugar con “otros yo”, los fantasmas que habitan el más allá de la virtualidad. Existen otras películas modernas que retratan a grupos de adolescentes aterrados, como la maravillosa Te sigue (David Robert Mitchell, 2014). Pero ahí todavía se trataba de chicos que respondían a una lógica predigital, en la que aún primaba el contacto físico como código básico de las relaciones entre las personas. Incluso la ausencia casi total de dispositivos ubicaba a la trama más cerca de los ’90 que de los 2010.
Por el contrario, en Háblame son los registros tomados por los teléfonos los que, al compartirse a través de las redes, legitiman la existencia de las cosas, incluso de las personas. Solo así se entiende la escena en la que la única preocupación de uno de los chicos, que acaba de pasar por la experiencia aterradora de una breve posesión, sea que el resto de los presentes borre el video en el que se ve como el espíritu lo obliga a hacer cosas que lo avergüenzan. Solo así se explica que en la única escena que registra un encuentro físico entre ellos, este ocurra bajo la influencia, haciendo que de forma inevitable la experiencia del contacto real se convierta en trauma.
Si en Te sigue el sexo todavía era un canal de transmisión, tanto de lo bueno como de lo malo, en Háblame ya nadie coge. Acá la libido queda encapsulada en el rol de meros espectadores, y el cuerpo es apenas una cáscara que necesita ser llenada por experiencias siempre ajenas, en el mejor de los casos. Puede decirse, entonces, que el gran mérito de los Philippou consiste en haber puesto en escena, a través de los viejos códigos del cine de terror, los miedos existenciales del siglo XXI.